Teódulo López Meléndez
El surgimiento de los “indignados” españoles ha sido la muestra más fehaciente del agotamiento de un modelo económico y político. Podríamos ir más allá y asegurar que el de un contrato social. Asistimos entonces a un reclamo de participación y decisión que encarna a la Europa en crisis y al deseo, cada vez más manifiesto, de los pueblos por empoderarse de su destino.
Las razones del movimiento que sacudió en junio de 2011 a España son claros: la crisis económica patentada en ejecución de hipotecas, desempleo y falta de oportunidades; una crisis política derivada del agotamiento de una actuación de los dirigentes sobre la base de una institucionalidad pervertida y de una complicidad con los medios que los exponen al público; una incapacidad de las instituciones existentes para procesar los problemas colectivos, una que incluye desde las tradicionales organizaciones intermedias supuestamente disponibles para mediar o servir de enlace entre el poder y los ciudadanos hasta las parlamentarias y de justicia; la crisis de un sistema económico que ha llevado al derrumbe del estado de bienestar.
Sería, no obstante, limitativo enumerar causas llamémoslas reales o materiales sin introducirnos en algo más profundo que no es otro que el deseo creciente de protagonismo de las sociedades prescindiendo de intermediarios viciados. En otras palabras, los “indignados” son una muestra precisa, en territorio europeo, de un esfuerzo de empoderamiento que caracterizará al siglo XXI.
El ser apático o narcisista o nihilista encuentra ahora que tiene delante de sí desafíos que rompen con su abulia y dirigentes e instituciones que ya no son capaces de resolvérselos y, en consecuencia, descubren que deben asumir protagonismo. La lógica económica-financiera les parece conformada para satisfacer unos intereses que no son propiamente los del colectivo y así cada uno comienza a mirar al otro y entendiéndose vía redes sociales van conformando lentamente una nueva alianza ciudadana que los lleva a la actuación pública.
En diciembre de 2010 fue publicado en España Indignaos de Stéphane Hessel, el viejo luchador del Consejo Nacional de la Resistencia Francesa, y de allí el nombre asumido por la protesta española. Sus planteamientos no constituyen un cuerpo sustitutivo de lo existente, pero sí unos planteamientos generales suficientes para inflamar la primera oleada. Exigencias de seguridad social y salud, prevalencia del trabajo sobre el dinero, ruptura de los monopolios, redistribución de la riqueza, democracia económica y social, prensa independiente, escuela con reales posibilidades de ingreso y de espíritu crítico, ataques contra las maniobras bancarias y de los mercados financieros y sobre todo el llamado a la responsabilidad colectiva.
Así, fundamentalmente los jóvenes españoles, expresaron su indignación ante un cuadro de fracaso social que ni en su estructura ni en su gestión política tiene calidad humana. No hay duda que esa indignación será un signo determinante de este interregno donde se cae a pedazos el viejo mundo y el nuevo se asoma con timidez. He repetido infinidad de veces la necesidad de que el pensamiento político traduzca a tesis claras ese sentimiento ético-utópico de la gente sobre la necesidad de regenerar el tejido democrático y de suplantar las viejas estructuras socio-políticas.
Las instituciones intermedias producen justificadas sospechas, en especial los partidos políticos. De allí que los indignados exijan supresión de privilegios, transparencia en los financiamientos, una nueva ley electoral con listas abiertas y referéndum sobre temas vinculantes. Sobre todo apuntan a los bancos, pidiendo prohibir rescates e inversiones en paraísos fiscales y toda una serie de reivindicaciones en inmigración, medio ambiente, y en los puntos álgidos que afectan la calidad de vida.
Una cosa es cierta: la política ha perdido legitimidad. El sistema bipartidista de alternabilidad en el poder ha sufrido el embate de un reclamo representado por una variante independiente de organización ciudadana. No prejuzgamos el futuro de este movimiento como alternativa de poder, uno que por lo demás no se plantean, ni tampoco las acusaciones de manipulación –siempre en estos casos se intentan- ni las acusaciones de ser de izquierda o de derecha. Lo obtenido es que gruesos sectores de la población española probaron las mieles de la movilización y tomaron conciencia de algo que he repetido indispensable para la renovación del mundo: que los ciudadanos tienen el poder y deben ejercerlo.
No tiene sentido hablar del resultado de las elecciones que sucedieron a la sacudida, más bien de la reacción del 19-J que muestra como poco probable un abandono por efecto de resultados en las urnas o por la práctica de la alternabilidad. En este punto es necesario precisar que el movimiento no tenía como objetivo derrocar a un gobierno. El propósito, surgido al calor del momento, y más que propósito logro, fue ver a la gente sentada en círculos discutiendo sobre todos los temas y el más alto de todos por supuesto que la gente estuviera ocupando los espacios públicos para ello. Si alguna palabra deberíamos utilizar es repolitización de la sociedad española y eso se traduce como un despertar, como una ruptura con la costumbre de dejar que los políticos decidan y actúen en nuestro nombre.
Nadie puede esperar que un movimiento de este tipo se aparezca cargado de programas y con una definición certera del futuro. Podrán hacerlo o no, o simplemente cargarse de tal cúmulo de planteamientos que entre todos se hagan irrisorios. Ante esos señalamientos han llovido las respuestas. Me detengo en una, la reacción de “Democracia Real Ya”, uno de los principales grupos del movimiento, frente al llamado “Pacto del Euro 1” firmado el 11 de marzo y posteriormente ampliado como “Pacto del Euro Plus 2” y firmado por 17 gobiernos de la Eurozona y otros seis países. La crisis obligaba a la toma de medidas sobre temas como rescates y multas, las que fueron supeditadas por la UE al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), al Banco Central Europeo y en alguna medida al FMI. En otras palabras la UE procuraba combatir por esta vía los déficits excesivos y aplicar recortes a los gastos sociales con la consecuencial reducción del consumo, recortes salariales e incremento del desempleo. Así mismo, se determina la creación de un mercado financiero común que se estima no favorece los intereses del ciudadano y sí de las grandes corporaciones bancarias. La respuesta de DMY alega que las condiciones financieras y fiscales fueron usurpadas a la soberanía de los pueblos, estableciendo, a mi entender, una contradicción falsa entre las decisiones supranacionales y el poder ciudadano.
Parece no entender esta parte de los ‘indignados” que ya es imposible la resolución de los problemas en el ámbito nacional, que los Estados-nación son impotentes ante la magnitud de las crisis. He insistido en que el mundo marcha hacia una transferencia del antiguo concepto de soberanía hacia los órganos surgidos de los diferentes procesos de integración, en el caso europeo encarnado en la UE. No se trata de discutir en este texto sobre las medidas anunciadas y su real efecto, se trata de poner el ejemplo como uno claro de la caída del estado de bienestar y de un modelo económico e incluso político, si admitimos que las estructuras europeas son insuficientes por culpa propia, al no haber desarrollado sus instituciones hasta el límite de las exigencias de este interregno. La Constitución, por ejemplo, no podía ser votada nación por nación, debía ser votada por los europeos, aunque recordemos que en ella se obviaba todo pronunciamiento sobre una democracia renovada para seguir enfatizando en una democracia representativa.
Lo que quiero significar es que al igual que lo supranacional debe ocuparse de los grandes problemas por la superación de los límites de los Estado-nación y de sus capacidades, al mismo tiempo es menester la conformación de una sociedad civil supranacional. Por supuesto que los ciudadanos deben oír su voz e imponer criterios, pero lo que resalto como una muestra de imprecisión en DRY es contraponer la necesaria supranacionalidad de buena parte de las decisiones a la voluntad ciudadana nacional, cuando en el proceso de glocalización en marcha ambos elementos se conjugan, siempre y cuando deje de entenderse la nacionalidad como un envoltorio capaz de proteger, para pasar a otro concepto, el de nacionalidad europea, una que, en conjunto, debe tener a su alcance todas las posibilidades de ejercer predominio sobre temas de este “Pacto del Euro” tales como reforma del mercado laboral, edad de ir a pensión y todas las demás involucradas. El modelo económico fracasó, es lo que debería dejar claro el movimiento “indignado’. He allí el problema, no en falsas oposiciones.
Esta caída del modelo ha sido denominada “el colapso ralentizado de Europa”. Cierto es que el movimiento indignado ha comenzado a tener repercusión en otros países europeos, pero a veces las decisiones que los gobiernos van tomando al adentro de sus Estados-nación hacen perder la comunidad en la conjugación de programas comunes. Podemos admitir que estamos pidiendo demasiado a un movimiento de corta vida cuyas confusiones seguramente se irán disipando, pero señalarlas creo no le hace ningún daño.
Es, pues, menester, atribuirles el nacimiento de una conciencia de participación cívica, hasta tal punto reconocible que podemos asegurar que ha aparecido un nuevo actor histórico. Allí ha quedado palpable un cuestionamiento a la legitimidad de las élites políticas, mediáticas y económicas, una denuncia que de por sí transforma la realidad denunciada. El cómo desempeñará este rol está por verse, pero allí se ha asomado una posibilidad de democracia del siglo XXI, ante una democracia enraizada en los siglos XIX y XX. Las angustias por las formas y los procedimientos pueden parecer razonables, pero serán creados a medida de los avances de la teoría política que no tiene nada de estanque inamovible.
Tal como lo he dicho en innumerables ocasiones la crisis de representatividad ha hecho eclosión, ya no da para regular los conflictos sociales. Los viejos procedimientos, en especial los que se practican en la política de cada día y en las instituciones llamadas representativas, están agotados. Nadie venga a invocar formalidades a un movimiento naciente, a asegurar de nuevo que la única posible es una democracia formal, muchos menos en momentos en que la tecnología ha puesto a disposición de los ciudadanos un inmenso poder que puede convertirse en práctica de la nueva democracia más allá de servir para las grandes convocatorias. Sea el sostenido uso tecnológico o las formas que la imaginación humana consiga en el camino, lo cierto es que la vieja democracia ya no da para más y el nuevo pacto social deberá permitir a los ciudadanos sentirse como lo que son, los dueños del poder. Ello pasa por varios planteamientos que he repetido de manera insistente, como reducir de nuevo la economía al control de la política, mediante la reducción de los indicadores macroeconómicos a un nivel inferior al de una economía fijada en el desarrollo sustentable de lo humano. La glocalización es el marco donde se construirán las novedades políticas, sociales y económicas. De ello debe estar absolutamente consciente la juventud europea.
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