Teódulo López Meléndez
El enfoque cultural del proceso de globalización implica escapar de un economicismo trasnochado al que lo reducen algunos analistas. Si tenemos que mirar al mundo como un proceso multidimensional y a la cultura como el medidor supremo del desarrollo, podemos escapar de los simplismos. La construcción de una red de redes en diferentes planos interconectados debe llevarnos a una profundización de los peligros de homogeneización y al análisis de cómo la diversidad (tradiciones, lenguas, identidades) se insertan en esta nueva realidad global. El simplismo de que globalización es McDonald en cada sitio no parece apropiado para una investigación seria.
Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.
Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.
No puede pretenderse que la globalización, y menos la cultura en su seno, sea un proceso homogéneo. Por el contrario, es necesario esperar contradicciones y conflictos. Todo es aquí fragmentario, diverso, por definir. La cultura tiene que ver con todo lo creativo y cuando diversos modos creativos o formas de crear o resultados creados se encuentran se produce un enriquecimiento global. Es obvio que ello conduce a una heterogeneización agudizada, pero una ya preexistente en la condición misma de existencia de las culturas que se encuentran.
Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización, los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local.
Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que quiere decir una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica las interdependencias.
Frederic Munné, (De la globalización del mundo a la globalización de la mente) analiza el tema manejando puntos como las relaciones no lineales, dinámica caótica, organización autógena, desarrollo fractal y delimitación borrosa. Brevemente: la globalización no es una sucesión lineal de causas y efectos, de manera que hay que leerlo como un hipertexto, insiste Munné, señalando que “un contexto lineal o no lineal muestra realidades distintas: en aquél, la incertidumbre es desconocimiento que emana de la información faltante, mientras que en este pasa a ser fuente de conocimiento entanto que emana de la información emergente”. Caótica, porque estamos ante un sistema hipersensible a las variaciones, aunque sean pequeñas, lo que indica que subyace el caos, lo que paradójicamente lleva a concluir que no se está en un desorden sino ante la génesis de un orden. La complejización aumenta la posibilidad de organización dado que en lo local pasa a residir la creatividad emergente, de manera que no hay posibilidad de repetición de mimetismo o de clonación, puesto que al fractalizarse la sociedad genera una iteración creadora.
Lo que garantiza el progreso humano es una dialéctica de las culturas. Esta navegación global de las mercancías tiene, pues, un efecto limitado, si bien dentro de esa limitación modifica comportamientos, como lo hemos señalado, desde el lugar del trabajo hasta la manera de ejercerlo, desde modificaciones en la vieja organización familiar hasta cambios en la psicología dado que ahora tendremos una preocupación global adicional a las antiguos intereses. Todo eso es verdad y no negamos la existencia de un peligro, como siempre existió en todo cambio de la organización del hombre, en todos sus paso, desde lo tribal, a la Ciudad-estado, al Estado-nación, sólo por mencionar tres.
No olvidamos serios problemas, como la concentración de un monopolio tecnológico, los derechos de propiedad intelectual, las patentes o hasta las acciones intencionales y planificadas dirigidas a absorber o a implantar. Hay que ejercer la defensa y ello pasa por la selección de lo que se quiere absorber desde un ángulo de la multiculturización lo que permita reestructurar en beneficio de un desarrollo humano sostenido.
teodulolopezm@yahoo.com
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