Teódulo López Meléndez
El hombre busca su interpretación. Es probable –al menos lo queremos creer- que estemos en las puertas de un nuevo humanismo social. Todos los indicadores apuntan que en el mundo globalizado la cultura creativa del ser humano prevalecerá sobre otras consideraciones.
En verdad la globalización acentúa la propia identidad y provoca reacciones frente a lo puramente racional. Ejerce una presión para decidir cerca de uno mismo e invita al holismo frente al pensamiento unidisciplinario. Estímulos existen para que seamos optimistas frente a un proceso de reconsideración social del hombre. El destino indefinido es siempre incierto, pero la salida siempre pasa por un reconocimiento del sí mismo. Todo proceso de individuación conlleva a la autoafirmación y esta al pensamiento propio. Dicho en otras palabras, el hombre cínico y nihilista buscará ser protagonista de su propia historia y de la historia de los demás. Allí debemos dirigir nuestros esfuerzos.
Estamos ante un cambio social, uno crucial, pero uno que debemos mirar en la multiplicidad de ellos que se han producido. Para mirarlos se recurrió primero a la Filosofía de la historia y se desplegó una Teoría General de la Sociedad. Luego se introdujo la noción de evolución social y el materialismo histórico, finalmente, un concepto polémico de desarrollo. Ahora se asoma la tesis de la homogeneización, tal como lo hemos visto. Los escépticos elencan los eventuales males.
El sociólogo inglés neomarxista T. B Bottomore (Introducción a la sociología) trazó una diferenciación al colocar las teorías sobre la evolución social en dos vertientes, las lineales y las cíclicas. Entre las primeras, cita todas aquellas que hablan del cambio acumulativo, como aumento del conocimiento, de la complejidad y el movimiento hacia la igualdad socio-política. Entre las segundas aquellas que vuelven a una Filosofía de la Historia. Para él, sin embargo, es el aumento del conocimiento un factor determinante de un cambio social, tesis que se corresponde con lo que ahora vivimos.
Alain Touraine (Un deseo de historia) estudió la aparición de los valores y como impulsan la acción de las colectividades y fijó dos posibilidades para estudiar el cambio: historicista y evolucionista.
Antes que enumerar teorías prefiero referirme a la necesidad de una reflexión filosófica sobre el hombre, sin entrar en distinciones entre filosofía y cosmovisión. En cualquier caso es menester tener una visión de conjunto sobre el hombre y el mundo en que actúa. Así, las críticas que hemos advertido sobre la era industrial, con sus conjuntos alienantes, y para lo cual sirvió estudiar a Marx, nos llevan a bosquejar la globalización como una contrapartida del hombre-masa. Los fines estrictamente humanos desaparecieron en una sociedad industrial proclive a fomentar una existencia impersonal. Ese es el hombre que estamos heredando, el mismo que enfrenta la nueva perspectiva y al cual, creemos, hay que señalarle la imperiosa necesidad de conformar una voluntad.
Peter Sloterdijk (Esferas) ha trazado una “imagen de pensamiento” que le permita al hombre ser en el mundo como un espacio de apertura a lo ilimitado. Este es el principio cardinal que hago en mis consideraciones. Tenemos a un hombre dominado por la apatía y el conformismo con el consecuencial aplastamiento de la idea democrática. Lo que Sloterdijk busca es un nuevo análisis del dinamismo social (lo cual incluye todas sus facetas) y volver a definir lo que es real. Esto, es, la globalización carece de sentido si no se observa como objeto teórico lo cual implica reconstruir el motivo de la “esfera”. Hay que analizar, en consecuencia, el enfrentamiento entre la modernidad terminada y la globalización asomada y en vías de ejecución en una clave espacial, lo que quiere decir que la cultura en este nuevo mundo abandona un modo unilateral de actuar. Vamos hacia un mundo denso y así cabe definir densidad como la posibilidad de un agente de encontrarse a otro sobre el cual actuar. Y he aquí el elemento que los lectores seguramente se plantean: como es la estructura de los procesos de decisión que hacen pasar la teoría a la praxis. El hombre de la era terminada actuaba en la incertidumbre, una que continúa, sólo que ahora, el hombre debe pasar a ser uno que está en capacidad de auto aprovisionarse de razones suficientes para pasar de la teoría a la práctica. Y ello implica un proceso deliberativo interior, uno que excede a la aplicación universal de los derechos humanos, por ejemplo, más bien de la convicción pragmática de que significa libertad o moral. Así, la comunicación que sustituye a la información adquiere un rango ontológico, porque es de esta manera que el mundo podrá definirse para bien. Y para bien es que esa comunicación sea para poner frente a frente dimensiones donde los grupos sociales se obligan recíprocamente a desistir de actuar por un interés unilateral y, en consecuencia, a procurar entre todos el bien común.
Aún así las palabras crean mundo, conforme al antiguo adagio, y se habla, por ejemplo, de economías del conocimiento para abrir actividades de valor agregado intangible. Lo cierto es que cada vez es más notoria la presencia de organizaciones sociales participando en eventos de definición del futuro lo que hace realidad el entorno habilitador. Así saltan expresiones como sociedades de la comunicación incluyentes y equitativas, el rechazo a expresiones como el de “neutralidad tecnológica”, el apelo a una sociedad visionaria, el rechazo al desarrollo basado únicamente del rédito económico y el apelo a nuevos mecanismos para canalizar los recursos financieros de manera vinculada a la solidaridad social.
Los desafíos que el nuevo mundo plantea son tan abundantes como para retar al hombre a dejar su narcisismo, su encierro nihilista y su cinismo manifiesto en la era que termina y en este interregno de incertidumbre conservada.
teodulolopezm@yahoo.com
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