El justo aliado en la otra orilla del Mediterráneo




Teódulo López Meléndez

El comienzo, en Túnez, parecía marcar una diferencia con la tradición de golpes militares y de sustitución de gobiernos autoritarios por otros gobiernos autoritarios. Ahora subyacía un reclamo democrático y una exigencia de mejora en las condiciones de vida. Europa miraba los sucesos con su extraña persistencia en considerarlos ajenos, mientras Estados Unidos, un tanto más alerta, iniciaba un proceso de interés que bien podía dirigirse a la mediación y a la preservación de antiguos aliados.

El contagio a los vecinos tal vez hizo mirar mejor a través de la ventana. La crisis egipcia, particularmente, la espectacular caída de Hosni Mubarak por una revuelta callejera que partía de la emblemática plaza de Tahrir, desató el interés norteamericano por una inevitable transición y, en consecuencia, comenzó a mover las viejas piezas de los fieles para preservar sus intereses en un país que había sido el mejor aliado en el difícil equilibrio del Oriente Medio.

La historia la conocemos, con sus consecuenciales matanzas en Yemen, en Libia y Siria y con sacudidas en Marruecos y Argelia, en menor escala, y en Jordania y Bahrein. Corrupción, autocracia, desempleo, déficit de dignidad humana y falta de futuro para los jóvenes se habían conjugado en un coctel preciso que estaba produciendo la primera gran revolución del siglo XXI.

Los árabes, despreciados en su capacidad de movilización interna y puestas en dudas sus capacidades democráticas, estaban pasando, ante los ojos atónitos, por encima de los déspotas que habían recibido cheques en blanco de sus aliados occidentales para, supuestamente, mantener a raya a un incierto peligro islamista en el cual justificaban sus tropelías dictatoriales que les permitía mantener en los bancos de esta parte occidental del mundo grandes cantidades de dinero confundidas en las cuentas como propiedad del dictador específico y/o del Estado que regentaban. La juventud excluida salió a poner las víctimas para sacudirse la corrupción y la represión política y social.

Ante la evidencia de un derrumbe los analistas comenzaron a buscar antecedentes, como las revueltas argelinas de 1988, aplastadas como un hecho excepcional y circunstancial o a recordar que en Marruecos la vida diaria es muy difícil, mientras la caída del tunecino Ben Alí hacía ver a los árabes que por encima de los ejércitos poderosos una población en la calle podía labrar su destino, no sin poner una altísima cuota de víctimas, pero ya no importaba, se pondrían las víctimas, pero en esta ocasión nadie secuestraría la gran revuelta.

Por alguna parte se había colado un enfoque progresista de las cuestiones sociales, incluida la situación de la mujer. La tecnología había abierto los canales de Internet y de las redes sociales que fueron esenciales para las convocatorias -y también la de los teléfonos móviles- y para poner en los ojos de la juventud la ilusión de otra manera de vivir. Pero también la televisión, como el programa Bab al hara (La puerta del barrio) o las transmisiones de Al Yazira.

Se conjugaron, entonces, los núcleos urbanos juveniles, los grupos islámicos que entendieron debían montarse en el indetenible carro democrático, los ejércitos contagiados y divididos entre quienes debían lealtad a los viejos regímenes y quienes miraron los ojos de los jóvenes y lo entendieron todo, más las masas urbanas empobrecidas que midieron nada tenían que perder. El levantamiento a cualquier precio fue la orden perentoria emanada de la confusión y de la indefinición. La incertidumbre es lo propio de este tipo de sacudidas históricas. Hablamos de revolución árabe sin olvidar las diferencias de país a país, pero sin olvidar tampoco el obvio hilo transmisor que las une a todas.

El viejo socialismo encarnado en un líder militar o el fanatismo religioso fueron superados por un ansia democrática convertida en el motor esencial. Se trata de países islámicos donde ante los ojos de la incredulidad comienza a plantearse la identificación posible entre una religión calificada arbitrariamente de no apta para el ejercicio de la libertad y el camino democrático. No es por ello casualidad que los jóvenes agrupados en la emblemática plaza de El Cairo citaban constantemente a Turquía. La vertiente fundamentalista parecía derrotada, aún cuando los dictadores tambaleantes acusasen a Al Qaeda de estar detrás de las revueltas y aún intentasen vender a occidente esa versión que les permitiese seguir recibiendo la ayuda estabilizadora.

Obviamente lo importante era, y es, sacudirse las viejas formas políticas dictatoriales, pero el asunto de las nuevas formas sociales y económicas queda pendiente. Un régimen puede ser derrocado en días, pero la construcción de una nueva realidad sustitutiva toma décadas, de manera que la observación pertinente es que la revolución árabe apenas comienza.

II

Es necesario preguntarse si ella hubiese sido posible en el anterior cuadro de la realidad internacional, esto es, en el mundo aún no afectado por las transformaciones profundas o si ese proceso en el norte de África es la manifestación más conspicua de esos cambios, como también es posible preguntarse si es ambas cosas a la vez.
Recordemos la intervención norteamericana en Irak, la situación imposible de Afganistán y la irresuelta crisis israelí-palestina, desde el punto de vista de la vieja concepción militar, a la que debemos sumar la reciente crisis económica. Ciertamente la presidencia Obama marca un reconocimiento del nuevo cuadro que pasa por el abandono de las acciones unilaterales y la búsqueda de consensos y de responsabilidad compartida. La dura operación diplomática para involucrar a la OTAN en el caso libio es una prueba de ello.

Ciertamente la revolución árabe tomó por sorpresa a todos los organismos de inteligencia que esperaban no más que una represión violenta y el mantenimiento en el poder de los antiguos dictadores. Creemos que en el caso egipcio se hace más patente esta equivocación, pues nadie pensó que Mubarak podría ser echado del poder de la manera en que resultó.

El segundo elemento a mencionar es la heterogeneidad de las fuerzas que confluyeron para hacer posible la revuelta. Confluyeron prácticamente todas, desde los movimientos islamistas que entendieron debían incorporarse sin buscar excesivo protagonismo, los estudiantes y los jóvenes en general, las clases medias, las mujeres, los trabajadores, los militares y los intelectuales. Claro está, como ha sido mencionado hasta la saciedad, que el cansancio, la falta de oportunidades y una renovada ansia de libertad fueron los motores, con el firme propósito de derrocar a los antiguos regímenes y de obtener un sistema democrático, uno que sólo el tiempo determinará en sus formas y alcances. Es propio de todo movimiento de esta índole adolecer de indefiniciones. Sólo al paso de los años podremos medir su real alcance. Hay, sin duda, una modificación sobre el papel del mundo árabe en el mundo en surgimiento. Cuando se produzcan los sucesos que esperamos, queremos decir la caída de otros regímenes de la región, deberemos plantearnos si su nuevo e insurgente influencia será ejercida en común o bajo los parámetros de los Estados ahora existentes. La presencia islámica o el eventual brote nacionalista serán asuntos a considerar. Buena parte dependerá de la evolución del asunto palestino.

Un ingrediente a observar será la evolución del siempre presente petróleo. Países rentistas como Arabia Saudita han estado casi inmunes a la revuelta. Es obvio entonces que sobre el petrolero Golfo Pérsico hay que dirigir una mirada. Allí las reformas políticas son inexistentes, apenas algunos atisbos para adecuarse a la nueva realidad económica mundial. Bahrein y Omán están agotando sus reservas, pero en términos generales hay que recordar que la población del Golfo tiene una altísima población joven, que las tasas de alfabetización son muy altas y que cada día son más los egresados universitarios. Es muy difícil pensar que esta población no desee cambios drásticos de gobierno y de formas de vida. El miedo al contagio quedó de manifiesto con la intervención militar saudita en Bahréin.

Sea como sea, el punto focal del Golfo Pérsico es Arabia Saudita, por sus grandes reservas petroleras y su capacidad de producción que ayuda, en casos necesarios, a la estabilidad de los precios. Los insistentes llamados vía Twitter o Facebook han encontrado respuestas parciales, especialmente entre la población chií. La monarquía ha respondido con ingentes inversiones en infraestructuras, educación y sistema sanitario. Allí, como en buena parte del mundo árabe, hay que considerar el poder tribal. Arabia Saudita sigue siendo la incógnita de un extendido abrazo de las revueltas al corazón mismo del Golfo.

Se mencionan con frecuencia las muy buenas condiciones de vida de los habitantes de esta región como antídoto efectivo contra la posibilidad de un contagio. Sin embargo, dudamos que ello pese más que el descubierto poder de cambiar las cosas mediante las grandes protestas populares. El deseo de participación y de injerencia en la toma de decisiones sobre su propio destino parecen ya una marea indetenible. La posición norteamericana no es de apoyo incondicional. Europa, dentro de sus tradicionales vacilaciones, deberá entender perfectamente el papel a jugar en la transición hacia la democracia inicial, de manera especial con unos Estados Unidos recordándole que son los europeos quienes deben tener los ojos puestos en la evolución de los acontecimientos. El 45 por ciento del petróleo que el mundo consume sale de esa región aparentemente inmune llamada Golfo Pérsico. La importancia misma del petróleo determinará en alguna medida su suerte. Ninguno de los procesos árabes consumados ha amenazado en nada con una suspensión del suministro y si algún grito se ha escuchado contra occidente ha sido por excepción. El mundo árabe no ha dado muestras de rupturas o distanciamientos ni de diferencias irreconciliables con esta porción del planeta.

III

Los momentos de esplendor del mundo árabe parecían escondidos en la historia. La dominación de parte de la península ibérica y la extensión de la civilización islamo-árabe hasta los confines de Asia, la insurgencia tras las decadencias griega, romana y persa, el aporte inestimable a la civilización.

La ocupación bajo el imperio otomano, el colonialismo europeo como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la influencia dominadora gringa después de la Segunda. El mundo árabe apenas insurge en 1952 con el nacionalismo de Gamal Abdel Naser que hace retumbar de nuevo su voz en el mundo de mitad del siglo XX. Desde allí aparece el Gadafi del Libro Verde y la degeneración de la esperanza en dictaduras personalistas. De nuevo el mundo árabe decae y los vicios más atroces se instalan en monarquías hereditarias y en líderes socialistas convertidos en vulgares tiranos.

Pero el mundo evolucionaba y la revolución tecnológica de la comunicación, más el acceso al conocimiento, hacían su efecto sobre la juventud y surgían las preguntas y los desafíos. Ya no venía la información exclusivamente de los controlados medios oficiales, las perspectivas se ampliaban y los complejos establecidos falsamente sobre este pueblo comenzaban a agrietarse. No estaban condenados a la avaricia de monarcas o de dictadores que confunden el dinero del Estado con sus propias fortunas mal habidas, la libertad y la posibilidad de crecimiento humano comienzaban a empujar el renacer de una conciencia sepultada en el pasado.

Hay en curso una revolución en el mundo árabe. El amontonamiento de causas de todo tipo (históricas, políticas económicas, climáticas y sociales) lo ha hecho posible. Tiene pocos meses y sus verdaderos resultados tardarán años en verse, pero ya a nadie le puede caber la menor duda que los pueblos árabes han retomado un protagonismo de la historia y que pueden darnos grandes aportes civilizatorios. No se tiene un pasado de esa magnitud para despertar y caer de nuevo en el letargo. Sobre el Mediterráneo deberá Europa observar, desde su desfallecimiento, el renacer de quien no es su enemigo sino el justo aliado para una alianza de civilizaciones que conforme al planeta del siglo XXI.

teodulolopezm@yahoo.com

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