Teódulo López Meléndez
La universidad, en términos globales, dejó de ser el único centro de educación superior y de investigación científica. Es su pérdida de hegemonía la que la sume en la presente crisis. La universidad con las atribuciones que le endilgó el siglo XX ya no puede continuar. Ello se manifiesta en nuestra propia realidad. Es de allí que un gobierno venezolano como el actual trata de intervenirla para hacer de ella un centro de ideologización favorable a su proyecto y es de allí que una universidad con los ojos tapados no percibe que no se trata simplemente -vía recorte de recursos- de un intento de doblegarla, sino de un propósito que encuentra sus bases en el objetivo claro de ponerla al servicio de un proyecto aprovechándose de su crisis incomprendida por los propios factores que la dirigen.
De aquí se desprende que el sostenimiento de una lucha en procura de que el Estado renuente financie lo que no quiere financiar, con todas las implicaciones que ello ha conllevado en la historia reciente, es una muestra clara de incomprensión de su propia crisis. La limitada solicitud de los estudiantes por mejorar un comedor o el transporte es una muestra de falta de visión.
En el primer mundo las universidades siguen siendo las formadoras de élites porque allí aún se sostiene un proyecto de país y estas instituciones están perfectamente insertadas en él, aunque para ello cobre matrícula generalmente muy alta. La universidad venezolana ha reducido considerablemente su producción de cultura y de pensamiento crítico lo que la coloca en una situación de pérdida de legitimidad y la hace vulnerable. No es, pues, sólo el enemigo externo encarnado por un gobierno que sí sabe para que la quiere, sino también, y en el mismo porcentaje, el enemigo interno el que las carcome.
La universidad debe tener autonomía para definir sus valores, pero no puede escapar a la confrontación con la realidad externa. La universidad ha perdido su carácter intelectual y su influencia sobre el marco social que la envuelve.
Mientras, entre nosotros, el Estado está dejando de considerar a las universidades autónomas un bien público a financiar, lo que tampoco puede conducir a una especie de privatización, sino a una toma de conciencia. Hay detalles específicos del presente régimen autoritario, pero también un enemigo interno, el que pretende conservarlas como fueron a lo largo del siglo XX.
El deterioro de la universidad ha sido progresivo, faltan equipos, el personal profesoral está muy mal pagado y la investigación se ha reducido notablemente. La reacción de la universidad es responder con protestas frente al Estado que ya no la financia. Además, en esta pérdida de gran institución fundamental incide la tecnología misma con sus rápidos sistemas de información. El mundo se está aproximando a lo que hemos denominado una sociedad del conocimiento y ello exige capital humano formado y transferencia a gran velocidad de capacidades cognitivas. En este mundo que se asoma ha cambiado la relación entre los consumidores de conocimiento y de quienes se supone los imparten en la ya no única institución llamada universidad. Ya el poder del docente en clase no es tal. El poder es de las tecnologías pedagógicas localizables en Internet. Ya el conocimiento universitario se ha hecho insuficiente en la medida en que el mundo naciente exige conocimientos plurales de fuentes plurales para atender a un mundo que cada día deja más de parecerse al siglo XX. Es decir, el conocimiento necesario viene de espacios más abiertos que los cerrados de la universidad. Con la palabra “empoderamiento” describía en mi último libro publicado el clima general de absorción de su destino por parte de los pueblos. Ahora, en pocas palabras, la valoración que el cuerpo social naciente hace de la universidad no es el mismo del siglo pasado y ello conduce a un cuestionamiento que debe ser atendido mediante nuevas alianzas extramuros por parte de las universidades. Aún una universidad que produjese ciencia estaría cuestionada, pues ahora estamos en medio de una fractura, una que la lleva a defenderse de las circunstancias por medios equivocados y a encerrarse en una impermeabilidad que la limita a la defensa de la autonomía y de la libertad de cátedra sin darse cuenta que no podrá conservarlas si no entra en una reforma muy profunda.
En este sentido, el presente gobierno quiere atar estas instituciones a un proyecto que conocemos, mientras la universidad anda al garete sin uno que asumir. Más aún, incapacitadas de tratar de generar uno. En consecuencia hay que redefinir lo que es universidad. He dicho que la reforma deben hacerla los universitarios sin interferencias y por ello he sugerido que bien pueden cancelarse los pasivos y deudas y exigir que esa reforma las haga adaptarse a los tiempos presentes y a su colocación en lugares importantes entre los centros de conocimiento del mundo.
Una universidad incapaz de autointerrogarse no encontrará las puertas de salida y será presa fácil. La mejor prueba son los movimientos estudiantiles que limitan sus exigencias al comedor, al transporte y a las becas, necesarios todos sí, pero que muestran una cortedad mental prueba eficiente de que la universidad no los está formando debidamente.
Si la universidad es incapaz de inquietar hacia una transformación ideática, por una vía u otra el Estado que la financia le impondrá su propia concepción. Más aún si insiste en mantenerse tal como fue, pues ello equivale a asumir el proyecto de un país que ya no existe. Si la universidad no reacciona y no va a reforma terminará de perder toda legitimidad. Entonces no cabrían más que los buenos deseos de que la orientación sea democrática, consciente y alentadora hacia la libertad y la pluralidad del conocimiento.
teodulolopezm@yahoo.com
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