El mundo del presente




Teódulo López Meléndez

La Unión Europea actúa, lo que no se sabe bien es hacia dónde, tal vez hacia la mera sobrevivencia. Una rápida mirada al año 2010 nos muestra cumbres con China y con el conjunto de Asia, participación en el G-20, las conferencias de la OTAN, el encuentro con África, las reuniones con Rusia y Ucrania y sus intervenciones en la reunión sobre el cambio climático en Cancún. El listado no pretende ser exhaustivo, lo que quiere significar es que Europa tiene una presencia, una comprendida dentro de las características de este tiempo: la fuerza militar ya no mide la influencia, lo hace la economía, en el caso europeo una tambaleante que nos ha deparado numerosas crisis, tal vez teniendo como eje central, a su favor, la preservación del euro.

Sin embargo algo falla en Europa y seguramente las razones las encontraremos en los numerosos traspiés en su avance hacia la unidad política. La Unión Europea no ha podido avanzar hacia una consistencia que le permita utilizar adecuadamente su red comercial y su aún existente poder económico. El ejemplo más avanzado en integración continental parece ser víctima de una falta de aliento debido a una clase dirigente mediocre. Su política exterior es vacilante y sus graves problemas de envejecimiento poblacional le impiden definir políticas de seguridad, de inmigración y, en términos generales, sus intereses superiores.
En noviembre de 2010 la Unión Europea, celebró –si contamos desde los primeros pasos- 61 años de existencia. Lo hizo, desde la OTAN, adoptando lo que denominó un nuevo concepto estratégico sobre seguridad y defensa y reiterando el principio de la ‘defensa mutua” al tiempo que se detenía en los misiles de largo alcance o en la seguridad energética y dando un paso hacia Rusia invitándola a unirse al escudo antimisilístico. Si entendemos bien, apenas a finales de 2010 Europa cesa la guerra fría con Rusia y tranquiliza a los ex miembros del bloque soviético reafirmando el artículo 5 del Tratado de Washington, esto es, el ataque contra un aliado es contra todo el bloque. Luego, la reafirmación de lo existente con o la realización de operaciones de defensa fuera o dentro de su territorio, lo ya visto en Afganistán. En definitiva, un reconocimiento tardío de la realidad del mundo actual donde la tendencia es a la constitución de una policía supranacional, no sin mantener las reservas con Turquía, un viejo vicio europeo que no termina de comprender que ese es el punto clave del mundo en formación. La insistencia alemana sobre lo innecesario de la disuasión nuclear encuentra en París su más fiero oponente, pues París no quiere renunciar a su propio arsenal y menos a entrar en la tesis de que el propósito de los aliados es un mundo sin este tipo de armas. Una contradicción cuando se admite que ya el poderío militar no es el punto clave de la conformación de un poder real. De hecho, Europa no aumenta sus gastos de defensa, tiende más bien a congelarlos, a pesar de su industria armamentista que encuentra salida hacia los otrora llamados países del tercer Mundo y hacia sus propios miembros, siendo inmoral en el caso de Grecia y Turquía.

Encontramos el reporte del conservador Consejo de Relaciones Exteriores Europeo (ECRF) de octubre de 2010 donde se plantea que Europa dejará de ser unipolar y que la seguridad pasará por un triángulo UE-Rusia-Turquía. En resumen, se plantea una marginalización de Europa al reducirse su papel –sólo de compañía en las que creemos últimas operaciones militares norteamericanas como lo es Afganistán- debido a los alcances del entendimiento ruso-americano y al tardío reconocimiento europeo de la existencia de un mundo muy diferente. Otros hablan de un eje París-Berlín-Moscú, en el cual no creo tengan ningún interés los rusos, plenamente integrados a la comunidad internacional y a un entendimiento cada vez más profundo con los Estados Unidos.

Podría argumentarse que una guerra nuclear no existe como posibilidad como no existe entre las grandes potencias agonizantes. Las posibilidades de conflicto podrían estar en el nordeste de Asia, en el África subsahariana o en el cinturón de quiebre euroasíatico, todo girando en este último sobre la crisis palestino-israelí, la carrera nuclear iraní y en menor caso el conflicto de Líbano. En el nordeste de Asia es evidente que nos referimos al conflicto intercoreano y en menor grado al permanente reclamo chino sobre varias islas bajo dominio japonés y el no resuelto problema entre China y Rusia sobre las islas Kuriles. El reclamo chino sobre Taiwan creemos se resolverá por la vía del diálogo.

En África Subsahariana hay un potencial para guerras localizadas. Desde allí opera Al Qaeda y el listado de Estados inviables es larga, así como la de conflictos que se han extendido por tanto tiempo que bien podemos hablar de enfermedades crónicas.

Es obvio que los problemas exceden a la geopolítica, como el narcotráfico, el terrorismo, el cambio climático o la crisis económica aún burbujeante, pero hemos insistido en que en el mundo en transición las viejas concepciones de poder deben ser tomadas en cuenta. Hay problemas globales geopolíticos inclusive en la determinación de zonas donde la pobreza extrema conduce a inestabilidad política. Los recientes sucesos de Túnez -aún inmedibles en su eventual contagio- nos hacen preguntarnos sobre el destino de la “teocracia de poder”. En América Latina algunos problemas fronterizos de larga data no parecen preocupantes en cuanto a enfrentamientos bélicos que sabemos –inclusive si estallan- duran muy poco. En términos de duración el reclamo boliviano de una salida al mar no indica, inclusive por la flaqueza boliviana, la posibilidad de un conflicto armado.

La reagrupación sigue su curso, como en el caso del BRIC, con la interesante invitación a Sudáfrica a incorporarse a su última reunión o el caso del subgrupo ISBA (India Sudáfrica, Brasil) o las coincidencias entre Brasil y Turquía sobre el programa nuclear iraní. El anuncio de retiro en 2014 de Afganistán o las conversaciones con los talibanes hacen imprecisos los eventuales resultados de esa intervención armada.

En medio de este proceso sigue lenta, por no decir paralizada, la construcción de un orden mundial sustitutivo. China y Rusia, entretanto, han logrado un modus vivendi, con desmilitarización de sus fronteras y un compartir de influencias en Asia Central. India y Japón se aproximan ante la irrupción china. Son todos reacomodos en búsqueda de mejores posiciones frente al nuevo orden global.

Inclusive podemos anotar en este contexto la crisis intercoreana. Corea del Norte, con serios problemas inclusive de hambre, está gobernada por una especie de secta religiosa, pero si sacamos algunos pueblos como los kurdos podría generalizarse al decir que es la única nación asentada sobre dos estados, es decir, jurídicamente es la única nación que permanece dividida luego de la reunificación de Alemania y Yemen. Esa división sigue siendo una herencia de la guerra fría y una anomalía por resolver, si bien los orígenes se encuentran claramente en la invasión japonesa de China, origen que se mantiene en la actual crisis, dado que los herederos norcoreanos de aquellos hechos siguen en el poder en una especie de monarquía hereditaria. Y porque ven a los del sur como un apéndice norteamericano. No hay tropas extranjeras en Corea del Norte, pero sí miles de soldados norteamericanos en Corea del Sur. Mientras se siga mirando al Norte como un problema simplemente de desarrollo de armas nucleares no habrá arreglo. Por supuesto que su régimen es una dictadura de las peores y su récord en derechos humanos incluye todo tipo de violaciones. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos del tema creen que con un proceso de distensión el régimen podría evolucionar hacia un proceso parecido al chino.

No creemos en la posibilidad de una guerra intercoreana y mucho menos en una repetición del conflicto anterior, pero la cuestión coreana es un ejemplo claro de cómo deben cambiarse los paradigmas en un análisis de agonizante geopolítica. Hay dos ejemplos de desarrollo económico en la región: Taiwan y Corea del sur y dos ciudades estados (Hong Kong y Singapur), todos conocidos en su momento como los tigres asiáticos” o Nic's (Newly Industrialized Nations), hoy con un crecimiento muy moderado o de estancamiento, pero que conservan la bonanza alcanzada. En el sudeste asiático aparecieron los llamados “jaguares”, Indonesia, Malasia, Tailandia e inclusive Vietnam, con un importante desarrollo económico. Lo que queremos significar es –incluida China, por supuesto- como la zona Asia-Pacífico ha adquirido un relieve determinante donde existe una vieja herencia por resolver: la crisis intercoreana.

Frente a la complejidad del mundo naciente, y mientras nace un poder supranacional, asistimos a un multilateralismo que no puede ni debe ser definido como multipolaridad. La mitad del crecimiento económico de los últimos años se ha producido en los países denominados emergentes y en desarrollo. En consecuencia hay un desplazamiento, y hasta podríamos decir democratización, del poder mundial. Aún así, allí están los países pobres con baja renta per cápita y con bajas tasas de desarrollo, en total unos 25 países que pueden catalogarse como de pobreza extrema. Las cifras son contrastantes en este reacomodo. Por ejemplo, el 37 por centro del comercio mundial está en los países en desarrollo. Al interior mismo de los países crece la desigualdad, aunque las cifras de la pobreza disminuyen. Queremos indicar la profundidad y velocidad de los cambios. Un caso de particular ejemplo de país emergente es Sudáfrica, hasta el punto de agregar al viejo BRIC la letra S para convertirlo en BRICS. La presencia de este país se producirá en Beijing el primer trimestre de 2011.

Es obvio, en cualquier caso, que no existe aún un sistema de gobernanza global y que los cambios en las instituciones de internacionales a globales se están retardando de forma preocupante. No existe una fiscalidad para los problemas globales con autoridad suficiente de tomar un rumbo convincente, incluido un asunto fundamental de nuestro tiempo, las migraciones humanas.

teodulolopezm@yahoo.com

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