Teódulo López Meléndez
Los ciudadanos tenemos como sacudirnos a un poder que nos oprima. Sin embargo, muchos pueblos que quieren liberarse de un poder opresor no hacen otra cosa que incurrir en la servidumbre voluntaria. Muchas veces sucede porque el problema excede a cortar la cabeza de la tiranía y así liberarse de ella porque quedaría a la muestra de todos un cuerpo social deforme.
Lo hemos visto en la primera reunión de la nueva Asamblea Nacional, muestra inequívoca de que este país no tiene una clase dirigente. No basta así con el rechazo a la dictadura sino con un proyecto que vaya mucho más allá y que implique la transformación del cuerpo social que celebra el circo ante sus ojos presentado.
Es entonces necesario un cambio total de la mirada y el encuentro de una línea de fuga que vaya hacia la conformación de una alternativa que excede al régimen para incluir la edificación de una nueva comunidad. Lo que se mostrado es una desnudez pavorosa de la cual hay que desertar.
Así, la pregunta no es por qué se rebelan sino por qué no lo hacen. Alguien dijo una vez que ese era uno de los problemas fundamentales de la filosofía política, esto es, por qué los hombres pelean por su servidumbre. La respuesta está dada, seguramente, en que el cuerpo social decapitado se vería muy mal ante el espejo. De manera que aquí podríamos argumentar que es bastante probable que la mayoría del país ya no esté con el régimen, sólo que no sabe lo que eso significa.
El régimen ejerce una disciplina que incluye las salidas al recreo de los alumnos, verbigracia “debate” en la Asamblea Nacional. Cuando los diputados se desgañitan en sus peroratas lugarcomunistas responden a una compulsión interna dictada por esa disciplina. Esto es, los diputados actuantes se disciplinan a sí mismos y se entregan y con su elocuente discurso producen el dominio desde su subjetividad.
La congregación vengadora que celebra se le haya dicho cuatro lugares comunes al régimen
podría ser transformada en multitud impositora. Eso es lo que más teme el régimen totalitario y alimenta el espectáculo desde la propia mediocridad de sus propios diputados. En otras palabras, el régimen totalitario trabaja sobre la base de controlar, pero no de destruir, pues se perdería el equilibrio de las apariencias y las armas mismas del control. Podríamos decir que coloca a la “oposición’ descontrolada en un “no-lugar”.
Al mismo tiempo, satisface un anhelo largamente aplazado por los controlados, el aparente compartir del éter. Esto es, el acceso a la pantalla. Una vez entremezclados los dos sonidos de la polarización dañina se convierte el dominado en algo menos que un residuo. No hay nada más democrático que ofrecer el éter.
Es por ello que, en frase seguramente incomprendida mientras hablaba de insurgencia, llamaba a un término ontológico. Lo he dicho así: la política no se hace de afuera hacia adentro, se hace de adentro hacia afuera. El régimen se nutre de la superficialidad de los componentes sociales. Cuando todo a ese cuerpo le parece lo más natural del mundo, y se despliega a exorcizar con insultos, ha hecho exactamente lo que el totalitarismo del siglo XXI permite, es decir, el brote de la superficialidad y ejecuta lo que totalitarismo quería, el abandono de toda imaginación trascendental.
Llegamos de esta manera a una incoherencia de gran coherencia. El poder se ha desplegado sutilmente y la conformación social lo retroalimenta. El régimen, así, ha creado su propio modelo ontológico al cual hay que oponer otro mediante otras medidas de valor y hacer que lo trascendente vuelva a determinar las formas, las medidas, los procedimientos y el comportamiento.
He dicho que no espero un milagro en el sentido de que el cuerpo social venezolano se haga otro muy distinto. Creo que basta llamarlo a la insurgencia, como lo he estado haciendo, una que implica el reclamo y la readopción de la trascendencia política.
Es aquí donde los venezolanos deben compenetrarse con la idea del rechazo como poder político. Creen no tener uno o creen ser activistas democráticos emocionándose con lo banal, sin percibir en toda su magnitud la gran fuerza del rechazo. Es por eso que digo que no basta ser mayoría, sino saber para que se es. Para ello es necesario no aplaudir a la mediocridad y darse cuenta que la primera tarea no es salir del dictador, sino reactivar la fuerza de la imaginación y colocarse en un plano superior sustitutivo. El poder de rechazo hará evaporarse al dictador. Podríamos denominarlo más gráficamente aún, como una consolidación del deseo.
Como transformar ese deseo en una realidad sólo se puede mediante una diseminación omnilateral. La acción común es irrepresible y no me refiero a una multitud enfrentando a una fuerza de disuasión o represiva, me refiero a la constitución de una voluntad común dado que aquí no se trata de una dictadura militar más sino de una envuelta en ropajes ideológicos. Hablo de una capacidad para derretir los “valores” que vienen del poder omnímodo. Si queremos llevarlo al lenguaje de hoy, el asunto radica en llevar lo virtual a real. He dicho muchas veces que las realidades se construyen. Lo que estoy diciendo es que debemos reemplazar una capacidad reactiva o negativa por una capacidad positiva de imposición instituyente de formas distintas. El poder político del rechazo para ser efectivo debe irse autoadecuando al no permitir que el régimen seleccione y extinga los impulsos liberadores e imponiéndole su reducción aparentemente imperceptible hasta que se haga residuo. La multitud creativa tiene facultades de los que no dispone el poder.
Los valores que crea la multitud o alimentan o desgastan a este nuevo poder totalitario, inédito y de manejo múltiple de la represión. Quitarle el dominio del cuerpo social y reducirlo a mero poder encerrado en sí mismo, es el camino. Para eso la multitud debe liberarse y entonces el poder entrará en un decline indetenible. Lo demás es ejercicio estratégico y variantes tácticas sobre la praxis del accionar político.
teodulolopezm@yahoo.com
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