En agonía / Un libro de nuestro (confuso) tiempo



Lagos Nilsson


www.surysur.net

Se lee en la contratapa de la edición impresa: "En agonía es un cuadro despiadado y terrible de Venezuela. Para describirlo, Teódulo López Meléndez recurre al iluminado alegato de un sabio que lucha por salvaguardar la palabra y recuperar el silencio en medio del imperio de la vulgaridad y la incultura vociferantes que lo circunscriben bajo el apelativo revolucionario en el pleno siglo XXI venezolano".

Puede ser; mas también puede ser que la novela refleje un imagen más compleja. Y en cierta forma terrible.

Algo, preliminarmente, debe decirse del autor –abogado, poeta, periodista, ensayista, traductor–: nunca elige los caminos fáciles; la soledad suya no es un estado de ánimo, no obedece al "rechazo y me voy" de las tormentas románticas. TLM rechaza, cierto; pero batalla. Y En agonía es el campo elegido para esa batalla, de ahí que casi a cinco años de publicado, la casa editora vuelva a ponerlo en circulación.

Metáfora: tal vez haya que colgar a alguien por sus ideas. Nuestra especie es ducha en eso: se mata por gloria, por riqueza, para "salvar a los pueblos", para conquistar otros pueblos, por ideas y por falta de ideas; se mata porque da la gana de matar, y la religión, el deporte, la ambición o la política no son sino los medios que entregan el gatillo o la cuerda, el potro del tormento o el misil teleguiado.

La pregunta, así, es: ¿se condena o ensalza a un escritor por sus ideas? Digámoslo de una vez: sí, es lo habitual.

Hecha la advertencia cabe –y aquí no hay metáfora alguna– decir que quizá deba, leerse este libro como una diatriba feroz contra el socialismo del siglo XXI y la revolución bolivariana. No es menor –tal vez menos evidente– el libelo implícito que denuncia el "estado de las cosas" que hizo germinar la realidad que a TLM duele. Pero ¡cuidado!: cualquier representación de un realidad deja fuera del marco parte de esa realidad.

El concepto de aristocracia fluye a través de la historia –de la historia humana, de los grupos humanos y de esta novela– y es más fuerte cuando se lo precisa más allá de eventuales derechos divinos y de sangre.

También suele ser excluyente. Un tango dedicado al bandoneonista Aníbal Troilo establece una "aristocracia arrabalera" con tanta propiedad como el arte de apropiarse, explotar y matar consagró una "de la espada". Los alquimistas pasado el medievo fueron más allá: sostenían que bastaba con saber de sus trabajos –saber en realidad que eran ellos sabios–para que a esa persona se le facilitara el progreso espiritual; en su mayoría eran alquimistas cristianos... En su raíz el término aristocracia marca una diferencia que significa superioridad.

Sea como característica de clase, sea como regodeo sectario, lo aristocrático se mide y mide al que está afuera según parámetros imposibles de soslayar y que no admiten comparación. La aristocracia es un estado del alma, y resulta inútil plantearse la disyuntiva de si se logra ese estado a partir de las condiciones objetivas que informan la vida del aristócrata o si su ser lo condiciona el mundo que habita.

Se lee también en la contratapa: "Es también la síntesis documental y literaria de los peligros que acechan al humanismo y que amenazan con convertir al hombre en excrescencia decimonónica, por la vía del retroceso histórico o en híbrido cibernético en aras del progreso tecnológico futurista". Hasta aquí las reflexiones muy generales que surgen tras una primera lectura de En agonía.

Dice TLM entrando a novelar: "No, no comenzaba nada, ni siglo ni milenio. El mundo había terminado en algún punto indefinido. Precisarlo era una absoluta sandez". Sin embargo el precisamiento del mundo es, creemos, la médula de la escritura del libro que nos ocupa.

Como no lo había hecho en sus obras literarias de ficción, en esta novela es donde (mejor o peor, según la óptica) el necesario y riguroso desvarío literario se encima y fluye a parejas con la voluntad ensayística que en otros textos ha demostrado el autor.

Afirmaban los ingleses cuando estaban a la cabeza de Europa y podían decir que mar inglés eran todos los de la Tierra, que para calibrar a un hombre había que ver no bajo qué bandera luchaba, sino cómo peleaba por ella –una manera casi elegante de justificar piraterías, invasiones y masacres, por una parte, y por otra un canto al individualismo relativista–. Puestos en el lugar de ese observador, entonces, no cabe sino decir que TLM es valiente al asaltar a contrapelo su tiempo.

Está intacta la prosa –a ratos difícil, a ratos recargada, a ratos diáfana, siempre exigente– de novelas anteriores: Selinunte, El efímero paso de la eternidad, La forma del mundo o El intedetrminado de cabeza de bronce (quizá su obra más lograda), pero si en aquellas la ficción envolvía la entrega ideológica –los valores, la estética, la nostalgia y lo utópico– En agonía lo ficcional está al servicio neto de lo ideológico:

"Le quedaba la realidad histórica, esa sí que podía ser narrada y las palabras fáciles de encontrar. Corrupción, robos, malversación, militares corruptos, políticos ladrones, dictadura, pillaje. Pero no bastaba. La preocupación trascendente, la intemporal, la visión sumergida en lo que sería el gran tránsito de lo humano hacia la nueva densidad, debía ser plasmada y era allí donde las palabras se mostraban en toda su flaqueza. La tragedia del entorno terminaría alguna vez, todas las tragedias siempre terminaban aunque los hombres comenzaran otras para vivir en un eterno presente trágico".

¿Condenar al autor –y la obra– porque se trata –para usar la terminología venezolana actual– de un "escuálido"? ¿Quizá un sedicente golpìsta? ¿Un reaccionario? ¿Un ciego ilustrado? O, al revés, ¿aplaudirlo porque representa lo verdaderamenme democrático frente a los recién llegados instalados en los municipios y Miraflores? ¿Porque en él –y la obra– campean los valores del más craso humanismo? ¿Porque su cultura es libresca y utiliza sin problemas tetrasílabos? ¿Tal vez porque es blanco?

Sostuvimos en el primer párrafo de esta breve reseña que podría tal vez encontrarse algo terrible en la novela. Y es esto: no más allá, sino por causa de las contingencias sociales y políticas que palpitan en Venezuela, e independientemente del pensamiento del autor y sus eventuales detractores o claque, En agonía nos pone de golpe frente a un monstruo develado: el tránsito de una sociedad conocida, y por tanto descriptible, a otra que todavía no muestra su forma ni sus estructuras.

Como piensa un personaje: "La realidad real es siempre el vómito de un tiempo específico". TLM intentó una obra política –no exenta de méritos literarios–; como un navío más allá del puerto y de las rutas de navegación, pretendió una crítica y barrer con las piezas del tablero para armar otro juego (en otro tablero y con otras piezas). No lo consiguió.

Le fue imposible ir más allá de la circunstancia y las agonías de la transición; quizá olvidó –es posible que lo haya olvidado– que los períodos de transición histórica (como aquellos entre el Negro y la Obra al Blanco –o de ésta a la roja– en alquimia), suelen exceder largamente los cánones de las medidas de las generaciones envueltas en esa transición.

Notable resulta en todo caso "la historia novelada de un escritor desdoblado en la alteridad de sus personajes como juego especular simultáneamente veraz, delirante y onírico". Una historia que además prueba no se terminó "la época de los grandes relatos que explicaban la historia".

Teódulo López Meléndez, En agonía.

Editorial Ala de Cuervo, Caracas 2005, 241 págs.

www.aladecuervo.net

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