por Teódulo López Meléndez
El investigador y técnico italiano Giampaolo Giuliani predijo el terremoto que sacudió el centro de Italia. Fue acusado de todo –imbécil y loco, fue lo mínimo- y se le abrió un procedimiento penal por incitar al pánico. El terremoto llegó 24 horas después. Conozco bien la región de Abruzzo y por ello, más razones personales, he quedado muy impactado por lo allí sucedido.
Hay, sin embargo, más allá de la tragedia en sí, algo que me impresiona y es la cerrazón de la ciencia. Me he puesto a leer todos los diarios italianos y a buscar todos los videos que se han registrado. En resumen, Giuliani tiene un aparato que llama “Gamma Tracer” que mide las emisiones del gas tóxico “radón”, uno que emana de las grietas de la tierra. He logrado conseguir las declaraciones de Giuliani previas al seísmo y me parecen coherentes. El investigador asegura que los sismógrafos y demás menjurjes tiene en cuenta al gas, pero que no aciertan a utilizar la información para los casos de previsión.
Destruida L´Aquila, Giuliani ha vuelto a declarar en un tono de modestia impresionante. Alega que él es un simple técnico y que si todos los científicos dicen que los terremotos no son predecibles, pues es poca cosa lo que él puede hacer. La prensa italiana comenzó siendo objetiva frente a este episodio, pero ahora Giuliani prácticamente ha desaparecido. Otros medios alegan que Giuliani se equivocó porque había fijado el terremoto para varios kilómetros de distancia. Vaya precisión exigida. El director de Defensa Civil insiste en que “la ciencia es la ciencia”, para defenderse de sus declaraciones ofensivas anteriores y para curarse en salud. El inefable Berlusconi asegura lo mismo, para salvar a su gobierno de cualquier eventualidad acusatoria.
El caso de Giuliani –y conste que no hago ninguna comparación- me ha hecho recordar a Charles Darwin guardando por años su teoría de la evolución de las especies. A Leonardo Da Vinci contratando a unos árabes para que hicieran unos espejos cóncavos, lo que le mereció algunas acusaciones de brujería, cuando en verdad el más gran hombre que haya vivido andaba en la idea de construir un telescopio; nada se diga de su hábito de diseccionar cadáveres y sus increíbles dibujos anatómicos a los que la medicina debe de manera incalculable. Casi sería innecesario mencionar a Galileo.
No puedo asegurar que Giampaolo Giuliani tenga razón y mucho menos compararlo con los grandes hombres citados arriba, pero sí me permito reclamar para él el beneficio de la duda. En primer lugar desistir de la persecución penal y de abrir un expediente donde se convoque a analizar sus planteamientos. La historia de la humanidad está llena de negativas. La historia de la humanidad está llena de científicos despreciados por haber chocado con la ciencia oficial.
Los aprendices de brujo son quemados en la hoguera y ya no se trata de un hábito medieval. La quema excede a la ciencia para extenderse hasta el pensamiento. Y a las letras, bien recordemos a los poetas malditos. Lo establecido se defiende siempre acusando de herejes a los inventores. Charlatanes ha habido y los habrá, pero también es cierto que de charlatanes se ha acusado a grandes hombres. Arquímedes parecía un loco diseñando sus máquinas para defender a Siracusa. De materia oscura está hecho el universo, la quántica chocó con la teoría de la relatividad y aún todos se empeñan en conseguir la fórmula armonizadora.
Aprendices de brujo los ha habido en la teoría política, en la pintura, en la escultura y en todo tipo de investigación. Van Gogh no estaba loco, lo estaba su oreja. Se han escrito numerosas obras sobre libros prohibidos. Como tengo –siempre he tenido- gran interés por los alquimistas –me parecen una mina literaria- podría recordar innúmeros casos de tesis que dieron pie a la química y la farmacología moderna.
La ciencia que todo lo respondía en el sitial mágico de la razón se marchó con el siglo XX. La imaginación creadora aún no se ha abierto las puertas del siglo XXI, pero lo está intentando. Hoy la tecnología debe ser utilizada para colar el pensamiento y no dejar que nos reduzca a seres estáticos frente a la pantalla-ojo.
De manera cierta esta Semana Santa no parece sancta. Aparte del caso del aprendiz de brujo llamado Giampaolo Giuliani tomo notas sobre el viaje del presidente Obama a Europa, leo con detenimiento el último documento de la Conferencia Episcopal venezolana y veo al alcalde Ledezma pidiendo un derecho de palabra a la Asamblea Nacional. Giuliani es un aprendiz de brujo, la Iglesia venezolana es una que endurece –con absoluta razón- su lenguaje y Ledezma un aprendiz que no sabe escaparse de sus propios planteamientos.
Sin embargo, prefiero ocuparme de los aprendices de brujo. Son ellos los que mueven la historia.
teodulolopezm@yahoo.com
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