por Teódulo López Meléndez
Los hombres se entregaron a Dios, luego a la Razón, luego a la Utopía, luego a la Ideología, luego al Amor y han terminado en la adoración de las cosas. La constatación de los cadáveres es el signo de este tiempo.
Desde El banquete hasta La naturaleza del amor, desde Platón hasta Stendhal, desde Ovidio hasta Octavio Paz, desde aquella afirmación tajante de Hauden: "El amor es una enfermedad del cristianismo" hasta los improperios de Nietzsche; Denis de Rougemont, el psicoanálisis, Freud, Jung, Lacan, la Kristeva; ciertamente muchos se han ocupado del amor. La literatura sobre el tema hurgaba en su existencia, mientras ahora se pone en duda su salud: desde Rougemont, en El amor y Occidente, aunque termine su brillante ensayo con un inconexo alegato sobre el matrimonio y la fidelidad, hasta Paz en "La llama doble", quien se limita a admitir una crisis del amor y evade el punto culminante de su probable muerte.
Sabemos que el amor cortés nació en el siglo XII como reacción contra las costumbres feudales. El matrimonio era un mero negocio que permitía la anexión de tierras o la obtención de una buena dote. Contra esas prácticas el amor cortés instala una fidelidad independiente del matrimonio. Así, como bien lo destaca Rougemont, el adulterio está en la base misma de la concepción occidental del amor. Si el amor tiene una historia, sobre todo porque parece tener una fecha de nacimiento, es obvio que no pertenece al origen de los tiempos.
Esperamos, al menos yo espero, de un gran ensayista, una aproximación al Caos, no el establecimiento de un sistema impoluto que no admite contradicción. De Paz aceptemos la obvia diferenciación entre sexo, erotismo y amor, las dos últimas constitutivas de la llama doble que da título a su libro. Refutar a Rougemont no lo logra, cuando admite que el amor aparece al fin en el siglo XII. Asegurar que la antigüedad greco- romana conoció el amor, pero careció de una doctrina del mismo, es decir, de un conjunto de ideas prácticas y conductas encarnadas en una colectividad y compartidas por ella, para, al mismo tiempo, pensar que la teoría que bien pudo haber cumplido esa función, el Eros platónico, más bien desnaturalizó al amor y lo transformó en un erotismo filosófico y contemplativo del que, además, estaba excluida la mujer, es la admisión clara de que los griegos hablaban de Eros, de la llama alzada sobre la sexualidad.
Cada sociedad ha tenido necesidades, como la tuvo aquella del siglo XII en la que los poetas provenzales alzaron toda palabra a sublimar a la mujer y a alimentarse del imposible. El asunto está en preguntarse si la sociedad por venir necesitará el amor. Julia Kristeva, en Historias de amor, considera a la crisis como permanente, como mutación cultural, lo que ella denomina perpetua movible, agregando que el arte parece una crisis pero es siempre resurrección. Resulta apropiado recordar con Paz que la última escuela de este siglo fue el surrealismo; de allí en adelante sólo revivals.
El ensayista suizo nos recuerda que amar es sentirse en el límite, una preferencia íntima a avecindarse con la muerte considerada como una "verdadera vida". De esta manera el amor se convierte en un modo privilegiado de conocimiento. Lo que se ama es la conciencia, es decir, se ama partiendo de uno no del otro. La tecnología es el nuevo modo de conocimiento. Platón divinizó el deseo, como las civilizaciones anteriores a él. Nuestra civilización está sembrada sobre lo efímero, sobre la instantaneidad. Lo que viene está sembrado sobre lo virtual.
Por supuesto que debemos mencionar la purificación que del amor realiza el cristianismo por vía de la santificación del matrimonio. Recordemos, no obstante, la absorción que el cristianismo realiza de culturas y religiones. Lo que se quiere significar es que los occidentales vivimos en costumbres y hábitos culturales del más diverso proceder que tomamos como connaturales a nuestra psiquis. Dice Rougemont: "El amor apareció en Occidente como una de las repercusiones del cristianismo (y especialmente de su doctrina del matrimonio) en las almas en que aún vivía un paganismo natural o heredado".
La literatura fue, desde siempre, portaestandarte del amor. Como lo dice Paz: "El erotismo es sexualidad transfigurada, metáfora". Bien podría decirse que el amor es erotismo transfigurado, metáfora. En cualquier caso, lo que mueve al erotismo y a la poesía, como bien lo señala el mexicano, es la imaginación. La metáfora, recordémoslo, está más allá de la realidad en donde se origina. Los hombres, a la cabeza los poetas, inventaron a los dioses y al amor. La sociedad consumista ha degenerado lo imaginario a ley de mercado, como en el caso de la literatura “light”. Todo acto imaginario tenía visos de una realidad, como los mitos mismos, mientras en la tecnología se nos ofrece un retorno a la sexualidad suministrada y controlada por la máquina.
Si bien la sexualidad se separó del acto de reproducción hoy la ciencia ha llevado el divorcio al extremo con la fecundación in vetro y otros procedimientos entre los cuales se asoma amenazante la clonación. Puede que reproducirnos previo acto sexual se convierta en historia. Sí, es verdad que erotismo es sexualidad socializada, lo que podría permitirnos agregar que el amor es erotismo sublimado. Carne y sexo eran camino hacia la divinidad porque hay allí necesidad de otredad y lo sobrenatural es la suprema manifestación de ella, pero el amor se fue convirtiendo en ideología y en, muchos casos, en un mero problema político.
En el plano literario insistimos en que el amor se erigió contra el instinto y esta es siempre una operación confiable al espíritu. Es él el responsable de la mentira. Citemos a Rochefoucauld: "¿Cuántos hombres estarían enamorados si no hubiesen oído jamás hablar del amor? Dijo Rougemont: " Los sentimientos que experimenta la élite, y luego las masas por imitación, son creaciones literarias en el sentido de que cierta retórica es la condición suficiente de su confesión, es decir, de su toma de conciencia. A falta de esa retórica esos sentimientos sin duda existirían, pero de una manera accidental, no reconocida, a título de extrañezas inconfesables, de contrabando".
Paz diferencia: es la idea del amor lo que está en crisis y no el sentimiento. Me atrevería a decir que el sentimiento es también una idea. La Kristeva habla de "...algunas grandes ideas amorosas que han constituido nuestra cultura". Yo prefiero hablar de la cultura que ha constituido nuestras grandes ideas amorosas. No estoy negando que el péndulo se mueve, de hecho, en ambas direcciones, lo que quiero recordar es que la prohibición del incesto, por ejemplo, es una prohibición social histórica determinada por una idea con el propósito de crear una cultura o de una cultura para hacer estable una idea y la posibilidad de una estructura. En cualquier caso recordemos a Lacan: "El yo humano se constituye sobre el fundamento de la relación imaginaria". La inteligencia artificial degradará lo imaginario.
Interesa destacar la asociación entre el nacimiento del psicoanálisis y la crisis del amor. Al fin y al cabo lo estudiaron como locura partiendo desde Narciso o desde la histeria. En cualquier caso, el psicoanálisis saca al amor de la esfera divina o divinizable, dándole así una estocada crucial. Volvemos a la metáfora: el psicoanálisis transforma el amor en lenguaje, "en algo de lo que se habla" y, por supuesto, constata la mutación del discurso occidental sobre el tema. Como Kristeva lo dice: "La existencia del psicoanálisis desvela, pues, la permanencia, lo ineluctable de la crisis". Allí comienza a pronunciarse la famosa frase referente al "malestar de las civilizaciones" o "el mal moderno". En ningún caso, podemos olvidar este endemoniado entorno de banalización, desde la conducta social al papel degradante de los massmedia, es decir, no podemos ignorar la grave crisis representada por la disolución de la cultura. La Kristeva, que niega la crisis reconociéndola, habla, en cualquier caso, de hacer de ella un work in progress. Paz, aunque manteniendo su diferenciación entre sentimiento e idea y ahora llamando "imagen del amor" a lo que está en crisis, no deja de advertir sobre las consecuencias: "...sería una catástrofe mayor que el derrumbe de nuestros sistemas económicos y políticos; sería el fin de nuestra civilización. O sea: de nuestra manera de sentir y vivir". La modernidad está muerta; estamos en un limbo sin precisiones llamado posmodernidad. La generalidad de las civilizaciones o no tuvieron conciencia, o la tuvieron muy tarde, de que el fin estaba cerca.
Vivimos la pasión por lo efímero. Eros es realización súbita. No estamos sembrados en el deseo del absoluto. La mujer contribuyó al amor en variados periodos de la historia "liberándose", pero la de estos tiempos, la ha hecho perder "divinidad". La moral establecida hizo agua y es innecesario el matrimonio para adaptarse a ella. "Pasión" rima, en este limbo, con "degradación". Del amor queda una supervivencia cultural, una nostalgia. La noción de "incompletitud" bien puede sobrevivir, pero el mundo actual nos "completa" con la oferta consumista, con el "objeto" y la tecnología nos dará el "sustituto" con un nuevo imaginario perverso. El sexo adquiere matices particulares con enfermedades como el sida y la consecuente popularización de los anticonceptivos y la entrada de avances científicos como la reproducción por otros medios y las pruebas fehacientes de la posibilidad de la clonación. La liberación de las mujeres y la homosexualidad, temas políticos, han transformado la pasión en derecho. El amor es una posibilidad tecnológica, como lo presenta el llamado amor virtual. La libertad en el sexo no ha impedido la intromisión de la pornografía y de la prostitución, ambas manejadas por las leyes del mercado y piedra angular de la sociedad consumista; el sexo es hoy "público" y se asocia al bienestar a través de la publicidad. Las masas inertes son una realidad apabullante, ávidas de espectáculo, de estereotipos, rellenas de indiferencia. La felicidad es hoy un hechizo que "regalan" los massmedia. La llama doble de Paz es hoy una llama sencilla, la del erotismo, como dice Lipovetsky, "simultáneamente hedonista y ordenado". La persona, tal como la concibieron los más avanzados teóricos del cristianismo, como Theilard de Chardin, por ejemplo, ha sido diluida y sin persona no hay amor. De criaturas de Dios pasamos a ser resultado de la evolución y ahora simples mecanismos; parece que nos convertiremos en simples usuarios. Hay un intenso malestar social que ha conllevado a la crisis de la democracia. En Occidente el interés es el gran rector social. No estamos hoy en condiciones de lanzar tesis sobre la sensibilidad, diluida en las baratijas. Amar es limitarnos y la tecnología hace de lo ilimitado una nueva forma de barbarie.
Lo que caracteriza al amor virtual es el alejamiento. Amar significaba deseo de proximidad del ser amado. En la cibersexualidad el "amor" se manifiesta en rechazo a esa cercanía. Amamos porque el objeto está lejos, es condición indispensable que pueda desaparecer, que de hecho desaparezca, que no haya presencia del otro, dado que sería un auténtico "pecado" el que estuviese aquí. El amor virtual nos indica que el "otro" debe estar allá, distante. Ya no es necesario precaverse de la contaminación mediante el uso de preservativos normales. El cibersexo envuelve a todos en un gran condón universal. En el fondo, este espacio cibernético nos ofrece una gran masturbación que podemos manejar con el control remoto. Al fin y al cabo lo que la pareja de “amantes” recibe es información, una que, no satisfecha con su apropiación del mundo, asume también su conversión en sexualidad, erotismo y amor. Claro que podremos “tocar” al “amante”. El sentido táctil será incorporado, pero tendrá propósitos diferentes: el objetivo no podrá ser el orgasmo, dado que todo el proceso se basa en una sobreexcitación sin límites. En verdad todo es así en el nuevo proceso tecnológico. La inmovilidad a la que estaremos sometidos requiere una "compensación" con una excitación sin precedente de los sentidos. Como se ve la “reunión” de los integrantes de la pareja ocurre a distancia, en lo virtual, con un grado de estímulo difícil de lograr en la vida real, aún con el mayor esmero. Habrá “adicción” a ese sexo sobre seguro que trae incorporado, de antemano, el preservativo. Ya no es el "tacto" con el otro lo que prevalece, será más bien la "distancia". La tecnología hace del mundo una superficie plana sin límites, pero los aumenta drásticamente entre los seres humanos convertido cada uno en una especie de planeta. Esta repulsión por el otro tiene en la sexualidad una manifestación patética, pues lo que la caracterizaba era precisamente la conjunción de los cuerpos. Las consecuencias serán de todo tipo: ya no se limitará a la caída de una civilización, como si ello fuera poco, pues, incluso producirá cambios fisiológicos. No podemos pensar que esta masturbación no introduzca modificaciones en el cuerpo humano. Por lo demás, es necesario decir que el instrumento suplanta al órgano y los placeres vendrán de otra manera: tal vez el "mouse" sea el nuevo pene o una determinada tecla la nueva vagina y el orgasmo apenas una señal de las ondas electromagnéticas.
Si a ver bien vamos, no sólo desaparece el amor, podríamos argumentar que el sexo mismo, puesto que ya no copulamos con el desemejante y el alejamiento de los cuerpos convierte el viejo encuentro en algo así como un juego electrónico. Esta acción no puede catalogarse más que de diversión, lo que no quiere decir que antes no lo fuera, incluso cuando estaba ligada a la reproducción, incluso cuando ambas cosas se separaron; digo diversión por intrascendencia. Sin embargo, hay aquí una distancia anulada: la que separaba el matrimonio del divorcio, puesto que si no hay uno tampoco habrá un segundo. Cuando los cuerpos se digan adiós definitivamente y cuando el placer multiplicado artificialmente por la máquina lleve los sentidos a nivel de contrapartida de la parálisis, ya no habrá cabida para las especulaciones. Viviremos entonces en una cibercivilización donde deberemos luchar por no sentirnos unos inútiles.
tlopezmelendez@cantv.net
Comentarios
Publicar un comentario