por Teódulo López Meléndez
Tal vez debamos ir hasta Sócrates: "Yo me imagino que nuestra alma se parece entonces a un libro". O tal vez debamos situarnos en un momento de esplendor de la Razón, pues es Kant quien afirma que el objeto es aprehensible sólo por medio de representaciones. Luego Heidegger proclama al lenguaje como la casa del hombre y agrega: "El que habla es el lenguaje, no el hombre...". En realidad el llamado proceso de deconstrucción comienza en la búsqueda heideggeriana. En cualquier caso, la filosofía comenzó a moverse de sitio, hacia el lenguaje, y comenzó por el intento de trasladar a él el objetivismo cientifista, como en Saussure. De allí en adelante Levi-Strauss, Foucault, Barthes y otros cuantos. En otras palabras, se inició la traslación del ansia de saber de lo epistemológico hacia la hermenéutica. Digámoslo así: se dejaron de lado los ojos que se fijaban en los principios del conocimiento humano para volcarse sobre la interpretación de los textos. Lo ontológico comenzó a ceder espacio; la búsqueda de una esencia de la realidad total, incluidos universo y vida, fue cayendo hasta una imbricación entre filosofía y lenguaje, hacia una reunificación que borraba el divorcio sembrado por Platón. Así, la reflexión filosófica es hoy fundamentalmente estética.
Sin embargo, los polos no pueden fijarse entre epistemología y hermenéutica. Así como la física tradicional encontró su rubicón en la física cuántica, esto es, en la suplantación de la certeza por la probabilidad, así mismo la mirada sobre el lenguaje dejó de lado el objetivismo cientifista para introducirse en una desenfrenada deconstrucción, ya no apenas entrevista como en Heidegger, sino con pretensiones de respuestas de tal magnitud que el hombre mismo, y su mundo, parecen disolverse en la nada, tal como la cuántica no encuentra los fundamentos elementales de la materia para concluir que todo se reduce a campos de energía que cambian ante la mirada del observador. Ha sido el francés Jacques Derrida el que ha llevado la deconstrucción hasta los límites, aunque pienso que su aporte fundamental es el concepto de diseminación, por lo que de valioso tiene en hacer de lado los límites de lo que hemos conocido como polisemia.
En cualquier caso, cuando la cuántica acabó el esquema de las verdades objetivas, se volvió a la vieja idea (idea en el sentido ordinario de la palabra) de que la Verdad era simplemente un consenso, una certeza provisoria, como ya se anunciaba en Nietszche. Lo mismo está sucediendo con el lenguaje cuando se asegura la plurisignificación de los términos y la fuga de los sentidos. Derrida dice que "los deslices textuales son la esencia misma del lenguaje". O lo que es lo mismo, se niega la existencia de un significado trascendental. Otra cosa que parece originada en la cuántica, puesto que ésta niega una objetividad, es la afirmación de que la pluralidad de significados no está, no puede estar, relacionada con una supuesta objetividad del mundo. En consecuencia es lícito interrogarse qué sentidos tiene el mundo, puesto que carece de uno objetivo, y la respuesta es que todos lo que podamos injertarle. Injertar es una palabra importante en este planteamiento filosófico del lenguaje, puesto que equivale a escribir. Así podemos decir que la cosa se escribe.
Como he tratado de mostrar en mis tres novelas la escritura es escenificación. Derrida llega a plantear la incompatibilidad de lo escrito y de lo verdadero con mayor fuerza que sus antecesores. Basta concluir en la obviedad de que la escena lo que ilustra, entonces, es una idea y no una realidad objetiva. Lo que se instala es un medio de ficción. Lo que la escritura describe es a sí misma. Así la literatura ha vivido por siglos de la posibilidad de un sentido o de la promesa de un sentido. No dejo de sonreír cuando algún columnista de la prensa cultural celebra la aparición de alguna obra que prioriza la anécdota sobre el lenguaje, calificando, el proceso inverso, como algo marcado entre nosotros por Guillerno Meneses. En él, y fundamentalmente en otro de nuestros grandes escritores, conocido como Oswaldo Trejo Trajo Trijo o Trujo, se da el libro como habla regresada. Oswaldo entendió que el libro es simplemente una descripción del silencio, o si se quiere, el libreto de los actores es posterior a la actuación. El arte es un speculum que produce “efectos de realidad”. La consecuencia de significantes sin significados es la “dentritud” del lenguaje. Derrida recurre a una expresión formidable cuando habla del "materialismo de la idea" que no es otra cosa que la puesta en escena, puesta que nada ilustra, a no ser la nada. Ya Schopenhauer había hablado del mundo como representación. En este contexto verdad o falsedad es una oposición que carece. Richard, en lo que se denomina psicologismo crítico, llega a definir “acierto de expresión” a un estado en que las necesidades llegan a satisfacerse juntamente, inclusive unas por otras.
Pierde vigencia, igualmente, la vieja discusión entre tema y texto, deja de existir el núcleo temático, pues como bien lo dice Derrida “es la multiplicidad de las relaciones laterales lo que crea la esencia del sentido”. Cuando alguien asegura de una novela que no entiende, aseguro que la literatura es como el hombre, autoalimentada de una muerte continua. Cuando alguien dice que no entiende un poema sería justo recordarle que el verso es potencia inventiva, más aún, es la literatura. Cuando alguien me asegura que mis textos son una catarata de metáforas, sería necesario recurrir a Richard para asegurar “no existe sentido verdadero de un texto. Volviéndose todo metafórico, no hay ya sentido propio y, por lo tanto, metáfora”. Los cuentos que se han publicando por allí son pre-Garmendia, prediluvianos con relación a Salvador, el maestro de la narrativa urbana en este país.
Pero decíamos que el concepto de diseminación me parecía clave. Mientras polisemia era la pluralidad de significados de una palabra, la diseminación habla de “la generación siempre dividida ya del sentido”. Polisemia era hermenéutica, diseminación es deconstrucción. Diseminación tiene un "casi" sentido, el regreso imposible a la unidad alcanzada, rejuntada de un sentido. Freud aseguraba que la ficción podía crear nuevas formas de sentimiento inexistentes en la vida real. La física cuántica amplió considerablemente el concepto que teníamos de los “huecos negros”. Así, la actual filosofía del lenguaje ha encontrado un “hueco negro” donde el espacio íntimo es tan íntimo que se anula, ya no hay separación entre el yo y la imagen. Richard: “Un libro no empieza ni acaba: todo lo más lo finge”. Podríamos definir polisemia como acumulación de significaciones, mientras que la diseminación nos llama a un equilibrio en la multiplicidad del sentido; lo que experimentamos no es el sentido, es el equilibrio.
Pero, cuidado, que el proceso reactivo contra lo ontológico nos puede llevar a un callejón sin salida. Filosofía y lenguaje se han encontrado y Platón, en este sentido, ha recibido carta de despido, pero si identificamos humanismo y metafísica, la reacción contra la segunda alcanza al primero, aún cuando hayan existido humanismos ateos. La deconstrucción del lenguaje puede llevarnos a hablar del fin del hombre. No soy, en modo alguno, un apocalíptico contra la tecnología, pero ya hay que citar la metáfora de la tecnología o la técnica como metáfora, lo que agrega márgenes a la filosofía del lenguaje. No olvidamos los intentos por neutralizar toda tesis metafísica del concepto de hombre, aunque la unidad del mismo no haya sido cuestionada seriamente, ni siquiera por los ateísmos. El lenguaje es humano y al ocuparse de él se está incurriendo en una cara del humanismo, pues el lenguaje es considerado la esencia. De esta manera se incurre en lo metafísico pues lo es todo lo que se ocupe de la esencia intangible del hombre. Por este camino no se podría llegar a establecer la moderna filosofía del lenguaje como antihumanista. Por los demás, toda la metafísica es una acción del lenguaje. El humanismo es reflexionar sobre el hombre, procurándolo humano y no inhumano; inhumano sería fuera de su esencia y su esencia es el lenguaje. En el fondo brota de la filosofía del lenguaje una fuerte elevación de la humanitas y es en la metaforización donde se consigue el sentido del Ser, lo cual, quiéranlo o no algunos, inclusive aunque sea negado por los mismos filósofos de este presente, hace de las modernas teorías del lenguaje un lenguaje metafísico.
La tecnología puede plantearnos el fin de las tensiones. Creo que una de las cosas a superar es la literatura “light”, pues una de sus consecuencias más nefastas me parece un aislamiento de la palabra. No se trata sólo de la vaciedad psicológica de los personajes que esa “literatura” encarna, se trata de la pérdida de la mente humana como re-hacedora de la palabra total, es decir, aquella que nos aproxima a la lengua primordial llamada por algunos “el lenguaje de los pájaros”. El peligro que se cierne sobre el hombre es el peligro que se cierne sobre el lenguaje. De esta manera puede decirse que la literatura está sola, “sola, a excepción de todo”. Esa es la tarea que la literatura decidirá si puede o no cumplir, incluida la restitución de las tensiones. Si seguimos embarcados en algunas propuestas editoriales la literatura seguirá en el torrente que este nuevo milenio presenta como fuerza desatada que todo lo arrasa. Con Derrida podríamos decir que el relato comienza cuando cambiamos de lengua en la misma lengua.
tlopezmelendez@cantv.net
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