“Selinunte” o el poder
por Luis Benítez
I. El sospechoso formato de la ciencia ficción
Selinunte es la primera novela publicada por Teódulo López Meléndez, quien sorprendentemente, elige un (engañoso) formato de narración de ciencia ficción para darle cuerpo a su obra. Desde el primer momento, el lector sospecha que hay alguna clave o razón oculta para que un autor que en otros géneros narrativos de su multifacética producción (el cuento y el relato) nunca apeló a un formato similar a éste, se decidiera a hacerlo con su primera novela. Pese a las revalorizaciones operadas desde antes mismo del establecimiento de la posmodernidad, el de ciencia ficción sigue siendo un formato reputado como de “clase B” para aplicarlo a la novela. Esto sucede particularmente en América Latina, quizá no por prejuicio remanente, sino porque en nuestra cultura literaria este género fue siempre poco cultivado. La causa de esto último se le ha endilgado a la característica supuesta de que la ciencia ficción es un género privativo de las letras de los países desarrollados, más compenetrados y atravesados por la tecnología. Una afirmación que se evidencia como falsa, ya que desde los años 70, cuando la ciencia ficción se convirtió en un subgénero de difusión más masiva en nuestros países latinoamericanos, nuestro contacto con la tecnología siguió las directivas de la cultura globalizada, en cuyo centro se mueve continuamente la conceptualización de la tecnología y la ciencia como eje de todas las actividades humanas del presente. Esto es, si bien la tecnología no ocupa aún en nuestros países exactamente el mismo papel que en los desarrollados, hace tiempo ha acaparado el espacio de legitimante y es parte fundamental de todo lo que hacemos quienes socialmente disfrutamos, en mayor o menor medida, de los encantos de nuestra época. La ciencia ficción adolece de un problema mayor: sus posibilidades como formato dependen demasiado de los conceptos científicos, que aunque planteados como fantásticos, actúan a favor de una supuesta verosimilitud. Al ser la ciencia la medida de todas las realidades en el universo burgués, lo legitimante, en la ciencia ficción esta cualidad de discernir entre lo cierto y lo falso está colocada en el futuro, no en el presente. Reputada como una actividad humana en constante e indetenible progreso –hija predilecta del positivismo del siglo XIX- la ciencia en la ficción debe ser proyectada hacia sus logros futuros para que le brinde verosimilitud al presente virtual de la obra literaria en cuestión. Dirá la obra “en el ahora de mi tiempo, esto es lo que posibilitará la ciencia en el mañana del lector”. La conocida receta de la literatura fantástica, que obliga a partir de unos supuestos evidentemente no reales, pero donde el afán de verosimilitud debe cumplir un papel fundamental a lo largo de todo el discurso, produce en la ciencia ficción esta nueva vuelta de tuerca, colocando el presente del relato en el futuro del lector.
Selinunte aborda varios tópicos empleando este sorprendente formato, pero el del poder no es el menos fundamental. Es posiblemente el eje mismo de su discurso, como veremos en distintas instancias de este capítulo. ¿Por qué o para qué, entonces, el autor emplea el formato peculiar de la ciencia ficción para hablar del poder? En realidad, saber por qué o para qué un autor eligió una frase específica para decir algo en particular o por qué y para qué optó por tal o cual formato para su obra, no es lo más importante. Selinunte o cualquier otra obra, de cualquier autor, se transforma en un objeto literario independiente de su autor al ser publicada. Desde entonces nos pertenece a los lectores y será lo que leamos en sus páginas, no lo que el autor se propuso narrar en ella –si es que un autor se propone algo al escribir una obra-. Lo importante quizá sea observar detenidamente cómo afecta el formato elegido a lo contenido en la narración, cómo la potencia o debilita, como refuerza el discurso vertido o lo desvanece.
En Selinunte, lo que hace el formato de ciencia ficción es potenciar la imagen colectiva de una colectividad humana (los élemos) volcada a la conquista –un acto de poder- de un nuevo planeta (el que da nombre al texto), sin obviar que para ello debe destruir a otras culturas (como los séculos, destruidos por los conquistadores élemos), un paso inevitable y también, otro acto claro de poder (1). Inclusive la batalla donde los élemos se quedan con el planeta Selinunte destruyendo a la cultura sécula es minuciosamente narrada por López Meléndez al promediar el libro, mediante un flash back sustancioso que, retrotrayéndose a los orígenes de la civilización imperante en el planeta-título, muestra a través de un combate entre naves espaciales cómo el tema del poder y sus actos se traslada al espacio, en la mejor tradición del género elegido. Pero lo que podría parecer una transposición a las palabras de los sonidos e imágenes de Play Station se revela como algo más, escondido detrás de esas “bajas cualidades” del subgénero ciencia ficción. En el marco de Selinunte, del conjunto de la obra, la batalla espacial por la conquista del planeta se ofrece como la graficación dramática del eterno afán de lucro de nuestra especie, que respaldada por su necesidad de abandonar su planeta de origen en decadencia y apropiarse de un nuevo mundo donde sobrevivir –una argumentación remanida de la ciencia ficción, repetida hasta el cansancio en centenares de películas y novelas como pretexto del conflicto necesario que de base al relato- puede justificar todas sus atrocidades como siempre lo ha hecho: por el imperio de una causa mayor, el de la supervivencia cultural. A partir de esta premisa, todo lo que suceda con las culturas que ofrezcan resistencia puede ser adjudicado a la tranquilizante categoría de los “daños colaterales”. Pero la validez literaria de Selinunte no está dada por estos primarios movimientos, donde se muestra una batalla y una masacre como fundamento de toda la belleza posterior de la civilización que los triunfantes élemos edifican sobre las ruinas de la cultura a la que hacen desaparecer; si el discurso se quedara allí, tendríamos algo muy parecido a un panfleto corto de vista, reducido a la exhibición de los actos del poder y al esbozo de sus consecuencias.
¿Atempera el formato elegido, los horrores relatados por Teódulo López Meléndez en este pasaje capital de su novela inicial? En absoluto: el mostrarlos bajo la máscara que le permite un supuesto relato de ciencia ficción los potencia por distanciamiento y este no es recurso de la ciencia ficción sino de la así llamada “literatura mayor”. La frialdad que proporciona la narración de una batalla de conquista y destrucción a través de los resortes de la ciencia ficción, en el contexto de un relato como Selinunte, donde abundantemente se apelará a los conflictos internos entre los personajes, exacerba el contraste entre continente y contenido. La escena de la batalla surge a la mitad de la lectura, cuando ya nos hemos empapado de los conflictos que sobrellevan Arquíloco y Neóbula, Licambes y Magdea, Heraclio y Sarielba, la variada serie de personajes que revelan una profundidad sicológica absolutamente diferente de la habitual pintura plana con que corporizan los autores de ciencia ficción clásica a los caracteres que necesitan para que la maquinaria de sus narraciones funcione. Al incluir en el medio del volumen la batalla que originó la civilización posterior, lo que hace López Meléndez con consumada habilidad es brindar engañosamente un aparente momento de “acción de aventuras en el espacio” –un distanciamiento de la conflictiva plasmada en los capítulos anteriores- para que el contraste sea tan fuerte que el sentido de ese combate narrado llegue a nosotros con una fuerza que no tiene en el contexto que tendría que ser el natural para esas escenas con rayos láser, naves espaciales que estallan y el resto de la liturgia de la guerra de las galaxias. Paradójicamente, percibimos que la brutalidad, el horror y la sanguinaria voracidad de una civilización destruyendo a otra llegan verdaderamente a nuestra sensibilidad gracias a ese distanciamiento. También gracias a esta batalla espacial –otra aparente paradoja- Selinunte se revela como algo que trasciende en mucho su formato de ciencia ficción. Siendo las escenas de batallas espaciales posiblemente lo más representativo del subgénero, al articularlo el autor en su discurso narrativo lo que hace es desenmascarar la falsedad del formato que ha elegido. Selinunte no es un relato de ciencia ficción, sino, ladinamente, la estrategia que emplea una novela de fines del siglo pasado para potenciar sus recursos, que entre otras cosas, hablan del poder, pero también del eterno conflicto del hombre consigo mismo y con los demás (una tópica de la que difícilmente puede dar cuenta una obra de ciencia ficción) (2).
II. El factor griego: ¿dato perturbador o indicio connotante?
En Selinunte asistimos a un completo desfile de personajes que, además de una profunda conflictiva en su relación consigo mismos y con el resto de los caracteres creados por López Meléndez, están reunidos por un factor común: todos sus nombres son griegos y remiten a una cultura entonces, que fue la base misma de nuestro Occidente. Este dato perturbador se bifurca en varias direcciones a través de la obra.
Por una parte, la referencia cultural se enlaza con el nombre mismo de la obra. Selinunte es el nombre de una ciudad griega del sur de Sicilia, ubicada en la actual provincia de Trapani, a 6 kilómetros al oeste de Hypsas. Selinunte es el nombre romano de la antigua ciudad griega Selinus. Los colonos que la erigieron en el siglo séptimo antes de Cristo provenían de otra ciudad helena, Megara Hyblaea (este es el nombre, también, de uno de los personajes de la novela de López Meléndez). Llegó a tener unos 25.000 habitantes y a convertirse en un importante centro comercial de la Magna Grecia –de la que era la colonia más occidental- hasta que una armada de 100.000 cartagineses al mando de Aníbal la destruyó en el 409 A.d.C.
Selinunte, antes de su final a manos de Cartago, era una avanzada cultural griega que no por ello dejaba de ser un oponente bélico de consideración para sus vecinos: de hecho, sostuvo un conflicto que parecía interminable con otras ciudades no griegas, por los clásicos problemas de poder económico local. Segesta, su máximo oponente, fue varias veces atacada pese a que era aliada de Atenas.
Para los fines que nos ocupan, estos datos históricos sólo sirven como paralelo, pero muestran –y no sólo anecdóticamente- la relación que establece el autor entre la Selinunte real, un emporio comercial embarcado en guerras de conveniencia, y los “griegos” de la ficción de López Meléndez, que también van a la guerra por motivos que tienen que ver con su supervivencia como cultura. Entendamos estos paralelos como constructores del marco referencial sobre el cual se erigirá la novela, al menos de momento.
Se establece una metáfora entre la acción virtual que muestra la novela y lo protagonizado por una colonia histórica, en los orígenes mismos del Occidente que compartimos. Una colonia –al conquistar los élemos Selinunte, la colonizan ellos también- que se perfila desde el vamos como un asentamiento cultural, como parte de la Magna Grecia en territorio siracusano, habitado antes por los barbaroi que debían ser sojuzgados por la cultura griega, reputada como “superior”, al menos, desde luego, para los mismos griegos. De modo parecido, los élemos se presentan como “héroes civilizadores” (el eufemismo favorito de los conquistadores dotados de la suficiente tecnología bélica como para imponerse en el campo de batalla) ante los derrotados séculos. Séculos o población original que, como bien nos advierten las descripciones proporcionadas por los mismos élemos vencedores, no habían contaminado su planeta con las necesidades de la tecnología superior de los invasores, no habían erigido templos ni edificios de las dimensiones que disponen los élemos se levanten sobre la superficie de ese mundo conquistado y, antes bien, son presentados como una cultura “inferior”. Aunque dotada de naves espaciales como sus vencedores, los séculos son notoriamente inferiores en cuanto a posibilidades bélicas y eso sellará en el relato las nulas posibilidades que tendrán de mantener su independencia y conservar su territorio frente a los ávidos élemos.
El paralelo con la larga saga de conquistas y de destrucción de otras culturas que llevó a la erección de Occidente de este lado del globo no puede ser más obvio, con que no sobreabundaremos con otro comentario de lo mismo, salvo un detalle del doble discurso de Teseo, el gobernante todopoderoso y alma mater de la cultura élema, al tomar posesión de Selinunte: dispone que se erija entre otros edificios, una suerte de museo que conserve los vestigios de la anterior cultura sécula, dándole a la “humanitaria” medida el mismo grado de importancia que a otras decisiones suyas, tendientes a conservar muestras de fauna y flora del planeta conquistado, en vistas a que la acción civilizatoria de la cultura élema no tardará en destruir esas virginidades. Aquí también huelgan los comentarios, referentes a la piadosa costumbre del mismo tenor que observamos en nuestra cultura histórica.
El otro aspecto de la grequicidad de los personajes de Selinunte es el hecho de que, al modo de los personajes del teatro griego, los de Selinunte tienen razón de ser en la medida que encarnan distintos conflictos del alma, les prestan su carne virtual para que logren expresarse a través de ellos. Desde Aristófanes hasta Freud, que representó con nombres griegos sus teorías, desde Nietszche hasta Jean Paul Sartre, lo griego ha sido siempre el territorio donde el espíritu –al menos para Occidente- se encuentra más a sus anchas para mirarse a sí mismo y representarse por medio de las sucesivas máscaras individuales. No en balde, entonces, Teódulo López Meléndez ha elegido las máscaras de Teseo, Ariadna, Teócrito, Arquíloco, Neóbula, Licambes, Magdea, Heraclio y Sarielba –desde luego, “sus” Teseo, Ariadna, Teócrito y Arquíloco, distantes de los reales referentes históricos y mitológicos- para dar rienda suelta a su intención de retratar, por una parte, el drama de una cultura enfrentada al dilema y la posibilidad de destruir a otra para autopreservarse y por el otro, los conflictos y contrastes entre las distintas posibilidades de ser humano que componen esa misma cultura; lo “macro” y lo “micro” que conforman el sistema social mundial total en cualquier época y lugar (3).
El drama que establece la fisura para un autor de nuestro tiempo es el de contemplar no la confrontación entre ella y lo que realmente sucede en la relación que sostiene el individuo consigo mismo y con los demás (4). El verdadero drama, lo que da pie inicial a los productos estéticos de nuestro tiempo es algo mucho más estremecedor. Se trata de la sinergia entre esos conflictos intra y extraindividuales y el doble discurso que establece la fisura sobre el sentido de lo “real”. La carga sobre la sensibilidad de alguien que aprecia un paisaje tan complejo es generalmente insoportable, a menos que la obra escritural establezca una pausa, suspenda durante un período los poderes destructivos de esta asociación. Al interponerse en su papel de supuesta interpretación, la obra estética alivia, puesto que mientras es creída representación de una o varias facetas de esa asociación permanente y omnipresente, brinda un sucedáneo de sentido a esta caótica sinergia. Se trata sin embargo de un conjunto de presiones y pulsiones que posee un ritmo propio e inaccesible a la conciencia individual en su plena magnitud, por lo que pronto el producto estético de esa conciencia individual capaz de focalizar el problema al menos en sus límites más difusos, se revelará como lo que fatalmente es: insuficiente no ya para resolver el dilema sino siquiera para imponerse a esa misma conciencia como paliativo, como linimento, como bálsamo, como barbitúrico. Esta carga de imposibilidad disparada por un atisbo del verdadero papel que cumple el producto estético en nuestro tiempo, puede ser el impulso que lleve a seguir las coordenadas de una obra posterior o bien puede acarrear el desastre de una renuncia a seguir intentándolo, produciéndose entonces un vacío de sentido aún mayor que el de la instancia anterior. En Selinunte, las mediaciones de interposición de un sentido en las acciones de los personajes son brindadas con extraordinaria continuidad, no por explicación agregada a sus actos o pensamientos (lo que siempre fue y será un burdo recurso que asesinará la acción), sino por la intentada –y muy lograda- coherencia narrativa, donde las piezas individuales que mueven su partida de ajedrez sobre la cuadrícula del planeta-escenario encajan para conformar un cuerpo colectivo que a su vez acciona dentro de los límites y en las dimensiones que le señala la microcultura élema. Los personajes de Selinunte poseen varios atributos simultáneos: son símbolos sociales, son individuos actuantes en una múltiple relación comunal, son máscaras griegas de los eternos conflictos en los que cree nuestra cultura occidental y también son copartícipes y cómplices de la ocupación colonial y la consolidación de un discurso, el de Teseo, el gobernador no sólo del planeta, sino también de los destinos y direcciones espirituales de sus gobernados. El padre fundador que de una vez y para siempre, trazó con su acto de poder primigenio –la conquista, la colonización y lo que es más importante todavía, la organización de un mundo- los destinos y el rumbo de todos aquellos que lo sucedan en el tiempo-espacio que ocupa Selinunte. Una organización que implica también la de sus conflictos, desde que éstos se desarrollan en y entre individuos que forzosamente participan de la perpetuación de las consecuencias del acto fundante de Teseo. Una formidable metáfora respecto del accionar real de los individuos en torno del abismo que abre la fisura.
Tomando la simbología griega, Teseo, el héroe civilizador de Selinunte, no es ni por asomo el viejo Urano castrado por su hijo Saturno tras crear un mundo –Selinunte-, sino más bien el mismo Saturno, que regla la existencia de sus descendientes hasta en el más mínimo detalle, a fin de que la creación “natural”, la fundada por su padre Urano, se transforme en su propia creación, articulada por él como suplantación del orden anterior por un “artificio”, una construcción cultural de la que Teseo es el autor. Veamos que Teseo se ocupa de organizar un mundo que metamorfosea el anterior, donde la cultura sécula poseía un lugar no sólo en su planeta de residencia, sino en el orbe mismo donde este planeta desarrollaba su órbita, descrito como un conjunto de galaxias donde la cultura élema se expande afanosamente en busca de supervivencia. Esto es, se produce un acto creativo que forzosamente debe destruir el statu quo anterior para originar uno nuevo y Teseo en su papel de demiurgo es el encargado de dirigir y arbitrar los medios para que ello efectivamente ocurra. Teseo no reviste lo anterior de un sentido de continuidad; establece un corte, una castración del mundo antiguo, que ya no se reproduce más, sino que se aliena, se transforma en otro del cual apenas se conservará un recuerdo de museo, las flores y plantas, los animales que había en el planeta antes de la colonización élema, y por supuesto, el mismo grado de reminiscencia le será adjudicado como único papel posible a los restos y las reliquias que se conserven de la cultura sécula.
La fisura que se evidencia en las contradicciones entre el mundo que Teseo dice haber creado –discurso que también se recita a sí mismo, pues necesita de su propia droga ideológica para soportar la existencia de su creación , igual que cualquier otro de sus gobernados- y el que efectivamente creó, basándose en un crimen cultural que definitivamente, no resuelve la eterna conflictiva de los individuos, sino que le brinda apenas un nuevo escenario, es una buena pista para ver reflejada por un instante, en el espejo virtual bruñido por López Meléndez en Selinunte, la faz de la Gorgona a la que se refieren la mayoría de las obras occidentales desde el siglo XIX hasta la actualidad, en mayor o menor medida, con mayor o menor conciencia, detalle y especificidad (5).
NOTAS
(1) “La inteligencia, el gusto, la osadía científica, artística, literaria o industrial, el valor, la habilidad manual, son fuerzas que cada uno de nosotros recibe al nacer, como el que ha nacido propietario recibe su capital, como el noble, antes, recibía su título y su función. Será todavía necesaria, entonces, una disciplina moral para hacer aceptar, a aquellos a quienes menos ha favorecido la naturaleza, la situación inferior que deben al azar del nacimiento. ¿Se llegará a reclamar que el reparto sea igual para todos y que no se conceda ninguna ventaja a los más útiles y meritorios? Pero, en ese caso, sería necesaria una disciplina enérgica de otro tipo para hacer aceptar a los últimos un tratamiento simplemente igual al de los mediocres y los impotentes.”
Durkheim, Emile: El suicidio. Ed. Gorla, Buenos Aires, 2004.
(2) Como tan bien señala Marisol Marrero en su ensayo sobre la obra de Teódulo López Meléndez: “En Selinunte se busca un nuevo planeta para sobrevivir y es allí donde se encuentran las claves para conocer al hombre interno, ese eterno desconocido. Y aparece el génesis del sí-mismo, "donde la maravilla aún era posible", y afloran las viejas pasiones de la raza humana y también su imperturbable repetitividad, y esto asusta. Asustan las profundidades de ese sí-mismo arquetípico "elemental, primitivo, esencial". Al fin de cuentas, el gesto simple de una mano que acaricia..."lucidez y debilidad parecen ser la misma cosa"… Selinunte es un viaje en la pesadilla del hombre. Es la eterna lucha contra la muerte, es el delirio inútil ante la orgía humana. El fracaso de este mundo comienza desde adentro, la amenaza proviene de sus profundidades”.
Marrero, Marisol: Teódulo López Meléndez. El escritor de la palabra delirante. Ed. Ala de Cuervo C.A., Caracas, Venezuela, 2006.
(3) Nuevamente el ensayo de Marisol Marrero da en la clave de estas correspondencias: “¿Quién soy? ¿Quién dices que soy? ¿Cuál es el origen? ¿Hacia dónde vamos? Aparte de estas preguntas, surge el génesis del sí-mismo, del planeta nuevo allá en lo profundo del desconocimiento: "Toboganes las laderas de las altas montañas, manos inclinadas donde se pueden encontrar y leer los indicios del futuro. `Peloritani llamaremos esta cadena central´, se dijo un día y las cumbres ásperas y agudas parecieron no disgustarse, saliéndose de su contenedor el cielo y haciéndose tridimensionales como una holografía, como si la imprecisión de sus atrevimientos hubiesen sido originados por un láser loco de luz incoherente y se estuviesen viendo interferencias producidas por un objeto a su vez tocado de luz indirecta. "Alienus, dijo el poeta, gonere, agregó el Comandante. Alienígenas nacieron las altas montañas que como un gusanillo se habían apoderado del pecho y de la espalda del planeta nuevo donde la maravilla aún era posible". (op. cit.)
(4)“Entonces, ¿qué motivos pueden moverles a impedirte tan obstinadamente que seas dichoso haciendo o que te plazca? ¿Por qué razón te someten durante todo el día a una esclavitud perpetua, de tal modo que apenas puedes hacer algo de lo que te acomoda? ¿Para qué te sirven tus riquezas por cuantiosas que sean? Como ves, todo el mundo dispone y manda en ellas más que tú, y nada tienes, ni siquiera tu noble persona, que no sea confiada a la dirección y a los cuidados de otro. Por el contrario, Lisis, tú no eres el amo de nadie ni nada puedes hacer de lo que deseas.”
Platón: Diálogos. Editorial Alba, Madrid, España, 1999.
(5) “Hoy día nadie se atreve ya a pensar una sola proposición a la que no pudiera añadirse –en cualquier campo- la indicación de a quién favorece. El único pensamiento no-ideológico es aquel que no puede reducirse a operational terms, sino que intenta llevar la cosa misma a aquel lenguaje que está generalmente bloqueado por el lenguaje dominante. Desde que todo gremio político-económico civilizado ha comprendido como evidente que lo que importa es transformar el mundo, considerando mera y frívola travesura el interpretarlo, resulta difícil limitarse a citar las tesis contra Feuerbach. Pero la dialéctica incluye también la relación de acción y contemplación. En una época en que la sociología burguesa ha “saqueado” (la palabra es de Max Scheler) el concepto marxista de ideología para pasarlo por el agua del relativismo general, el peligro que consiste en no comprender la función de las ideologías es ya menor que el representado por una acción mecánica, puramente lógico-formal y administrativa, que decide acerca de las formaciones culturales y la articula en aquellas constelaciones de fuerza que el espíritu tendría más bien que analizar, según su verdadera competencia.
Adorno, Theodor H.: La crítica de la cultura y la sociedad, en Crítica cultural y sociedad. Ediciones Ariel, Barcelona, España, 1969.
*Luis Benítez, poeta, novelista, dramaturgo y ensayista argentino
Selinunte, cosmogonía futurista
por Marisol Marrero*
"Selinunte" o el encuentro con el sí-mismo
En la mitología Teseo marchó al encuentro del minotauro. En la novela "Selinunte" Teseo marcha en pos de la ocupación de un nuevo planeta. Ese encuentro con lo nuevo es el conocimiento del sí-mismo, se llame todo o Selinunte.
El sí-mismo es aquello que somos sin saberlo. No está en la conciencia del yo, sino fuera de ella. El centro, paradójicamente, está a la vez en el hombre y fuera de él. Se busca afuera lo que está dentro y lo de adentro se descubre por lo que está afuera.
En Selinunte se busca un nuevo planeta para sobrevivir y es allí donde se encuentran las claves para conocer al hombre interno, ese eterno desconocido. Y aparece el génesis del sí-mismo, "donde la maravilla aún era posible", y afloran las viejas pasiones de la raza humana y también su imperturbable repetitividad, y esto asusta. Asustan las profundidades de ese sí-mismo arquetípico "elemental, primitivo, esencial". Al fin de cuentas, el gesto simple de una mano que acaricia..."lucidez y debilidad parecen ser la misma cosa".
Selinunte es un viaje en la pesadilla del hombre. Es la eterna lucha contra la muerte, es el delirio inútil ante la orgía humana. El fracaso de este mundo comienza desde adentro, la amenaza proviene de sus profundidades.
El yo inconsciente engendra incesantemente una multitud incontable y siempre renovada de criaturas. En los escritores esto es notable, pues al proyectar sus contenidos inconscientes en los personajes, se transforman en encuentros con sus propios miedos, con sus abismos. Escribir, para López Meléndez, supone -en Selinunte, es obvio- la capacidad de imaginar el futuro, de verse en esos parajes alucinantes donde se desplaza con los juegos del lenguaje. Esta es la narración desde el delirio, desde la desmesura del lenguaje. El yo impensable aflora sin límites, estableciendo así una extraña y original relación entre los dogmas del pasado y los del futuro.
¿Quién soy? ¿Quién dices que soy? ¿Cuál es el origen? ¿Hacia dónde vamos? Aparte de estas preguntas, surge el génesis del sí-mismo, del planeta nuevo allá en lo profundo del desconocimiento: "Toboganes las laderas de las altas montañas, manos inclinadas donde se pueden encontrar y leer los indicios del futuro. `Peloritani llamaremos esta cadena central´, se dijo un día y las cumbres ásperas y agudas parecieron no disgustarse, saliéndose de su contenedor el cielo y haciéndose tridimensionales como una holografía, como si la imprecisión de sus atrevimientos hubiesen sido originados por un láser loco de luz incoherente y se estuviesen viendo interferencias producidas por un objeto a su vez tocado de luz indirecta. `Alienus´, dijo el poeta, `gonere´, agregó el Comandante. Alienígenas nacieron las altas montañas que como un gusanillo se habían apoderado del pecho y de la espalda del planeta nuevo donde la maravilla aún era posible".
Casi siempre, la búsqueda de los orígenes, de la interioridad a través del viaje, es estresante, por eso "soñemos con el fin del viaje" y hagamos de Naxos, una colonia de tránsito, "base provisional del hombre en la búsqueda del aposento final". En ese itinerario "el hombre debe tener memoria para no repetir el tropiezo en la piedra, para evitar la locura del viaje interminable".
Son hechos simbólicos productos de la psiquis, pues el autor se recrea y se reconstruye en su obra. El es su obra, y allí, en ese verse, "afloran las viejas pasiones" del hombre. "Los ríos de Selinunte se deslizan ante los ojos como si nacieran de verdad de las grandes montañas, pero tal vez nacen en otros astros y vienen por canales desconocidos hasta este sitio. Son mito y son memoria, pueden tener una vida efímera pero marcan..." Nuestro autor es Selinunte, es ese río que surge de los espacios desconocidos, y es mito y es memoria. La eterna pregunta del hombre ¿de dónde venimos? trata de responderla en la literatura y se recrea en ella día a día. Quiere que su marca quede en este mundo misterioso, porque siente, que allí muy en su fondo, en su sí-mismo, "aún la maravilla es posible".
"Selinunte" como cosmogonía:
Este texto, más que una novela, es una cosmogonía futurista. El escritor crea un mundo como un arquitecto demiurgo. Pone las piedras del psiquismo una a una. Traza los caminos del caos al orden. Crea un mundo habitable para el hombre, pero como resultado de un trabajo agotador; no se trata de "hágase la luz y la luz se hizo". Se trata de responder con hechos a situaciones como la iluminación del planeta, la energía a usar, la proveniencia; trabajo y más trabajo. Es la poesía del saber primero, inspirado. La cosmogonía de este escritor es poesía que el hombre hace para representarse en unidad con su génesis, con su historia. Teodorov dice que "las obras no son más que reflejos y huellas del espíritu", basándose, seguramente, en el psicoanálisis de Freud al plantear éste que "el otro es una representación de nuestra psique"; en efecto, los personajes de Selinunte no son sólo ficciones, sino la manera de ser del autor, su pasión, su estilo de pensamiento, sus abismos, el encuentro con sus miedos, en fin, la vía más corta a su inconsciente donde se muestran los principios que mueven al hombre: el poder, el sexo, el amor, el intelecto, la poesía.
Relación de pareja en “Selinunte”:
Karl Marx decía que la relación natural y necesaria entre el hombre y el hombre se funda en la relación natural y necesaria entre el hombre y la mujer y que una civilización se juzga, en definitiva, por la imagen que se forma del amor. La novela de Teódulo López Meléndez está signada, desde al principio al final, por la relación de pareja; de esta amanera aparecen Teseo-Ariadna, Arquíloco-Neóbula, Licambes-Magdea, Heraclio-Sarielba.
Sólo a través del amor puede descubrirse la esencia del mundo. Cada relación asume la relación del yo con el mundo, con su infinitud y sus límites al mismo tiempo. El cara a cara del hombre y la mujer implica una búsqueda ininterrumpida. López Meléndez, al descubrir a los otros, se reinventa a sí mismo al dar origen a estos seres de ¿ficción? y éstos lo asustan porque "encuentra en la raza humana un proceso repetitivo", aunque asuma el "eterno retorno" de la vida y la esperanza. "Hemos visto el fin de nuestro planeta"..."también la ocupación de uno nuevo".
Teseo-Ariadna: Estos personajes nos remiten a examinar las dos vertientes del poder que simbolizan: la solar (diurna-lógica-masculina) y la lunar (nocturna-instintiva-femenina).
El deslumbramiento amoroso hace aparecer la metáfora del sol. María Zambrano plantea que "seguro de su poder solar, el amor elige como punto de mira el reverso de la metáfora solar: la metáfora nocturna. Condicionado en el tiempo, limitado en el instante, pero también magistralmente confiado en su poder, se refugia en lo ciego, en lo negro". Así, el amor bebe en dos fuentes, la de la luz y la de la sombra. De esta manera los viejos mitos continúan entre nosotros y nuestro autor, al escribir del amor, encuentra en Grecia los personajes arquetípicos que se adecuan a los personajes del futuro. Anclado en la mitología hace una síntesis entre dos poderes separados(cóncavo-convexo). La psique emprende un viaje celeste, estelar, lo que motiva una acción en la palabra que se condensa en la obra. María Zambrano también dice que "todo intento de revivir el mundo pagano del Olimpo ha sido en su raíz juego, diversión, deseo de olvidar el porvenir..." No pasa así en esta novela, pues aquí, lejos de olvidarse el porvenir, se introduce en él mediante la mitología y se crea una nueva cosmogonía. La aparición del amor marca y define su condición perenne, incluida la soledad, porque la soledad del amor es parecida a la del poder. La historia de la literatura nos muestra a los amantes sumergidos, al igual que a los poderosos, en la soledad. Ambos nacen en ese terreno. Ariadna es el otro del sí-mismo, dado que el amor es el intento de "vivir en otro", de "vivir de otro".
En Selinunte "las mujeres tenían serpientes en los brazos". La serpiente es el símbolo de la fuerza convertida en espíritu, además de factor de poder. La fuerza, arcano undécimo del Tarot, aparece bajo la imagen de una reina que doma a un furioso león, al que no mata, sino que aprieta contra su pecho. ¿Qué mejor imagen para simbolizar a Ariadna que en los mitos ilumina los rincones oscuros del inconsciente? Parece que el autor quiere decirnos que lo femenino (Luna) ilumina lo masculino (Sol). Paradoja alucinante en que lo oscuro ilumina a lo brillante. Esto me hace recordar al Zohar, I,17ª,donde se dice "y llamó a la oscuridad noche, dice la escritura. Y es que hizo surgir del lado de la oscuridad, una luz..."
El tesoro de las mujeres (de ellas proviene el mal, según la Biblia), su húmeda oscuridad, su nocturnidad inconsciente, profunda, inaccesible, por un lado y la sabiduría, por el otro, es su secreto, siempre bien oculto para no soliviantar las aguas incapaces de acceder a la conciencia. La instintividad de Ariadna hace de Teseo el poder. Ella dice: "Lucidez y debilidad parecen la misma cosa". Puede que el pecado de Teseo sea el de poseer una inteligencia demasiado grande. El hombre de estas condiciones duda más y su decisión es escogida entre tantas posibilidades que los demás ni siquiera hemos entrevisto". En realidad ambos son polos de lo mismo, la diada eterna del ser humano.
Teseo, en su viaje hacia el Minotauro, desciende a los abismos de su inconsciente y gracias al hilo de Ariadna puede volver a la luz. Ella es absolutamente necesaria para la derrota del monstruo. En la parte femenina del ser humano está la creatividad, la salvación contra el mismo dominio perverso que ésta representa. A la vez ella es el monstruo y el arma contra éste. Es el dominio perverso del poder y a la vez su contra porque el poder comienza por imponerse al mismo que lo ejerce. Teseo no puede con su fuerza y es gracias a Ariadna que persevera. Ariadna ilumina psicológicamente los rincones oscuros del poder y le exige a Teseo que sea digno de su admiración, con las implicaciones propias del amor: "No se puede amar lo que no se admira", aunque siga siendo débil como consecuencia de su lucidez.
Arquíloco-Neóbula: Donde nos acercamos más al encuentro con el sí-mismo es en la relación intensa entre el poeta Arquíloco y Neóbula. El sí-mismo es una unidad paradójica formada por la luz y la sombra; nada más cercano al carácter de estos dos personajes donde lo erótico asume un papel de purificación, de catarsis. Más que una relación es un arte que, al decir, purifica. López Meléndez ha dicho que Arquíloco tal vez sea una manera de envejecer y morir. Pues bien, el poeta de Selinunte asegura "... que se diga si no he hecho poemas con mi sexo en aquello que no era sexo sino vaciarme dentro de la vida mientras absorbía la divina amargura que sus entrañas licuaban para mi lengua".
No se puede penetrar esta relación entre contrarios sino asumiendo la embriaguez y el extravío que produce el espíritu del texto cuando se oye a Arquíloco en su borrachera alcanzar el "desgarramiento del alma" en la penetración y la poesía se compenetra con el erotismo: "Su rostro haré de sílabas y coordinaré en tal manera que su nariz semeje la velocidad del águila y el resplandor de un poniente. Sus brazos recorreré con calma y de entre sus dedos que regaré piadosamente surgirán amapolas y una fuente de versos que la refresque solícito colocaré en las proximidades de sus pies". O al decir: "Dame la targelia de tu sexo y ella me la dio y yo fui dios aquella tarde en que los músculos de mi miembro se desgarraron a la par de sus entrañas". Ah!, pero Néobula "nació puta como su madre". Desde muy joven ella era "factor de perturbación sexual en la escuela". Y llega la vejez y Arquíloco sigue haciendo poesía de "cuando Neóbula no era tan puta ni tan vieja". Y se emborracha porque "el vino es bueno para la imaginación, querido Teócrito...tu vino me ha hecho desvirgar de nuevo a Neóbula, tanto tiempo después, tantas veces después, que no me falte tu vino que en los barriles viene ella..." Diría Mefistófeles en Fausto: "Con esa bebida en el cuerpo, presto verás una Helena en cada mujer". Sólo que junto al erotismo, al amor, a los arrebatos místicos hay una chispa de insatisfacción; la sombra siempre emerge cuando menos se espera y así: "Ni sobre una mujer el volcán se apagará". En la zozobra y desesperación nocturnas aflora el inconsciente de Arquíloco: "Seguramente mi corazón es cobarde, pero si una diosa apareciera, aún así este sabor amargo que me corroe los dientes no se ablandaría..." El enemigo interior es más difícil de combatir que el exterior, de allí la lucha contra ese volcán, contra esa cosa que no se sabe lo que es. El escritor atiende a estas profundidades oscuras de las que emana un misterioso mensaje, de allí el creador - el diablo contestatario - produce la creación, devela el volcán primigenio.
En los "Epodos" se observa el uso de la metáfora cuántica. Los problemas entre Arquíloco y su suegro Licambes son considerados desde variadas posibilidades. Son esquemas distintos de análisis de la negativa del padre de Neóbula a cumplir el compromiso: a) se la niega porque Licambes está loco; b) por el origen servil de la madre del poeta y c) léase a Horacio y todo quedará claro.
Heraclio-Sarielba: Heraclio se parece a Heracles, porque es el símbolo de la dificultad de la victoria del alma humana sobre las dificultades. Ambos constituyen una pareja complicada que produce los diálogos más profundos de la novela, especialmente cuando "exploran de nuevo el fracaso". El espacio amoroso de esta pareja es muy urbano, lleno de arrebatos filosóficos, de discursiva intelectual. Por ejemplo, Sarielba se pregunta si existe Selinunte, manejándose tal vez en un plano cuántico donde no existen "objetos reales, sino más bien miríadas de posibilidades de incontables realidades". "Aquí está representada una ciudad - le dice Sarielba a Heraclio- "Esta ciudad-planeta no es tal, es una escenografía para lo matemático de lo humano. Selinunte es desmontable, pero si lo hiciéramos habríamos dada por terminada la obra. Jamás ha existido Selinunte sino como un teatro". Ambos vuelven a explorar el fracaso, Selinunte es apenas una posibilidad que se asoma, aunque sea también una realidad griega del siglo VII a.C apostada en tierras sicilianas. El novelista ha contado que cuando se detuvo ante las ruinas y miró la transparencia del mar decidió que iba a escribir una novela con ese nombre. De manera que, en este caso, no fue el escritor quien buscó al género novela, sino el género novela el que buscó al escritor.
Arquíloco, el poeta de Selinunte, habita las páginas más hermosas de este libro, como también lo hacen - con serias dudas - Heraclio y Sarielba. Ellos, desde el origen siciliano de la novela, ven el futuro del mundo como un gran holograma, por eso las descripciones geográficas del "nuevo planeta" lo son de la isla que fuera parte de la Magna Grecia. El juego de estos dos personajes abarca celos, traiciones, el regreso como admisión del fracaso, el abandono, en suma, Heraclio proyecta su verdad sobre Sarielba. Al fin, despierta del olvido al ver a la mujer regresar a su lado. Seguramente es López Meléndez el escritor no siciliano que más se ha metido en el interior de la geografía y de la mitología siciliana. No olvidemos que allí está la herencia cultural del mediterráneo como cruce de todas las culturas que pulularon en aquel mar excepcional. Por eso Arquíloco, en un pasaje de la novela dice que el planeta donde ha llegado es un muestrario de la raza humana: "Yo puedo comprobar a través de sus rostros que la grandeza del hombre está en el mestizaje... todo estaba allí hasta sus remotos orígenes, nariz doria, cabello gotio, ojos parios... sangre bárbara". Aquí no se pierde nada, todo se conserva como en la teoría de la relatividad de Einsten.
Selinunte es el arquetipo de Anatolia, retorno a la luz, al calor, a la visibilidad. Hora, entonces, de preguntarse: ¿que extraños mecanismos hacen que salga a la luz a través de la escritura de nuestro novelista? El también estuvo más abajo en Salerno, en Paestum, donde se alzan dos hermosos templos griegos muy bien conservados, sin embargo escogió las ruinas de Selinunte para su fantasía delirante. ¿Un resurgir como el Ave Fénix de las cenizas, de las ruinas? Seguramente que sí, porque la estructura de la fantasía está basada en la actividad del inconsciente. Sin duda hay que afirmar con Freud que tanto el Eros como el Poder están en la esencia de Selinunte.
*Marisol Marrero, profesora, poeta, novelista, ensayista y psicóloga social venezolana
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