"Viaje en la comedia" de Teódulo López Meléndez
por Kristina Mäckelmann*
Un gran poema es un andamiaje de palabras; cada una sostiene a la otra en perfecto equilibrio. Hoy somos testigos de la perseverancia con la que Teódulo López Meléndez se ha atenido a este principio de creación. Su considerable trayectoria artística, en la que como poeta, ensayista, narrador y traductor ha demostrado una y otra vez un auténtico compromiso con el lenguaje, sin duda le confiere un rango excepcional dentro de la literatura venezolana de nuestros días. Ahora López Meléndez nos entrega una selección de textos que da cuenta de su labor poética en las últimas tres décadas. Viaje en la comedia (Caracas: Ala de Cuervo, 2000, 221 pp.) es el título de la antología que reúne trabajos provenientes de un total de cinco poemarios que López ha venido publicando desde el año 1972, además de dar a conocer dos libros inéditos, escritos en 1997 y 1999, respectivamente. Esta selección viene precedida de un notable y enjundioso ensayo de Ennio Jiménez Emán sobre la carrera poética del autor. Escribir poesía es un acto de ardua búsqueda y de ansiada liberación. La presente antología nos brinda la oportunidad de contemplar la evolución de un lenguaje propio, único e intransferible, sometido a la exigencia de encerrar en sus signos la dinámica de una experiencia vital en permanente cambio. Vemos que en la primera etapa de producción el autor recurre a un lenguaje en prosa. Alienación itinerante (1972), Los folios del engaño (1979) y Mestas (1986) son tres poemarios que, en términos generales, reflejan una apuesta del poeta por un lenguaje de largo aliento y hasta cierto punto caudaloso. En Mester (1997), en cambio, el empleo de la prosa se ajusta al estilo más reciente de López Meléndez, quien a partir de Mesticia (1996) opta por el poema breve con una expresión cada vez más condensada y compleja y en ocasiones hermética. El esfuerzo por hallar la clave de una exégesis satisfactoria en poemas como los incluidos en Logogrifo (1999) o La muralla del último farol (1999) nos remite a autores tan esenciales como es el caso de Ungaretti, Montale o Quasimodo, con quienes López Meléndez (que los ha traducido al español) comparte una serie de recursos estilísticos que en esta etapa lo convierten en un poeta "difícil". Muy poco revela una mirada que se detiene en la constatación de estructuras formales por sí mismas. El carácter de éstas sólo se hace sustancial en cuanto recoge e interioriza las sensaciones divergentes que ellas suscitan en el receptor. Así como ocurre con todo poema en particular, vemos que también cada poemario de López Meléndez posee un ritmo y un tono propios, los que marcan el acento correspondiente al carácter de la vivencia en un determinado momento creador. En un flujo ininterrumpido de visiones y sensaciones exacerbadas, Alienación itinerante se constituye en el punto de partida de su itinerario poético. Aquí el poeta emprende la búsqueda de un lenguaje eficaz que se haga cargo de traducir el dolor que experimenta en un mundo hostil y extraño, de cuyo origen y devenir el yo poético sin embargo no puede desvincularse del todo. Si su voz emerge desde la desolación, será el mismo poeta quien decidirá acallarla, convencido de su intrascendencia e inutilidad. La indagación acerca del sentido de la labor poética, la sospecha de la insuficiencia del lenguaje, la pregunta por los orígenes y el desvarío en la contingencia de un devenir infinito; éstas son algunas de las constantes temáticas en López Meléndez. En el caso de su primer poemario, ellas se abordan con pasión y desenfreno, reflejo del desgarramiento interno que se torna ira y desprecio. Contrastando este "delirio poético" con el segundo libro, Los folios del engaño, vemos que en éste la expresión se hace menos exacerbada e inmediata. El poema en prosa se fragmenta y cobra una mayor distancia reflexiva, si bien no prescinde de la elaboración de imágenes intensas que traducen violentas pulsaciones, equiparables a la experiencia vital del yo poético del primer libro. Asistimos a la construcción de un espacio con alcances cósmicos, en el que la voz imagina la construcción de un "planeta alternativo" (al que llama Zeta Ele 4), distinto al mundo anteriormente desahuciado. En ese contexto, la misión asignada al poeta consiste justamente en fundar un nuevo orden, situándose en el misterio de los orígenes del mundo y confiriéndoles un sentido original a las palabras que ahora se escurren en el intento de plasmar una experiencia de extrañeza y dolor. Descubrimos una visión ambigua de la realidad, que fluctúa siempre entre la esperanza del logro expresivo y la impotencia ante su fracaso, y en la que se prolonga la búsqueda de la trascendencia por medio de la palabra. Pese a la semejanza estructural con Los folios del engaño, en Mestas percibimos un giro significativo en el nivel de la expresión. El yo poético ahora parece recluirse en el silencio y la inmovilidad de una melancolía particular. Levemente transportado por las aguas y los vientos de un entorno natural cuyos detalles se perciben con agudeza e intensidad, la voz narradora apenas se distingue en tal devenir eterno, y sólo emerge temerosa como un susurro o suspiro para continuar extenuado en la soledad y el exilio. Con Mesticia se inicia la condensación del estilo poético que de ahora en adelante caracterizará la obra de Teódulo. La novedosa experimentación con el lenguaje explota los efectos de la concisión y del silencio del espacio en blanco, a fin de afianzarse paulatinamente como un modo para aprehender lo esencial. Alcanzado este punto, el lector se enfrenta a una enunciación poética cuyo tono revela una angustia que colinda con el desencanto. Ya no estamos ante el desgarramiento traducido con fervor, sino que hallamos un desasosiego más sombrío, apagado y paralizante. Aparece aquí un nuevo cuestionamiento sobre la identidad del yo, desde el cual el poeta presiente el poder desestructurador de su angustia, tan intensa que parece disolver toda estructura predeterminada de la realidad, y con ella al poder expresivo del lenguaje. En la segunda parte del libro hallamos una fuerte presencia de la temática amorosa. Pese a la promesa de sosiego y plenitud que el amor parece significar para el yo poético, vemos que tampoco ella se libra de ingresar a un plano de percepción ambivalente, en el que la dicha del momento corre el peligro permanente de ser desplazada por la incertidumbre. Y es justamente la intuición de una realidad antitética lo que se expresa en el poemario Mester, cuyo lenguaje recurre frecuentemente al oxímoron y da cuenta de una profunda conciencia acerca de la alteridad como algo presente pero inasible. Aquí ya no prima ninguna sensación única; la enunciación en prosa es más sobria con respecto a la desrealización que se viene efectuando. Al otro lado de la realidad que entrevemos se halla la nada, el vacío. Probablemente extraemos significados de la ilusión que ellos proyectan, sea en el amor o en la poesía. Entre certezas y aciertos que muy pronto se desvanecen, el poeta se siente condenado a la perplejidad. Aproximándonos ya al estilo más reciente de López Meléndez, Logogrifo y La muralla del último farol representan tanto una continuidad como un quiebre frente al libro anterior. Por un lado, ya no se abandonará la visión paradójica de la realidad, sino que más bien se insistirá en la verdad del enigma; por otro lado, nos encontramos con una nueva forma de expresión breve y hermética, por medio de la cual el lenguaje se ha convertido en el instrumento encargado de recoger los fragmentos de una realidad inestable y, por ende, impenetrable. Tal como el destello momentáneo de una realidad que es instante y que se resiste a ser plenamente desentrañada, las palabras en su combinación parecen adquirir una pura identidad circunstancial, abriéndose a una polisemia que raya con el misterio absoluto. Y, sin embargo, ellas dicen el enigma. Más allá de la disolución de los elementos materiales que nos circundan, del hecho de que la realidad no sea captada en su profunda unidad por ser tan compleja y contradictoria, y de la imposibilidad de un amor perdurable, el lenguaje es el último recurso para dar cuenta del "caos apacible" que el poeta experimenta en la presente estación tras un largo proceso de maduración y padecimiento.
* crítica, traductora y poeta peruana.
por Kristina Mäckelmann*
Un gran poema es un andamiaje de palabras; cada una sostiene a la otra en perfecto equilibrio. Hoy somos testigos de la perseverancia con la que Teódulo López Meléndez se ha atenido a este principio de creación. Su considerable trayectoria artística, en la que como poeta, ensayista, narrador y traductor ha demostrado una y otra vez un auténtico compromiso con el lenguaje, sin duda le confiere un rango excepcional dentro de la literatura venezolana de nuestros días. Ahora López Meléndez nos entrega una selección de textos que da cuenta de su labor poética en las últimas tres décadas. Viaje en la comedia (Caracas: Ala de Cuervo, 2000, 221 pp.) es el título de la antología que reúne trabajos provenientes de un total de cinco poemarios que López ha venido publicando desde el año 1972, además de dar a conocer dos libros inéditos, escritos en 1997 y 1999, respectivamente. Esta selección viene precedida de un notable y enjundioso ensayo de Ennio Jiménez Emán sobre la carrera poética del autor. Escribir poesía es un acto de ardua búsqueda y de ansiada liberación. La presente antología nos brinda la oportunidad de contemplar la evolución de un lenguaje propio, único e intransferible, sometido a la exigencia de encerrar en sus signos la dinámica de una experiencia vital en permanente cambio. Vemos que en la primera etapa de producción el autor recurre a un lenguaje en prosa. Alienación itinerante (1972), Los folios del engaño (1979) y Mestas (1986) son tres poemarios que, en términos generales, reflejan una apuesta del poeta por un lenguaje de largo aliento y hasta cierto punto caudaloso. En Mester (1997), en cambio, el empleo de la prosa se ajusta al estilo más reciente de López Meléndez, quien a partir de Mesticia (1996) opta por el poema breve con una expresión cada vez más condensada y compleja y en ocasiones hermética. El esfuerzo por hallar la clave de una exégesis satisfactoria en poemas como los incluidos en Logogrifo (1999) o La muralla del último farol (1999) nos remite a autores tan esenciales como es el caso de Ungaretti, Montale o Quasimodo, con quienes López Meléndez (que los ha traducido al español) comparte una serie de recursos estilísticos que en esta etapa lo convierten en un poeta "difícil". Muy poco revela una mirada que se detiene en la constatación de estructuras formales por sí mismas. El carácter de éstas sólo se hace sustancial en cuanto recoge e interioriza las sensaciones divergentes que ellas suscitan en el receptor. Así como ocurre con todo poema en particular, vemos que también cada poemario de López Meléndez posee un ritmo y un tono propios, los que marcan el acento correspondiente al carácter de la vivencia en un determinado momento creador. En un flujo ininterrumpido de visiones y sensaciones exacerbadas, Alienación itinerante se constituye en el punto de partida de su itinerario poético. Aquí el poeta emprende la búsqueda de un lenguaje eficaz que se haga cargo de traducir el dolor que experimenta en un mundo hostil y extraño, de cuyo origen y devenir el yo poético sin embargo no puede desvincularse del todo. Si su voz emerge desde la desolación, será el mismo poeta quien decidirá acallarla, convencido de su intrascendencia e inutilidad. La indagación acerca del sentido de la labor poética, la sospecha de la insuficiencia del lenguaje, la pregunta por los orígenes y el desvarío en la contingencia de un devenir infinito; éstas son algunas de las constantes temáticas en López Meléndez. En el caso de su primer poemario, ellas se abordan con pasión y desenfreno, reflejo del desgarramiento interno que se torna ira y desprecio. Contrastando este "delirio poético" con el segundo libro, Los folios del engaño, vemos que en éste la expresión se hace menos exacerbada e inmediata. El poema en prosa se fragmenta y cobra una mayor distancia reflexiva, si bien no prescinde de la elaboración de imágenes intensas que traducen violentas pulsaciones, equiparables a la experiencia vital del yo poético del primer libro. Asistimos a la construcción de un espacio con alcances cósmicos, en el que la voz imagina la construcción de un "planeta alternativo" (al que llama Zeta Ele 4), distinto al mundo anteriormente desahuciado. En ese contexto, la misión asignada al poeta consiste justamente en fundar un nuevo orden, situándose en el misterio de los orígenes del mundo y confiriéndoles un sentido original a las palabras que ahora se escurren en el intento de plasmar una experiencia de extrañeza y dolor. Descubrimos una visión ambigua de la realidad, que fluctúa siempre entre la esperanza del logro expresivo y la impotencia ante su fracaso, y en la que se prolonga la búsqueda de la trascendencia por medio de la palabra. Pese a la semejanza estructural con Los folios del engaño, en Mestas percibimos un giro significativo en el nivel de la expresión. El yo poético ahora parece recluirse en el silencio y la inmovilidad de una melancolía particular. Levemente transportado por las aguas y los vientos de un entorno natural cuyos detalles se perciben con agudeza e intensidad, la voz narradora apenas se distingue en tal devenir eterno, y sólo emerge temerosa como un susurro o suspiro para continuar extenuado en la soledad y el exilio. Con Mesticia se inicia la condensación del estilo poético que de ahora en adelante caracterizará la obra de Teódulo. La novedosa experimentación con el lenguaje explota los efectos de la concisión y del silencio del espacio en blanco, a fin de afianzarse paulatinamente como un modo para aprehender lo esencial. Alcanzado este punto, el lector se enfrenta a una enunciación poética cuyo tono revela una angustia que colinda con el desencanto. Ya no estamos ante el desgarramiento traducido con fervor, sino que hallamos un desasosiego más sombrío, apagado y paralizante. Aparece aquí un nuevo cuestionamiento sobre la identidad del yo, desde el cual el poeta presiente el poder desestructurador de su angustia, tan intensa que parece disolver toda estructura predeterminada de la realidad, y con ella al poder expresivo del lenguaje. En la segunda parte del libro hallamos una fuerte presencia de la temática amorosa. Pese a la promesa de sosiego y plenitud que el amor parece significar para el yo poético, vemos que tampoco ella se libra de ingresar a un plano de percepción ambivalente, en el que la dicha del momento corre el peligro permanente de ser desplazada por la incertidumbre. Y es justamente la intuición de una realidad antitética lo que se expresa en el poemario Mester, cuyo lenguaje recurre frecuentemente al oxímoron y da cuenta de una profunda conciencia acerca de la alteridad como algo presente pero inasible. Aquí ya no prima ninguna sensación única; la enunciación en prosa es más sobria con respecto a la desrealización que se viene efectuando. Al otro lado de la realidad que entrevemos se halla la nada, el vacío. Probablemente extraemos significados de la ilusión que ellos proyectan, sea en el amor o en la poesía. Entre certezas y aciertos que muy pronto se desvanecen, el poeta se siente condenado a la perplejidad. Aproximándonos ya al estilo más reciente de López Meléndez, Logogrifo y La muralla del último farol representan tanto una continuidad como un quiebre frente al libro anterior. Por un lado, ya no se abandonará la visión paradójica de la realidad, sino que más bien se insistirá en la verdad del enigma; por otro lado, nos encontramos con una nueva forma de expresión breve y hermética, por medio de la cual el lenguaje se ha convertido en el instrumento encargado de recoger los fragmentos de una realidad inestable y, por ende, impenetrable. Tal como el destello momentáneo de una realidad que es instante y que se resiste a ser plenamente desentrañada, las palabras en su combinación parecen adquirir una pura identidad circunstancial, abriéndose a una polisemia que raya con el misterio absoluto. Y, sin embargo, ellas dicen el enigma. Más allá de la disolución de los elementos materiales que nos circundan, del hecho de que la realidad no sea captada en su profunda unidad por ser tan compleja y contradictoria, y de la imposibilidad de un amor perdurable, el lenguaje es el último recurso para dar cuenta del "caos apacible" que el poeta experimenta en la presente estación tras un largo proceso de maduración y padecimiento.
* crítica, traductora y poeta peruana.
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