La palabra en los ilímites o la poética de Teódulo López Meléndez
Francisco Javier Cubero*
(Texto leído en la presentación de Fin de la Comedia en Barcelona, España, el 30 de marzo de 2007).
He de empezar recordando el verde frescor del césped de un jardín, la cámara avanza ampliando la imagen con mirada casi microscópica, se acerca a las húmedas briznas de hierba, aparece la tierra entreverada, los insectos son hormigas sobre el color herido de la carne, sobre una oreja humana cercenada. Esta imagen pertenece a Blue Velvet , aquel inquietante engendro de David Lynch. Y oigo la voz de Jeffrey cuando dice: «este es un mundo muy extraño»; y una banda sonora que se adhiere a las paredes del cerebro.
En alguna ocasión he pensado que la poesía es como esa oreja seccionada que perfora la realidad y suspende el orden establecido, pero no es momento para las definiciones sino para la celebración por la presencia en Barcelona de Teódulo López Meléndez, poeta venezolano, que ha venido acompañado, felizmente, por Eva Feld.
Gracias a la indiscreta presencia de la imagen en Internet nuestra “cita a ciegas” no requirió un clavel en la solapa ni un ejemplar de prensa bajo el brazo. Ese prólogo a nuestra primera conversación cara a cara sucedió el martes día 27 de este mismo mes de marzo. Quiere esto decir que mi lectura de sus poemas no ha podido reposar y que cuanto diga a continuación será por fuerza insuficiente, pero quisiera mantener la intensidad del aroma de un gratísimo encuentro y de un descubrimiento tan tardío como importante.
He leído Fin de la comedia, no sin antes leer su antecedente Viaje en la comedia, los he acabado leyendo en voz alta, porque el verbo de Teódulo acaba exigiendo una pronunciación elevada, un sonido rotundo.
Así que aquí me tenéis, recordando a Jeffrey y aquella oreja que acabaría dentro de una pequeña bolsa de papel, «este es un mundo muy extraño». Y no es porque aquí se haya cometido ningún crimen, todo lo contrario, sino porque nuestro poeta consigue perforar lo que aparece como real hacia el espacio de lo que con rara precisión ha denominado «ilímites».
En la contracubierta del libro se puede leer que «Fin de la comedia es un desprendimiento de las ataduras terrestres para marchar hacia los límites de un universo que ocupa el espacio de la nada. A sus bordes se asoma y, a pesar de la inutilidad de la palabra, procura con ella disolverse en la inmensidad, una donde la flotación incorpórea permite la visión de la totalidad y la integración a una fuerza universal que canta otro lenguaje, el primigenio».
Y cuando ya se han leído varios poemas del libro, uno advierte que su voz proviene de un piélago de extremos donde la oscuridad es luminosa. Sobre la tierra yerma se presiente el doble fondo en el que aguarda lo que en la superficie es sólo enigma. Viene esa voz de un viento que ha pasado entre rescoldos, herido por las brasas y es parte de un silencio tan feroz como el que habita en las frondas del hayedo. Mundo extraño de contrastes.
Pero si algo caracteriza a la modernidad es la fragmentación, la visión analógica del mundo ya está cuestionada en Goya y en Baudelaire, en Mallarmé o en Ungaretti, en Pound, en Schwitters, en Octavio Paz, en Diego Rivera, en Picasso… por ello no acaba de entenderse la obstinación de algunos en el mantenimiento de una poesía más que decimonónica, o en el conservadurismo de la llamada nueva sentimentalidad o poesía de la experiencia, que viene a situarse junto a la actitud de aquel padre que ante un cuadro de Miró se permite el lujo de exclamar: «eso también lo puede hacer mi niño», sólo porque la imagen no le devuelve la apariencia del mundo acostumbrado.
Frente a la imagen cómoda de lo tangible, la poesía de Teódulo se inserta plenamente en la modernidad fragmentada que enlaza, o es parte, de una vanguardia vigente y todavía necesaria, porque las palabras, armazón del poema, son limitadas y tienden a mantener esa ilusión de realidad que debe cuestionarse. Significado y significante, lo designado y lo que designa no son equivalentes en ningún caso, el significante es reductor y la sintaxis acaba siendo un corsé apretado que no sirve para expresar el misterio de la existencia, la dimensión de la vida, la realidad no aparente, la oreja desmembrada.
Sin embargo o a propósito, antes de este libro, Teódulo ya había escrito:
Sin palabras un poeta no es hueco en el vacío gangrena
En esa obra lúcida y poética que es Claros del bosque dice María Zambrano: «El conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende, “el diálogo del alma consigo misma” que busca aún ser palabra, la palabra única, la palabra indecible, la palabra liberada del lenguaje.»
Teódulo López Meléndez avanza en su camino poético al encuentro del conocimiento puro, y sus palabras, libro a libro, muestran una tensión reductora de significantes, pero amplificadora del sentido, hacia la liberación del lenguaje. Consciente de que el encuentro no es consecuencia de la búsqueda sino de la interiorización sintética, se muestra cada vez más austero y más profundo en la sucesión de sus libros, Fin de la comedia está constituido por cinco poemarios que consolidan su obra anterior y son un bloque compacto que tiende a la esfericidad de su obra completa. Una esfericidad un tanto hermética donde la oscuridad tiene la luz del piélago sonoro.
En esa austeridad la adjetivación es parca y precisa, apenas aparecen de forma expresa los valores cromáticos, únicamente los vamos a encontrar en El silencio anterior, primer libro de Fin de la comedia: «Amarillo quede / ahora que otoño / se prolonga hasta mis labios / como las hojas desteñidos». Alguna escasa referencia al rojo, al blanco, al marrón, al azur. En el segundo libro, La edad de siempre, no hay referencias cromáticas, aunque sí aparecen matices de la luz.
El primero de los dos libros citados, producto de la contemplación desolada de la materia, del origen y la memoria, avisa del rechazo del ornato o la retórica, avanza en los objetos hacia una conclusión insobornable: «Las palabras no clarean / Son ellas la oscuridad, / la única prisión que crece».
El tercer libro, La herida más cercana, datado en 2002, recupera el color, pero tiende a la monocromía:
DESNUDO GRIS
Se difumina traza gris hasta el cansancio
la desnudez en el regreso
En los ojos ya no hay lienzo
la lengua larga los últimos vestigios de pintura
Tenue apenas bisbisea el orden
DECOLORACIÓN
Los colores se hacen uno,
citado gris a mis efectos
el asunto llamar se pierde
Significantes y significados se deslíen
en un lejano de desprendidos
No es, por tanto, la superficie del mundo objeto del interés del poeta. En las visiones de lo oscuro o de lo oculto, también se ha diluido el “yo” de sus primeros libros, su mirada pretende un viaje a los ilímites ya citados, a la disolución de lo corpóreo en un todo ascético, en un «Lugar» que cifrará, y transcribo el poema que cierra el quinto libro:
En cualquier parte sin doquier
Sólo un clima para envolver mi certidumbre:
aquél donde uno encuentra
la corrección de oriundo.
Esenciales en todos sus poemas son los silencios que implican los espacios blancos entre grupos de versos que no se corresponden con estrofas y la sintaxis experimental y rota que denuncia físicamente lo que con palabras expresa en el poema
SOBRE EL INCENDIO
Las palabras se hunden
en el sentido del lenguaje original
de los peces que asumen el bajío,
las rutas transitables e intraducibles de los signos
y los caracteres en la piel de los ejes,
la desarticulación y los ojos ciegos
penetrados por la sal de una explosión en reverso,
lo humano
en las primeras gotas que cayeron sobre el incendio
Toda la poesía de Teódulo López Meléndez se apoya en una gran riqueza léxica y semántica que exprime las posibilidades de la lengua castellana en ritmos precisos y cálidos cuyo sonido tiene la densidad de las maderas nobles pulidas con esmero. La articulación constante del oxímoron cuestiona la realidad y la trasciende allí donde lo intangible es presentido y entregado a través de la angustia vital ante el vacío.
Escritura sustantiva y verbal, sin concesiones a la retórica, que recoge no sólo las tradiciones asumidas en la lectura o aquellas que son propias del idioma, las que se adhieren sin remedio a las palabras, sino también las de una concepción trascendente de la poesía como acción vital o como salvación ante el riesgo de sucumbir a la edad de la imagen.
Aún hablando de experimentación, tiene esta poesía la virtud de lo auténtico y una rara pureza si se piensa que surge de las manos de un intelectual. No contamina el ensayista al poeta, no enturbia la razón argumentativa la esencia poética. Ni el novelista irrumpe en el poema, los mundos de Teódulo viajan paralelos, pero su poesía no es un juego intelectual ni es producto de la elucubración o el artificio estético, su viaje, y citaré el poema titulado “Equivalencia”:
Sucedió en equivalencia
de otro modo
Hace sólo tres días que tengo este libro entre las manos, ¿cuántas lecturas serían necesarias para que yo pudiera expresar lo que apenas intuyo?, la poesía requiere un tiempo y un lugar, sirvan estas notas apresuradas como una invitación a la lectura y para celebrar la verdad de una poesía con mayúsculas, la de Teódulo López Meléndez a quien vuelvo a dar la bienvenida y mi agradecimiento.
*Poeta, profesor y ensayista catalán. Dirige la revista www.eldigoras.com
Francisco Javier Cubero*
(Texto leído en la presentación de Fin de la Comedia en Barcelona, España, el 30 de marzo de 2007).
He de empezar recordando el verde frescor del césped de un jardín, la cámara avanza ampliando la imagen con mirada casi microscópica, se acerca a las húmedas briznas de hierba, aparece la tierra entreverada, los insectos son hormigas sobre el color herido de la carne, sobre una oreja humana cercenada. Esta imagen pertenece a Blue Velvet , aquel inquietante engendro de David Lynch. Y oigo la voz de Jeffrey cuando dice: «este es un mundo muy extraño»; y una banda sonora que se adhiere a las paredes del cerebro.
En alguna ocasión he pensado que la poesía es como esa oreja seccionada que perfora la realidad y suspende el orden establecido, pero no es momento para las definiciones sino para la celebración por la presencia en Barcelona de Teódulo López Meléndez, poeta venezolano, que ha venido acompañado, felizmente, por Eva Feld.
Gracias a la indiscreta presencia de la imagen en Internet nuestra “cita a ciegas” no requirió un clavel en la solapa ni un ejemplar de prensa bajo el brazo. Ese prólogo a nuestra primera conversación cara a cara sucedió el martes día 27 de este mismo mes de marzo. Quiere esto decir que mi lectura de sus poemas no ha podido reposar y que cuanto diga a continuación será por fuerza insuficiente, pero quisiera mantener la intensidad del aroma de un gratísimo encuentro y de un descubrimiento tan tardío como importante.
He leído Fin de la comedia, no sin antes leer su antecedente Viaje en la comedia, los he acabado leyendo en voz alta, porque el verbo de Teódulo acaba exigiendo una pronunciación elevada, un sonido rotundo.
Así que aquí me tenéis, recordando a Jeffrey y aquella oreja que acabaría dentro de una pequeña bolsa de papel, «este es un mundo muy extraño». Y no es porque aquí se haya cometido ningún crimen, todo lo contrario, sino porque nuestro poeta consigue perforar lo que aparece como real hacia el espacio de lo que con rara precisión ha denominado «ilímites».
En la contracubierta del libro se puede leer que «Fin de la comedia es un desprendimiento de las ataduras terrestres para marchar hacia los límites de un universo que ocupa el espacio de la nada. A sus bordes se asoma y, a pesar de la inutilidad de la palabra, procura con ella disolverse en la inmensidad, una donde la flotación incorpórea permite la visión de la totalidad y la integración a una fuerza universal que canta otro lenguaje, el primigenio».
Y cuando ya se han leído varios poemas del libro, uno advierte que su voz proviene de un piélago de extremos donde la oscuridad es luminosa. Sobre la tierra yerma se presiente el doble fondo en el que aguarda lo que en la superficie es sólo enigma. Viene esa voz de un viento que ha pasado entre rescoldos, herido por las brasas y es parte de un silencio tan feroz como el que habita en las frondas del hayedo. Mundo extraño de contrastes.
Pero si algo caracteriza a la modernidad es la fragmentación, la visión analógica del mundo ya está cuestionada en Goya y en Baudelaire, en Mallarmé o en Ungaretti, en Pound, en Schwitters, en Octavio Paz, en Diego Rivera, en Picasso… por ello no acaba de entenderse la obstinación de algunos en el mantenimiento de una poesía más que decimonónica, o en el conservadurismo de la llamada nueva sentimentalidad o poesía de la experiencia, que viene a situarse junto a la actitud de aquel padre que ante un cuadro de Miró se permite el lujo de exclamar: «eso también lo puede hacer mi niño», sólo porque la imagen no le devuelve la apariencia del mundo acostumbrado.
Frente a la imagen cómoda de lo tangible, la poesía de Teódulo se inserta plenamente en la modernidad fragmentada que enlaza, o es parte, de una vanguardia vigente y todavía necesaria, porque las palabras, armazón del poema, son limitadas y tienden a mantener esa ilusión de realidad que debe cuestionarse. Significado y significante, lo designado y lo que designa no son equivalentes en ningún caso, el significante es reductor y la sintaxis acaba siendo un corsé apretado que no sirve para expresar el misterio de la existencia, la dimensión de la vida, la realidad no aparente, la oreja desmembrada.
Sin embargo o a propósito, antes de este libro, Teódulo ya había escrito:
Sin palabras un poeta no es hueco en el vacío gangrena
En esa obra lúcida y poética que es Claros del bosque dice María Zambrano: «El conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende, “el diálogo del alma consigo misma” que busca aún ser palabra, la palabra única, la palabra indecible, la palabra liberada del lenguaje.»
Teódulo López Meléndez avanza en su camino poético al encuentro del conocimiento puro, y sus palabras, libro a libro, muestran una tensión reductora de significantes, pero amplificadora del sentido, hacia la liberación del lenguaje. Consciente de que el encuentro no es consecuencia de la búsqueda sino de la interiorización sintética, se muestra cada vez más austero y más profundo en la sucesión de sus libros, Fin de la comedia está constituido por cinco poemarios que consolidan su obra anterior y son un bloque compacto que tiende a la esfericidad de su obra completa. Una esfericidad un tanto hermética donde la oscuridad tiene la luz del piélago sonoro.
En esa austeridad la adjetivación es parca y precisa, apenas aparecen de forma expresa los valores cromáticos, únicamente los vamos a encontrar en El silencio anterior, primer libro de Fin de la comedia: «Amarillo quede / ahora que otoño / se prolonga hasta mis labios / como las hojas desteñidos». Alguna escasa referencia al rojo, al blanco, al marrón, al azur. En el segundo libro, La edad de siempre, no hay referencias cromáticas, aunque sí aparecen matices de la luz.
El primero de los dos libros citados, producto de la contemplación desolada de la materia, del origen y la memoria, avisa del rechazo del ornato o la retórica, avanza en los objetos hacia una conclusión insobornable: «Las palabras no clarean / Son ellas la oscuridad, / la única prisión que crece».
El tercer libro, La herida más cercana, datado en 2002, recupera el color, pero tiende a la monocromía:
DESNUDO GRIS
Se difumina traza gris hasta el cansancio
la desnudez en el regreso
En los ojos ya no hay lienzo
la lengua larga los últimos vestigios de pintura
Tenue apenas bisbisea el orden
DECOLORACIÓN
Los colores se hacen uno,
citado gris a mis efectos
el asunto llamar se pierde
Significantes y significados se deslíen
en un lejano de desprendidos
No es, por tanto, la superficie del mundo objeto del interés del poeta. En las visiones de lo oscuro o de lo oculto, también se ha diluido el “yo” de sus primeros libros, su mirada pretende un viaje a los ilímites ya citados, a la disolución de lo corpóreo en un todo ascético, en un «Lugar» que cifrará, y transcribo el poema que cierra el quinto libro:
En cualquier parte sin doquier
Sólo un clima para envolver mi certidumbre:
aquél donde uno encuentra
la corrección de oriundo.
Esenciales en todos sus poemas son los silencios que implican los espacios blancos entre grupos de versos que no se corresponden con estrofas y la sintaxis experimental y rota que denuncia físicamente lo que con palabras expresa en el poema
SOBRE EL INCENDIO
Las palabras se hunden
en el sentido del lenguaje original
de los peces que asumen el bajío,
las rutas transitables e intraducibles de los signos
y los caracteres en la piel de los ejes,
la desarticulación y los ojos ciegos
penetrados por la sal de una explosión en reverso,
lo humano
en las primeras gotas que cayeron sobre el incendio
Toda la poesía de Teódulo López Meléndez se apoya en una gran riqueza léxica y semántica que exprime las posibilidades de la lengua castellana en ritmos precisos y cálidos cuyo sonido tiene la densidad de las maderas nobles pulidas con esmero. La articulación constante del oxímoron cuestiona la realidad y la trasciende allí donde lo intangible es presentido y entregado a través de la angustia vital ante el vacío.
Escritura sustantiva y verbal, sin concesiones a la retórica, que recoge no sólo las tradiciones asumidas en la lectura o aquellas que son propias del idioma, las que se adhieren sin remedio a las palabras, sino también las de una concepción trascendente de la poesía como acción vital o como salvación ante el riesgo de sucumbir a la edad de la imagen.
Aún hablando de experimentación, tiene esta poesía la virtud de lo auténtico y una rara pureza si se piensa que surge de las manos de un intelectual. No contamina el ensayista al poeta, no enturbia la razón argumentativa la esencia poética. Ni el novelista irrumpe en el poema, los mundos de Teódulo viajan paralelos, pero su poesía no es un juego intelectual ni es producto de la elucubración o el artificio estético, su viaje, y citaré el poema titulado “Equivalencia”:
Sucedió en equivalencia
de otro modo
Hace sólo tres días que tengo este libro entre las manos, ¿cuántas lecturas serían necesarias para que yo pudiera expresar lo que apenas intuyo?, la poesía requiere un tiempo y un lugar, sirvan estas notas apresuradas como una invitación a la lectura y para celebrar la verdad de una poesía con mayúsculas, la de Teódulo López Meléndez a quien vuelvo a dar la bienvenida y mi agradecimiento.
*Poeta, profesor y ensayista catalán. Dirige la revista www.eldigoras.com
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