Teódulo López Meléndez
La obra humana se desgasta como los cuerpos lo hacen al paso del
tiempo. La vida de un hombre puede resultar en extensión insignificante frente
a la duración de los procesos históricos, aunque hay procesos que no llegan a
la vida de un hombre. Las civilizaciones y su manifestación imperial están entre
los primeros, los sistemas políticos oscilan entre uno y otro, especialmente
entre los últimos los gobiernos concretos. Imperios y gobiernos terminan con
rápida agonía. Pueden parecer sólidos- y en algunos casos lo son- pero el fin
llega con una rapidez que los sorprende.
Las concepciones que dieron origen a las bases del sistema
democrático han permanecido inalteradas más allá de lo conveniente y hacen
agua. La organización política que conocemos se deshace empujada hacia el
closet por un cansancio obvio y manifiesto que los gobernantes no comprenden y
por las exigencias propias de un cuerpo que necesita estructurarse con nuevos
ingredientes. Es lo que se llama una situación de crisis, o si queremos
aparecer como más optimistas, de nacimiento de un nuevo mundo.
Los problemas del presente son tales, con sus millones de
hambrientos o con su crisis ambiental, que la comprensión de quienes deberían
tomar decisiones se ve limitada por una sorprendente “administración de la
normalidad” o la recurrencia a soluciones empañadas por procederes ya caducos. En
el caso de este preciado sistema político llamado democracia el óxido se ha
amontonado hasta el punto de formar palancas que trancan el accionar de las
ruedas con la consecuente usurpación a la gente y el enquistamiento de una
clase usufructuaria.
Elecciones para crear electores en lugar de ciudadanos.
Representación para crear representantes en lugar de instrumentos de consulta.
Maniobras de poder para impedir decisión común sobre los grandes asuntos. La
vieja democracia anda boqueando y si hemos mezclado caída de los imperios y de
las civilizaciones con caída de los sistemas políticos es porque las causas de
su derrumbe se asemejan, aunque las mediciones en tiempo sean distintas.
Se envejecen las políticas sociales asistenciales. Se modifican
ellas también en el plano de la política internacional, al tiempo que se
muestra como esos mecanismos desfallecen y se asoma la necesidad de cambiar sus
destinatarios. Se envejecen los viejos conceptos geopolíticos. Se envejecen las
construcciones humanas. Es de Perogrullo recordarlo, pero quizás como pocas
veces antes hay una tal repetición de comportamientos, un empeño en resolver
con los viejos métodos y una persistencia en aferrarse a los marchito, que no
cabe más remedio que repetirlo: el mundo tal como lo conocimos está agotado.
Frente a nuestros ojos surge uno nuevo que requiere de imaginación y de
inteligencia.
@tlopezmelendez
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