Teódulo López Meléndez
Se acostumbra decir
que el paso del tiempo enseña. Quizás por ello se tiende a hacer balances
cuando esta medición de un año arropa. Solemos, incluso, enmarcar la historia
en ese período y ponerle adjetivos, mientras la imaginación y el deseo
proyectan o planifican.
Los hay
particulares en exceso, como este 2020 recién marchado, uno que dentro de su
particularidad de una seria amenaza contra la vida, nos permite aseverar que
sus consecuencias más notorias serán las de acelerar las modificaciones que ya
se asomaban en el panorama humano. Elencarlas de nuevo podría resultar hasta
banal. Mirar la adaptación del comportamiento a las variantes insurgidas nos
tomará otro tiempo, uno donde ese mismo tempus
seguirá amontonando las adaptaciones y las perspectivas.
En el terreno del
tiempo político hay una herencia pesada, sobre todo proveniente de las
enfermedades, o de los virus si se quiere, surgidos de la democracia, con sus
variantes degenerativas que no desaparecerán tan fácilmente.
El nuevo desafío en
el escabroso terreno del tiempo político es tal como el de la pandemia.
Mientras se implanten las modificaciones como la acentuación del trabajo a
distancia, para citar un solo ejemplo, amén de un reto superior como lo es el
deterioro ocasionado por el cambio climático, la sustentabilidad de los cambios
específicos en territorios específicos seguirá envuelta en redes como la
degeneración de la política o la mediocridad de sus actores.
En este territorio
específico que aún somos no asoman las especificidades. Asoman repeticiones de
lo absurdo, las confusiones en las acciones de los actores, la recaída en las
medidas fracasadas, aunque se invoquen carambolas como la búsqueda china de un
sistema mixto o se autoprolongue la vida política desde una decisión elucubrada
al margen de la realidad.
Este 2021 de este
territorio específico que ha ido perdiendo sus especificidades no asoma renovación
de ruta: a veces el tiempo se ancla, tiende a inmovilizarse contradiciéndose en
su elementalidad, se aloja en la retórica, en la repetición, en la mediocridad,
en el sin talento.
Así uno recuerda a
Chronos, personificación del tiempo, que gracias a su unión con Ananké (diosa
de la inevitabilidad) dieron lugar a lo sólido.
@tlopezmelendez
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