Teódulo López Meléndez
Hemos tenido grandes avances en la informática, la tecnología espacial o la biología y en una creciente demanda a favor de los derechos de los homosexuales. Desciframiento del mapa genético, celulares con 3G, GPS y WiFi, la manipulación de embriones o la web 2.O, pero la política ha planteado retos que no han sido abordados con pensamiento complejo capaz de trazar coordenadas en este momento de la historia y de la cultura universal. Ha faltado, diría, la razón poética, esto es, la posibilidad de soñar las nuevas formas de organización comunitaria del hombre desde la luz de la conciencia hasta la creación de un cuerpo especular, lo que se llamaría la función imaginante.
La proclamación de la victoria de la técnica, la falta de sentido como nuevo sentido y la prevalencia del pensamiento débil debe ser contrarrestada con el fuerte resurgir del pensamiento. Es una caída vertical que venimos sufriendo desde más allá de esta década que termina en zona oscura. Si el ciudadano de este siglo deja de padecer como víctima y se decide a realizar las nuevas formas son bastantes probables los nuevos surgimientos, en especial en la política y en las ideas que deben envolverla.
Quizás podamos definir a esta sociedad de la primera década del nuevo milenio como una sociedad enmascarada que vive su sojuzgamiento como víctima. Es menester transgredir la oscuridad. Se transgrede en momentos de crisis. Ya Tucídides utilizaba la palabra en la Guerra del Peloponeso. Crisis las ha habido de todos los tipos y de todas las duraciones. Si la palabra crisis cabe se debe a causas endógenas en lo institucional, en lo cultural y en lo político, como lo hemos señalado en ya cinco ensayos donde hemos abordado la lectura del nuevo milenio. Está claro que esta turbulencia del presente es transicional hacia un nuevo mundo, pero el sistema social padece ahora tal sacudimiento que debe conducirnos a desechar componentes y a incorporar las indispensables innovaciones. De esta presente decadencia puede venir el colapso con la reaparición plena del totalitarismo o un renacimiento sobre las nuevas ideas y las nuevas formas políticas. Este es un tiempo de decisión, de empujones que alienten los nuevos caminos.
Los pasados supuestamente enterrados adquieren vitalidad en situaciones como la presente, lo que parecen olvidar los conservadores a ultranza que sólo confían en lo conocido que precisamente nos condujo a este punto. La acumulación de fallas puede conducir a una crisis general que se manifestaría en todos los ángulos, en el conjunto de lo que podríamos llamar la reproducción social, esto, es, lo que se acostumbra llamar ‘crisis mixta”, pero que en la presente década tiene como causa fundamental la política. Las crisis civilizatorias se enfrentan no con retornos sino con saltos hacia adelante. Con rigidez no se superan los marcos civilizacionales agotados. La economía siempre ha sido un factor político, aunque hayamos vivido su imposición por encima de la política, de manera que como concepto político hay que superar un modo de producción y arribar a una economía humana y solidaria. En otras palabras, estamos en un mundo envejecido y no podemos pretender que sólo con la técnica basta para el escape. No es posible la colocación de parches. No podemos responder así a la era de la incertidumbre. Esto es un laberinto fáustico, muy propio de las acciones humanas. Todo determinismo está excluido. No hay una determinación histórica causalista. La disutopía en que estamos envueltos abre las espitas para el pensamiento y las nuevas prácticas sociales. Hay que convencerse de que el pasado ha perdido su función, a no ser el propio de un muestrario de los caminos que nos condujeron hasta la situación presente. Los escenarios a desarrollar deben partir del ahora. Estamos inmersos en un presente que parece eternizarse y al cual debemos administrar una intensa dosis de pragmatismo e ideas. Carecer de estrategias derivadas de un pensamiento en ebullición equivaldría a sujetarlo a la espera del quiebre.
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