La lámpara de Diógenes


 


Teódulo López Meléndez

No se trata de personas. Se trata de conceptos. No puede desafiar quien busca cuotas. Desafía el que busca al país todo.

El impoluto consensa intereses extraviados. El desafiante reta a mirar distinto.

Aquí no se trata de mediadores mesurados conservadores del estatus. Aquí se trata de romper en procura de un cambio histórico.
No se trata de acomodar intereses contrarios con guantes de seda. Se trata de empujar a una nación hacia un nuevo estadio.

Lo que el país requiere no es un impoluto mediador. Es un desafiante de la voluntad ciudadana.

Lo que el país requiere no es acuerdo para presentar candidatos sino para presentar el país posible.

Lo q el país requiere no es una alianza con fines electorales. Es una convergencia ciudadana hacia el país. En un drama nacional se busca broten todas las tesis y se enfrenten. En un acomodo se requiere el apaciguador que consuela.

Desafiar a un país se topa con la incomprensión. Hacerle carantoñas a un país tiene aquiescencia. La incomprensión es parte del desafío.

No se requiere al acomodador que pone cojines para evitar se rocen los ambiciosos. Lo q se requiere es sacarlos del teatro.

No se requiere de “unidad” como chantaje ni “pega loca”. Se requiere una insurgencia nacional que rompa el presente.
Moverse por ambición de poder es exactamente contrario a la posibilidad de gobernar y hacer viable un destino.
El país se queja. El país no se asume. El país exorciza. El país no construye. El país en la minucia. El país no visualiza futuro.
Cada vez que veo la exigencia de transformación de la MUD me pregunto cuando los dinosaurios se hicieron aves. Si bien hay novedosas teorías científicas al respecto por análisis comparativos de los esqueletos de unos y otras persiste la duda sobre los miles de años que tal evolución requirió.
Estos días de acomodos de poder, de preparación de escenarios para la obra de mañana a uno lo asalta Diógenes de Sinope, Lo imagina en su tonel, sin olvidar sus antecedentes de falsificación de monedas junto a su padre, dado que, al fin y al cabo, a eso se le atribuye su dedicación a la filosofía. Con su habitual agudeza Platón lo describió como un “Sócrates delirante”. Sólo portaba un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco y su maravillosa lámpara con la que buscaba a un hombre honesto. La historia de la filosofía no nos da cuenta si encontró a alguno.
Lo único que sí se sabe es que un día en las callejuelas de Atenas Diógenes vio a un niño recogiendo agua con las manos y le regaló el cuenco. Es posible que el fuego de su lámpara lo haya llevado al agua.
Jamás escribió una línea. Practicaba con el ejemplo. No deja, por esto último, de ser curioso que haya logrado la inmortalidad.

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