Fuenteovejuna, Señor





Teódulo López Meléndez

En 1612 un escritor llamado Lope de Vega comenzó a escribir lo que podríamos llamar el cumplimiento del deber de un “intelectual”, si la palabra ya hubiese sido inventada por los antidreyfusistas para ofender a personajes como Émile Zola o Anatole France. La palabra, sin embargo, dejó de ser peyorativa y en muchos casos se usa como sinónimo de intelligentsia. Pero no marchemos hacia lo lateral: lo cierto es que Lope de Vega daba una lección de valentía personal entremezclada con un político ejercicio de pedagogía. Se trataba de un pueblo ejerciendo la justicia, lo que aquel escritor relataba frente a un poder omnímodo desbocado y a un deseo lascivo del Comendador.

Vemos desde una Sala Constitucional impartiendo sentencias penales, contra su propia jurisprudencia, hasta el mantenimiento de una ofensiva contra alcaldes que no amontonaron a tiempo barricadas, mientras el supuesto órgano judicial las colocaba entre sí mismo y el derecho. Fuenteovejuna, Señor.

Vemos destituidos a la máxima expresión del poder local para que irrumpa el Consejo Nacional Electoral convocando elecciones de inmediato, mientras la “justicia”, entre sus antecedentes, guarda alcaldes procesados por corrupción sin que el paso de los meses para ellos haya sido obstáculo a meter en una prisión militar en menos de un día al alcalde de San Diego o que el de San Cristobal haya sido sacado de una habitación de hotel alegando una supuesta decisión y llevado, en su condición de civil, también hasta la prisión militar. Fuenteovejuna, Señor.

Esa vieja mayoría de las antiguas islas que por el Caribe subsisten se ejerce siempre a favor de las dádivas, de la subsistencia precaria, que desde el Grupo de los 3 (Venezuela, Colombia, México) asistía a sus necesidades energéticas y que por voluntad hegemónica de Chávez fue disuelto para ser suplantado con un chorro que impone condiciones y que pasa factura a la hora de silenciar voces y de sumar votos, cuando en un órgano multinacional se debería otorgar cantidad de votos por población. Fuenteovejuna, Señor.

Qué la izquierda latinoamericana ande trasnochada podría ser objeto de arqueólogos, aunque la derecha no deje tampoco de mostrar su óxido y los sentimientos a la hora de las cuadraturas procuren conservar inversiones, negocios, suministros, alianzas comerciales. Fuenteovejuna, Señor.

Mientras se proyecta un film sobre Mandela en la hacienda Altamira de Gallegos, el novelista, como para evocar larga penuria tras las rejas, las fuerzas del Comendador no cesan en su presencia para continuar lo que he definido como “una guerra de barrio” a la manera de Beirut y en las cabezas de los estudiantes siguen cayendo gases, y algo más, tal vez en procura de un aturdimiento que no llega. Fuenteovejuna, Señor.
En los tiempos de Lope de Vega luego de las preguntas de rigor del juez llegan los reyes y restablecen el orden reconociendo el justo proceder del pueblo de Fuenteovejuna y el final feliz se asoma en una condena a la lascivia del Comendador por Laurencia y en exaltación del cristiano amor de Frondoso. 

Los tiempos de Lope de Vega eran los tiempos de Lope de Vega. Ahora estamos en el siglo XXI y el pueblo de Fuenteovejuna no debe andar para nada matando Comendadores, puesto que el ejercicio de la venganza es condenable y nada se resuelve por esa vía, pero la imagen del pueblo de Fuenteovejuna sigue allí porque Lope de Vega se hizo inmortal y porque su texto invoca la reivindicación superior de un pueblo ante la injusticia. Hoy el Comendador puede llamarse dictadura, represión, ahogamiento de la justicia. Son estos los Comendadores de la Venezuela de hoy, una donde no llegarán reyes a imponer justicia como en Fuenteovejuna y será el pueblo el que produzca la misma respuesta ante la misma pregunta. ¿Quién es Fuenteovejuna?  Todo el pueblo,  a una.

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