Entender la emersión de nuevos significantes culturales






Teódulo López Meléndez

Es evidente la interrelación entre política y cultura. Desde un punto de vista antropológico puede hablarse de esa cultura política como una reproducción y transformación de operaciones simbólicas. La cultura conforma las concepciones políticas puesto que es un conjunto de símbolos, valores y normas que constituyen significados. De esta manera puede asegurarse que las acciones que vemos en el campo de la política no son accidentales.

Estos significados no están entonces tan determinados por lo exterior, como se piensa, sino por una conformación interior derivada de una acumulación de sentidos que se ha convertido, en cuanto a la acción del grupo social, en lo que podríamos denominar un depósito común de sentidos el cual se modifica en la realidad social y en los movimientos que se suceden en el acontecer cotidiano. En momentos de gran conflictividad ese conjunto se mueve hacia el enfrentamiento o hacia una pasividad derivada de los términos inaceptables del conflicto.
Una referencia específica que siempre nos ha ocupado es la clase media venezolana, a la que hemos calificado de profundamente inculta en lo político. Sin embargo, la realidad venezolana de hoy impele a considerar la tesis de si se puede continuar hablando de su existencia. Es segundo lugar, creemos Venezuela es la prueba de la desaparición del viejo aserto de que ella era factor fundamental de la estabilidad y de la vigencia democrática.

Hoy en día, en el análisis cultural político, se privilegia, como lo hacemos constantemente, el concepto de ciudadanía, una que, incluso, ha sido llamada “de la diferencia”, en el sentido de pasar el viejo catálogo de clases sociales a un segundo plano, lo que quiere decir que las diferencias que se ponen de manifiesto son las diferencias de carácter cultural. Para redondear el concepto, el objetivo deja de ser las “clases” para centrarse en el estudio y el combate en pobreza y marginación.

Todo este imaginario colectivo ya no parece depender en la Venezuela de hoy del grado de nivel educativo alcanzado por el individuo, lo que habla del mantenimiento de un sistema educativo de repetición. Más bien se ha conformado por una politización excesiva que ha contribuido al conflicto, pero también a una movilidad social y a la creación de nuevos paradigmas en las clases emergentes.

Entender este nuevo entramado cultural no nacido de las clases altas y medias, sino de las que aún son calificadas como D y E, es absolutamente indispensable para comprender lo que llamaremos un nuevo imaginario y que tiene una manifestación electoral dura aún por encima de las contingencias, como la ineficiencia gubernamental.

Bien podría asegurarse, entonces, hay nuevos y variados  símbolos en curso conformando una nueva conciencia política, uno no inclinada al conflicto sino más bien una que solicita armonía entre las ofertas y que el único riesgo que ve es la pérdida de la capacidad de participación conquistada así como de los beneficios tangibles obtenidos.

Es así como, a pesar de los esfuerzos de propósito de obtención y conservación de poder, como ataques despiadados a la “burguesía”, el odio propio del conflicto perverso se limita a pequeños grupos altamente politizados e instrumentados para el cumplimiento de misiones de amedrentamiento. En Venezuela el conflicto no lo es entre clases sociales.

Sin una sólida base cultural es imposible el desarrollo del capital social, uno que, como todo capital, aumenta o disminuye. Es ese capital social el que realmente modifica estructuralmente. Ello incluye el control social, el que ejercido debidamente impulsa un pensamiento colectivo de convergencia en la diversidad. Entonces estamos ante la necesidad de reconocimiento de los nuevos códigos culturales para ir a una identidad plural de valores, símbolos y significados, inmersos todos en normas de conducta salidas de la nueva realidad, pues la única manera de producir acciones colectivas de entendimiento es haciéndolas partir de prácticas cognitivas que generan conocimiento.
Al hablar de cambio como congruencia cultural estamos haciéndolo de la aceptación del principio de la cultura como creación y transformación. Entre el orden y el conflicto, entre la incertidumbre y la certidumbre, se mueven los equilibrios de poder y los modelos mentales que los rigen. Mientras más cultura política más estabilidad democrática, lo que presupone asegurar una superación del concepto de clase media como garante de su estabilidad, para atribuirla preferentemente a la adquisición de un grado superior de cultura política independiente de estratos sociales y, paradójicamente, de la vieja y colapsada estructura educativa.

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