El otoño y las letras




por Teódulo López Meléndez

El otoño provoca la floración de reflexiones sobre la vida, por ello está indisolublemente asociado al oficio de las letras. Gide , en páginas escritas en Neuchatel en noviembre del 47, y recogidas en Feullits D´Automne, se dedica a analizar las perspectivas de la fe y de las ideas, representando la relación otoño-final con gran fuerza; debemos recordar sus afirmaciones sobre la necesaria connivencia para ser sensibles a una estación: entrar en el juego, en suma.

La desnudez de las ramas y la resequedad de las hojas, tornadas las primeras desamparo y las segundas quejumbres, invocan las soledades interiores y los balances. Meditando al respecto vienen a mi memoria numerosas novelas donde el otoño aparece significativamente, envoltorios de situaciones y desarrollos, marco de conflictos y finales, también de inicios tumultuosos. Compruebo que numerosas obras fueron comenzadas en esta estación, que en innúmeros poemas se le refiere y que con incontables los relatos que comienzan por mencionarle. El otoño es bueno para la literatura. Trato de verificar si lo es también para la música y la pintura. Recuerdo, sí, "Las cuatro estaciones" de Vivaldi , aunque no sé si fue compuesta en otoño, y "La grappe de la Terre promise ", de Puossin , en El Louvre . De esculturas, Regnadeu en Versalles y Bouchardon en París. Parece extraño, al inicio, que una estación de desamparo y mudanza sea incentivo para la creación. Hay, sin duda, una reacción vital ante la proximidad de la desolación representada por el invierno, desolación, al fin y al cabo, temporal, dado que las plantas se recogen ante la inclemencia y en espera de la primavera para resurgir desafiantes de la mudez y del hastío. El otoño implica deseos de supervivencia, de voluntad de vencer las opacidades.

Dino del Bo escribió en Le belle lettere que un año sin otoño sería como un hombre sin corazón o como un hombre que no escuchara la voz de su conciencia. Es que el otoño es la estación del examen profundo ante la conclusión de un ciclo. El otoño tiene implícitas mudanzas y bellezas especiales. La naturaleza asume una excepcional gracia haciéndonos comprender todo cuanto ella nos dona. Los bosques son, inclusive, más bellos en otoño que en primavera y las flores son suplantadas por otras igualmente bellas que gustan de vivir entre la niebla; diría que hasta el punto de exhibir un rocío distinto asociable a la diversidad de tonos de las hojas amontonadas en las bases de troncos y tallos. Si a estos últimos dirigimos la mirada, podemos encontrar desprendimientos, tonalidades, variaciones y acoplamientos que nos hacen considerar la ayuda solidaria que se prestan en los enmarañamientos de las serranías y también en los atropellados parques urbanos. A medida que esta estación avanza hacia el invierno los crepúsculos se tornan caprichosos y podemos apreciar las torceduras y nudos de las ramas transferidas siempre a algún párrafo de novela o a algún verso igualmente anudado y desnudo.

Los crujidos de las hojas, el viento, el frío y la humedad, van parejos con la necesidad de retiro hacia los refugios, sea cuarto de pensión, casa confortable u ofrecimiento momentáneo teñido de promesas de perennidad. El otoño implica recogimiento interior. Es el festejo del creador al verse compelido por el tiempo exterior a iniciar un retiro siempre conveniente a su arte. Después del verano la naturaleza exige reposo. En la ciudad puede notarse la transición con el cambio de la luz solar a la luz eléctrica y, si se tiene la suerte de estar en el campo, se comprobará que un crepúsculo otoñal tiene siempre un esplendor mágico y que las nubes hacen caprichos desde su transparencia . En el otoño las golondrinas parten. Lamartine saluda los últimos días del otoño y contempla la hojarasca sobre la hierba mientras se pregunta sobre la suerte de los pájaros; quizás nadie conozca a fondo los secretos de su exilio; en todo caso, se compara a la hoja envejecida y pide a los tempestuosos aquilones ser llevado con ella.

El otoño acrecienta el silencio. El ruido intenso del verano da paso a una peculiar serenidad, a un silencio diverso de otras estaciones, a una quietud que podríamos llamar incitante. Es un cambio de ritmo más propiamente adecuado al latir del hombre, sentido siempre en forma especial por el escritor o el artista que percibe acentuadas sus propias tonalidades y desplazamientos internos. El tiempo exterior va con el interior, van juntos como mecanismos de relojería que se sincronizan. Declina la arboleda, larga las hojas el otoño como dejamos nuestros días y las ramas se desnudan como la madurez nos quita de encima todo lo sobrante, los pigmentos de la piel, la piel misma ya probada en los roces con la naturaleza humana. El sentirnos desnudos en los reflejos de los árboles convoca a la meditación sobre nuestro propio trajín. Se acentúan también las energías y se prodiga la máxima fuerza para escoger y mantenerse firme en el camino y fiel a los empeños. El otoño es una estación de frontera y por lo tanto no deja perspectivas de revancha; esto lo hace solemne; el invierno está cerca con los temores que porta. El septentrión, cuna del otoño, sube, lento y vagabundo. Flaubert habla de juncos silbantes a ras del suelo y como las hojas de las hayas susurran en un temblor rápido. Se siente el crecer de las zonas de oscuridad y los días se hacen más veloces y cortos; el crepúsculo es un momento trágico, casi un grito.

El otoño no era conocido en los tiempos antiguos. Las naciones más septentrionales sólo sabían del verano y del invierno. El otoño se comenzó a distinguir como aquel de la migración de las manadas de ovejas, mientras los campesinos preferían dedicar las horas al almacenaje. La vendimia conserva, en nuestros días, mucho de su carácter primitivo. La fermentación en las bodegas continúa a parecer aquella tropa de faunos y de sátiros danzantes, como en la mitología. Esta relación definitiva del otoño con la uva ha sido representada por muchos artistas; podemos ver el otoño como una mujer o una ninfa que sostiene un racimo. Por consiguiente, Baco tiene una vinculación con esta maravillosa estación; nunca falta, pues, la joven coronada de pámpanos y la cesta con uvas. El otoño es también temporada de caza y época de la manzana, protagonista desde Adán en la historia humana. Sobre Newton cae una portándolo a meditaciones drásticas sobre los astros y sus leyes físicas. No podemos olvidar que la Discordia, hija de la Noche y hermana de Marte, no invitada la fiesta de bodas, llega y tira una manzana ¡A la más bella!, dejando así sembrada la división.

Todo nos impulsa en el otoño a iniciar el rito de llenar las páginas en blanco. Los fenómenos atmosféricos con sus nubes de tinta blanca luminosa, la temperatura inestable, el tiempo variable, la brisa matinal, la dulzura del después de la lluvia. Ronsard transcribe el sentimiento poético de la naturaleza: si los árboles pierden cada otoño sus móviles cabellos, la luna se convierte en un adorno del silencio. Lamartine describe un día de otoño como entre la melancolía y el esplendor, entre la bruma y el sol y, según insiste, la neblina surge como humo de fuegos de leñadores. Es la neblina que para Verlaine danza en la pradera mientras la luna es roja. Rousseau advierte que el carro del sol modera el fuego y que la aurora es estéril para la divinidad floral, pero que Baco viene a sellar la alianza eterna que ha hecho con los hombres. Ah!, la densa neblina, para la montaña el otoño es una fiesta gloriosa. El sol reluce ofreciendo púrpura a los árboles que pierden las hojas. P. Du Parys ( L´Automne : ses caprices , se poesie, ses manifestations ), nos recuerda la ebriedad de los poetas del París sentimental en las primeras horas del otoño al considerar que Dios volcaba sobre Francia una copa de estrellas y el tiempo portaba todavía a los labios una gota de verano.

Para Bataille la noche de octubre es una fusión de lluvia y viento y agrega: " J´entends hurler la cheminée / Comme une sorcière avinée ". Es por esto que para Alain ( Propos) el otoño suscita una atracción emblemática (el hombre enciende el fuego). Delante a un tizón, piensa el gran escritor francés, el hombre no puede menos que sentirse un hombre y valorar en su pensamiento sus propias herramientas y la propia fatiga. El huracán golpea los vidrios de cada ventana: he aquí como la vida no puede continuar sola. El otoño exige la puesta en juego de la voluntad; la vida debe ser empujada, vivir exige esfuerzos. Quizás esto hace al otoño una estación apreciada sólo de una minoría. Fundamentalmente la nuestra, la de quienes escribimos. No podemos asistir impávidos al nuevo enfrentamiento del bien y del mal. Debemos escoger, aunque la vida sea siempre nacimiento, sufrimiento, amor y muerte. Los animales, por instinto, buscan cobijo, pero el hombre está delante a selecciones y confrontaciones. Se trata de una prueba, de un examen. Se debe enfrentar un peligro. Como señaló Alain, no es el tiempo de elogiar las abejas; si ellas duermen, entonces nosotros debemos despertarnos. Con Rodenbach , desde los viejos bancos, podemos mirar el crepúsculo exquisito, el cielo lleno de procesiones rosadas, pero debemos escribir, la vida no camina sola, necesita de nosotros.

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