Reformular la democracia




Teódulo López Meléndez               

Reformular la democracia, he dicho muchas veces, no requiere de una especie de conversión súbita de las colectividades, sino de un proceso que conlleva  a una acción sobre sí mismas que permita reponer la realidad ocultada muchas veces por los actores a una transformable constantemente, una mostrable con insistencia, una que supere la mera búsqueda de culpables por el encuentro de una solidaridad interior traducida en acción política constante, una sin dueños, una enmarcada en un nuevo concepto de poder, uno de todos los ciudadanos que protegen sus derechos.

Frente a este desafío abundan ahora las democracias-autoritarias, los falsos liberalismos-mandones y los populismos teñidos de mesianismo. La democracia no es sólo votar, a eso pretenden reducirla los tipos de régimen mencionado, la democracia es un constante ejercicio que en él va encontrando las maneras de control efectivo. Hay que hacer de la democracia una mera autorización para gobernar y no un mandato de dominio.

Es necesario reformular la democracia. Las patologías que señalamos aquí son consecuencia de un apego interesado y manipulador de concepciones clásicas. Es menester concederles a los ciudadanos otros derechos hasta ahora no considerados fundamentales, como el de la transparencia en el ejercicio público, la consulta popular deslastrada de las manipulaciones tecnológicas de hoy y una capacidad de denuncia oportuna. Es necesaria la redefinición del poder, tomado como un intercambio entre ciudadanía y unos momentáneamente elegidos. Seguramente en los conceptos emitidos por Jacques Maritain y Hannah Arendt, más como autoridad que como poder o, si se prefiere, tomando el concepto de poder como la capacidad para actuar concertadamente desde un sentido esencial de toda comunidad. Es indispensable que tal ejercicio se haga bajo reconocimiento de aquellos que deben obedecer, esto es, el consentimiento de los gobernados.

La democracia no puede basarse en un secuestro de los intereses colectivos. La relación tiene que ser de principios y de confianza. No puede haber democracia intermitente ni considerar el desiderátum la participación en elecciones. La democracia debe ser permanente y con esa permanencia debe construirse una historia común.

@tlopezmelendez

Artículo en el diario El Universal (Miércoles 19 de febrero 2020)

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