La pospolítica




Teódulo López Meléndez

Sobre el siglo XIX se fijaron las miradas de Tocqueville, Heine, Marx, Burkhard y Nietsche, por ejemplo. Hablaban de una sociedad inmersa en una crisis de legitimación crónica. El siglo XX dio paso a una pléyade de pensadores en medio de los conflictos más atroces. En este inicio del siglo XXI, antes que proclamar de nuevo la muerte de Dios, Stephen Hawking lo que hizo fue proclamar la muerte de la filosofía. Ahora lo que está deslegitimado y requiere con urgencia de pensamiento son las formas políticas. Hay que revisar, reafirmar o negar sus premisas básicas, desde la manifestación política de la filosofía. El momento es de transición con una caída de los partidismos conocidos y con un proceso de desideologización terminal. Algunos hablan hasta del fin de las constituciones.

Los discursos siempre giraron sobre la falta de legitimación. También ahora, con un cuestionamiento drástico a la representación, pero las teorías políticas decimonónicas tuvieron un efecto retardado, pero lo tuvieron, mientras en esta época vislumbramos la escasez de lo teórico y un esfuerzo no sólo por retener el presente sino, incluso, uno destinado a regresar a las viejas formas.

El tiempo presente ha determinado la imposibilidad de lo que denominaremos la parábola de la innovación y una interrogación muy profunda sobre la posibilidad de cambiar lo humano a través de la praxis política. El punto es que comienza a hablarse de pospolítica,

La defensa y progreso de los derechos humanos había tomado una aceleración que parecía determinar los tiempos, pero la lucha antiterrorista los ha golpeado seriamente. La reciente crisis económica ha replanteado la necesidad de la actividad reguladora. Las virtudes de la globalización –por contraste con sus múltiples peligros- están siendo duramente golpeadas especialmente en Europa. La aparente calma –excepción hecha de las guerras locales que aún se libran- se debe fundamentalmente a la inexistencia de algo o de alguien que se aproveche. Saltan por los aires nacionalidad, partidos, viejas construcciones  y las respuestas provienen de prácticas de antaño  o de encerramiento a ultranza en las  maltrechas formas del presente. Así deja de ser novedad que la gente se aburra de la política.


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