El potro y el destiempo





Teódulo López Meléndez

Cuando el potro sale y comienza a correr es ya superfluo preguntarse si salió a destiempo. Lo único que queda es usar las riendas para orientarlo, para morigerarlo, para evitar el potro se desbarranque.

Sobre la carrera del potro se harán a futuro balances, pero mientras el potro corre simplemente el potro corre. Suelen ser así las historias, suelen así sucederse los acontecimientos.

Los balances se dirigen, al final de la carrera, a quienes quitaron las talanqueras, a quienes azuzaron al potro. Es inevitable que toda carrera culmine con el señalamiento de quienes abrieron el corral y la historia tiene por hábito apuntar su dedo a los responsables directos de la carrera del potro, especialmente si la amargura lleva ya a señalar que el potro corrió a destiempo.

En política se puede cambiar de posición, pero hasta para ello se requiere honestidad e inteligencia. Honestidad pues un actor político puede admitir, por ético convencimiento, haber estado en una posición equivocada, en la ejecución de una táctica errada. Inteligencia, porque la corrección no se puede hacer desde la hipocresía y saltando hacia atrás, desde la demagogia y desde los falsos arrebatos. Cuando es menester cambiar y/o se admite el error y se da la cara y se salta hacia una posición de mayor avanzada en el sentido de la calidad de la nueva propuesta o discretamente se retira a esperar un veredicto condenatorio que no faltará.

Ahora el país está en el limbo. En la cristalería entró un elefante y no dejó nada a salvo. Ahora el país se refugia en el fútbol para obviar el bochorno de una tarde de intensa sequía. Un profundo dolor por los caídos y una experiencia trágica de la cual se deben sacar enseñanzas, nunca el lamento plañidero que ya se observa en el sentido de manifestar que se salió a arriesgar la vida sin que un país reaccionara. La megalomanía suele producir efectos inicialmente opioides al pensarse el propio gesto desatará a las multitudes. Se debe marchar hacia otras formas, hacia la creación de redes, al establecimiento de una comunicación profunda que faltó de la manera más obvia, a la organización interior de la madurez y al apelo a la reflexión desde las ideas. Todo ello conducirá a una nueva praxis, a nuevos diseños de acción, a la construcción de nuevas realidades.

El político que hundido en el fracaso trata de taparlo con grandilocuencia, con aspavientos, con anuncios sonoros y despavoridos, no es un político, más bien un gritón, un histérico, un desesperado por la sobrevivencia. Al político que únicamente le interesa su propia salvación, el conservar lo que considera su liderazgo y para ello recurre a fórmulas aparentes, sólo aparentes, pues no son más que patéticos intentos de huída hacia adelante, hay que señalarlo, sentarse a escucharle sus giros de pobre lenguaje y decirlo, porque debe decirse so pena que los últimos fanáticos de quien mostró absoluta incoherencia para la dirección se vuelvan indignados contra quien cumple su deber de decirlo.

El país fue advertido paciente y oportunamente de la necesidad de reconsiderarlo todo. Lo dije en las redes sociales y lo asomé en mis textos. Era necesario reflexionar, buscar nuevas vías, recurrir a la imaginación y hacer las modificaciones estratégicas y tácticas necesarias y hasta se señalaron propuestas concretas de acción. El país suele hacer ratificaciones permanentes de sordera. Ahora es menester volver a decirlo: aquí la reacción no es la que se asoma, esto es, la falta de reacción como reacción, la abulia en lugar de la reflexión, la resignación en llanto de vírgenes plañideras, la simple constatación de lo obvio porque si para algo se constata lo obvio es para romperlo, para superarlo, para sustituirlo por una nueva acción.   

El país debe aprender a mirar, a percibir las interferencias interesadas, a constatar los líderes de terracota, a darse cuenta que un cuerpo social tiene los dirigentes que generó y si lo que generó está vacío es porque él anda vacío  y no puede quedarse a admitir su vacío sino a llenarse. Cada batalla debe ser una enseñanza y aún en medio del dolor debe haber capacidad de reconstruirse. El país debe tomar conciencia de sí mismo, desarrollar una conciencia social, moverse desde el desahogo inútil hacia la edificación de un nuevo imaginario.

El país está aquí. El acecho ha crecido mientras nos seguimos limitando a los ataques puntuales, a la atención de los aspavientos y a señalar las obviedades de las agresiones. El país debe interrogarse, moverse, cambiar, responderse, dejar el látigo del auto suplicio que ya bastantes suplicios impone la realidad a superar. Estamos muy mal y vamos hacia peor, lo que implica la asunción de un coraje y de una mirada, de una voluntad y de un propósito. El limbo no existe. Lo que existen son letargos de los cuales salen los pueblos capaces de mirarse a sí mismos con la mirada adecuada. Donde algunos no ven nada está todo. De ese todo sin destiempo volverá la república a galopar.

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