La sustitución de las élites






Teódulo López Meléndez
  
   El país está descompuesto. El asesinato que nos aflige sólo encuentra parangón en las declaraciones que ocasiona. El hecho en sí y las reacciones ante él nos muestran a un país descompuesto. El país está descompuesto y no se trata sólo de la evidente ruptura del pacto social que una Constitución invocada por todos los sectores no remedia porque se convirtió no más que en un librillo a mostrar en público.
   El país está descompuesto por el relajo de todas las normas, desde la más elemental de convivencia social hasta las esenciales de una acción que merezca el calificativo de política, desde un interés mínimo que indique la superación del egoísmo que nos agobia hasta una acción gubernamental de eficacia o de una acción opositora que demuestre que tan difícil y complejo es gobernar como hacer oposición.
   El país está descompuesto porque sus élites dirigentes, en todos los órdenes están agotadas y no desaprovechan ocasión para demostrarlo. Podría argumentarse sobre la mediocridad evidente de los políticos, pero ello lleva de inmediato a considerar los dirigentes en todas las áreas de la vida nacional, desde la Iglesia hasta los gremios o las universidades.
   El país está descompuesto por una razón que no logramos dilucidar: o se quedó sin inteligencia o la que existe sólo la usa para refocilarse en el tedio. Sin una respuesta de la inteligencia será imposible reconstruir a este país, pero la inteligencia o se marchó con la joven generación que se fue o el país no le interesa mientras conserve su pequeño feudo personal al margen posible de intemperies.
   Hay que cambiar a las élites dirigentes, no sin olvidar al momento de decirlo que no se puede hacer sin trauma. Al preguntarse si hay con quien sustituirlas se puede entrar en el territorio de la duda, en un país con especial desprecio por las ideas y con muy malas costumbres de pasividad, a no ser la del uso de las redes sociales para la realización de inútiles terapias de grupo.
   El país está descompuesto. Es posible recomponerlo, pero para ello se requiere sobre todo voluntad, y lo que se encuentra es una población encerrada en la pequeñez del día a día, en el llantén y en el reclamo dirigido a todos y a todo, cuando debería entender que debería dirigirlos a sí misma.
   El país está descompuesto. La transformación del país no pasa por retrocesos o restauraciones. Pasa por el futuro, uno que imaginado pueda permitirnos cambiar el presente porque el presente se cambia desde el futuro y porque existen las realidades para ser sustituidas por otras realidades.
   El país está descompuesto. No hay dirigentes. El cuerpo social los produce desde su seno y este está descompuesto, amén de no entender de su necesario empoderamiento de ciudadanía y determinación y de la necesidad de horizontalizar las decisiones.
   El país está descompuesto. Hay que recomponerlo y no hablamos de esfuerzos morales. Hablamos de una eficaz acción política.
   El encuentro en palacio no fue más que una movida de piezas sobre el tablero del ajedrez. Uno encontró la manera de retractarse de su desconocimiento del presidente y otro una fórmula para diluir el impacto, aunque tuviese que admitir que hay gobiernos de otros signos y que la situación escapa a sus fracasados planes de seguridad, entre otras razones por la exclusión de competencias y por los esfuerzos constantes de minimizarlos.
   El país requiere una sustitución de las élites. Encontramos federaciones de profesionales con los mismos directivos de mucho tiempo atrás o partidos políticos donde no se realizan elecciones internas o voceros que ya nos hartan con sus reapariciones sobre algún hecho puntual en procura de reposicionarse. El país está anquilosado. El país está dirigido, en todos los órdenes, por lo que podríamos denominar “la misma gente”. El gobierno mismo, a pesar de las incorporaciones realizadas por Maduro, sigue en los puntos claves con los mismos determinando los puntos álgidos de la economía y el petróleo como si de una herencia irrenunciable se tratase.
  El país está descompuesto y anquilosado. Los mismos “opinadores” influyendo a la misma catarsis colectiva, las mismas líneas editoriales, los mismos entrevistados. Este país se ha convertido en una “mismidad”. Este país requiere un sacudón traumático, una transición de la “mismidad” hacia el pensamiento activo con consecuencias organizadas y caminos de futuro trazados.
   Este país no se mueve por el anquilosamiento de sus figurones públicos. Este país vive en un charco porque sus voceros son “más de lo mismo”. El cuerpo social asiste plácido a la “mismidad”.

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