Un consenso conflictual




Teódulo López Meléndez

…quienes se encierran se convierten en sospechosos
 Elias Canetti Masa y poder 

La filosofía política ha discutido a largo las diferencias entre la política y lo político. Es así como podemos considerar que la teórica de la “democracia radical” Chantal Mouffe  ha sido una de las más acuciosas sobre este tema al señalar como “política” a las prácticas de la actividad tradicional y como “político” el o los modos en que se instituye la sociedad, esto, la primera pertenecería al nivel “óntico” y el segundo al nivel “ontológico”.           

En medio de esta situación venezolana de pre-violencia andarse con digresiones teóricas parece carecer totalmente de sentido, pero es necesario recordar que la política es conflicto, pero es esencial a su existencia el pluralismo y permanente el recuerdo que es absolutamente indispensable impedir se destruya la asociación política. De manera que lo que vivimos en Venezuela bien puede ser definido con  palabra gratas a Mouffe: “antagonismo”, “agonismo”, para luego transformar este en un modelo adversarial, una concepción agonística y no antagónica de la política, que logre mantener la relación adversarial sin que ésta se transforme en una relación amigo-enemigo radical.

Hannah Arendt advirtió que la política es estar juntos partiendo de un caos absoluto de las diferencias, pero también recordó que sin ética –perdida absolutamente por buena parte de los protagonistas del combate político venezolano- lo que llega es lo que nosotros llamamos devaluación de un cuerpo social. Sin embargo, la ética es un asunto personal y no colectivo, lo que quiere decir que cada quien es un delincuente o un ciudadano respetuoso, pero las prácticas políticas cotidianas van conformando, desde esa acción individual, lo que denominamos crisis y que puede terminar de los modos más imprevistos o desde la simple repetición de las tragedias ya conocidas.

Convertir el conflicto –siempre al borde de lo terminal- - en un modo irresoluble y sin reglas del combate político es convertir a la política en un fusilamiento de las ideas. Nadie puede, en estos términos, hablar con seriedad de un proyecto país y la cotidianeidad se convierte, no más, en un proceso aniquilador de toda concepción válida y de toda posibilidad de sobrevivencia de un cuerpo nacional procesador eficaz del caos natural de las oposiciones que le son inherentes.

Inmersas en el conflicto las partes no ven más allá de sus narices y toda la “reflexión” que se produce se relativiza a encarnizarse con el “enemigo”. Eso constituye un aire irrespirable que a su vez construye una inviabilidad. Eso es exactamente lo que está sucediendo con Venezuela: se hace inviable.

He dicho muchas veces que  no se trata de una especie de elevación mística que nos haga desconocer la gravedad del presente y mucho menos tratar de conjurarlo con un acto de escamoteo mental calificable por la psiquiatría. Lo que he hablado –y ahora mismo hablo-, es de buscar un modelo adversarial que permita restaurar lo político y ello sólo es posible con pensamiento complejo que permita la reconstrucción de la política.

Es también comprensible que en medio de la brutalidad manifiesta -pensemos nada más en las agresiones en la Asamblea Nacional venezolana- resulte todo en una obcecación reducida a conservar el poder o a desplazar a sus titulares de circunstancia y que veamos la absoluta ceguera reflejada en las redes sociales como imposibilidad para intentar una elevación de la mirada. El presente se hace así todopoderoso con olvido de la mirada del día siguiente, una que bastante ayuda siempre a no ver las realidades, por más dañinas que sean, como inmutables.

El aire venezolano es irrespirable, el maniqueísmo la norma de comportamiento, la insuficiencia teórica más que manifiesta, la incapacidad de las miradas más que obvia. Podríamos reseñarla como el de un país sin una política de aliento y de un accionar político de entelequia. Eso conduce al hartazgo y cuando el hartazgo llega se producen las rupturas, los quiebres, unos generalmente determinados por el azar y por la acción del más audaz o por la fortuna de ser el primero en llegar. La conclusión/diagnóstico se aleja cada día de un cuerpo social a flote en la vulnerabilidad lo que significará que decidir puede ser un  verbo en proceso de alejamiento para convertirnos en un país a merced.

Para entender la diferencia entre antagonismo y “agonismo” planteada por Mouffe es necesario recurrir a la bioquímica. Un “agonista” puede unirse a un receptor celular y provocar una respuesta de la célula para estimular una función, específica o adversa, mientras que un antagonista se une a un receptor al que no solamente no activa sino que lo bloquea.

Es ese el pensamiento de fondo de la pensadora belga sobre este tema: “convertir el antagonismo en ‘agonismo”, superando la ilusión de una sociedad reconciliada por una salida racional que implica el reconocimiento de los oponentes en cuanto a partícipes de una misma asociación política y de un mismo espacio simbólico.

En el caso venezolano cada parte tiene “su” verdad y el tratamiento que se dan es el de enemigos, llegándose al extremo de tratar el conflicto como un enfrentamiento del bien contra el mal, e implicando elementos religiosos de alta peligrosidad, con olvido de la contingencia de las creencias. Es, pues, probable, que necesitemos no más que un consenso conflictual.




Comentarios

  1. Si los aplausos se escribieran, intentaría uno, largo y cerrado, para la lucidez de este oportuno artículo.

    Admiración y afecto,

    Freddy

    ResponderEliminar

Publicar un comentario