Teódulo López Meléndez
Estamos en un conflicto que describiremos como un “libro repetido”, pues no otra cosa hacen los actores sino volver sobre los viejos parlamentos, olvidando que los tiempos en política se construyen y con ellos el espacio.
Estamos en un conflicto que describiremos como un “libro repetido”, pues no otra cosa hacen los actores sino volver sobre los viejos parlamentos, olvidando que los tiempos en política se construyen y con ellos el espacio.
El libro
repetido no es atacado en la ordenación de los factores, en una alteración de
los diálogos y mucho menos en los tiempos verbales. Nadie se mueve del lugar
descrito. Este libro parece no conocer la interacción del hipertexto, de la
acción común que permite barajar, modificar y reordenar. Esto es, no se
inventa, de manera que se siguen los mismos caminos y se transitan los mismos
trayectos en una repetición inmutable como si los pesados “tipos” de la era gutemberiana prevalecieran
de manera inevitable e insuperable.
La invención política que modifica textos, traza nuevos senderos, fija metas y se lanza a la acción en procura del mañana es mirada con desdén, se sacrifica en aras de una convicción de inevitabilidad de que el mundo agobiante en que se está sembrado es el mundo y otro es imposible de describir. Por ello se repite el libro, se actúan los mismos libretos, se aburre al auditorio haciendo lo mismo para que la irritación se haga crisis.
Las viejas definiciones se toman como dogmas, la ciencia política como un cadáver exquisito, la praxis frente a la situación concreta como a una impresora a la que no se le ha fijado con precisión que debía imprimir sólo una copia. Se ha olvidado la calidad de un sujeto actuante e imaginativo en el altar de una supuesta acción táctica que se transforma en violencia con olvido total del pensamiento que permite reescribir el libro cuantas veces haga falta.
Una acción de ruptura del libro repetido es una que no se está repitiendo, para decirlo con complicadas palabras, una nueva, una inventada, una que no se ha hecho antes. El verbo inventar es tomado generalmente como improvisar, como sacar del sombrero del prestidigitador un conejo o, como es práctica en la Venezuela de hoy, escuchar a un “profeta” que se inserta en los análisis electorales. No, inventar no es nada de eso. Es pensar, preparar y organizar una acción colectiva que permita elevar, aprender a mirar de otro modo, a mover lo estático y repetitivo, a alterar los tiempos y crear el espacio nuevo.
Renovar el libro es parte esencial de la política y moverse sobre la invención política procurando alterar la realidad real es esencial, pero hay que comprender que si se parte de la realidad enquistada se va a volver al libro repetido. Hay que pensar desde más allá para así mirar el presente ya teniendo una primera visión del nuevo libro y entonces poder definir la estrategia y las tácticas para construir lo nuevo, esto es, escribir nuevos libros siempre sujetos a la interacción que, permítaseme el ejemplo, puedan ser modificados constantemente mediante la “tecnología” de la nueva comunicación inventada en la acción del pensamiento.
La invención política que modifica textos, traza nuevos senderos, fija metas y se lanza a la acción en procura del mañana es mirada con desdén, se sacrifica en aras de una convicción de inevitabilidad de que el mundo agobiante en que se está sembrado es el mundo y otro es imposible de describir. Por ello se repite el libro, se actúan los mismos libretos, se aburre al auditorio haciendo lo mismo para que la irritación se haga crisis.
Las viejas definiciones se toman como dogmas, la ciencia política como un cadáver exquisito, la praxis frente a la situación concreta como a una impresora a la que no se le ha fijado con precisión que debía imprimir sólo una copia. Se ha olvidado la calidad de un sujeto actuante e imaginativo en el altar de una supuesta acción táctica que se transforma en violencia con olvido total del pensamiento que permite reescribir el libro cuantas veces haga falta.
Una acción de ruptura del libro repetido es una que no se está repitiendo, para decirlo con complicadas palabras, una nueva, una inventada, una que no se ha hecho antes. El verbo inventar es tomado generalmente como improvisar, como sacar del sombrero del prestidigitador un conejo o, como es práctica en la Venezuela de hoy, escuchar a un “profeta” que se inserta en los análisis electorales. No, inventar no es nada de eso. Es pensar, preparar y organizar una acción colectiva que permita elevar, aprender a mirar de otro modo, a mover lo estático y repetitivo, a alterar los tiempos y crear el espacio nuevo.
Renovar el libro es parte esencial de la política y moverse sobre la invención política procurando alterar la realidad real es esencial, pero hay que comprender que si se parte de la realidad enquistada se va a volver al libro repetido. Hay que pensar desde más allá para así mirar el presente ya teniendo una primera visión del nuevo libro y entonces poder definir la estrategia y las tácticas para construir lo nuevo, esto es, escribir nuevos libros siempre sujetos a la interacción que, permítaseme el ejemplo, puedan ser modificados constantemente mediante la “tecnología” de la nueva comunicación inventada en la acción del pensamiento.
Encerrados en la
repetición del libro repetido el poder circunstancial se ve omnímodo, las
circunstancias insuperables, la impotencia como la norma, el desamparo como
algo aceptado, el cansancio como natural a los esfuerzos baldíos, la violencia
que comienza a asomarse irreversible como una tragedia de la cual debemos
escondernos de cualquier manera, quizás maldiciendo al que se asomó desde la
caverna de Platón a asegurar que allí afuera había otro mundo.
Hay que
reinventar el libro, hay que tumbar los tabiques, hay que rearticular, hay que cambiar de
posición la mirada, hay que evitar solazarse siempre en lo mismo, hay que
evitar quedarse siempre en el mismo sitio. Hay que afirmar y no negar, hay que
inventar y no repetir, hay que aprender a leer los nuevos textos mientras se
escriben, hay que hacer circular ideas no dominantes porque estas se han
demostrado inútiles, hay que salir de los encierros, hay que mandar a callar a
los viejos discursos.
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