Teódulo López Meléndez
Los hechos
históricos son a veces homólogos, pero nunca análogos
Goethe
Curzio Malaparte consideró que su libro Técnicas del golpe de Estado había sido
una maldición que lo llevó a la fama. El viejo periodista se convirtió en
objetivo del nazismo y del fascismo, señalado como una especie de nuevo
Maquiavelo, pero también rescatado por quienes vieron en su texto un manual
para evitar a los gobiernos democráticos las asechanzas de los golpes de
Estado.
Fue el primer escritor italiano preso por su obra
literaria y condenado a cinco años de prisión. Alabado por casi toda la prensa
occidental, Curzio Malaparte pagó carísimo en su vida haber escrito aquel libro
que lo llevó a la inmortalidad literaria. No es asunto fácil andar hablando de
golpes de estado. Malaparte había escrito un texto donde el único tema era las
formas de estrangular la libertad y asesinar la independencia. En suma, había
escrito el texto del contrapoder.
Uno podría preguntarse sobre cómo construir una
pequeña fuente de poder y no encuentra respuestas. Los poderes fácticos del
pasado desaparecieron o víctimas de sus propios errores o de sus propias
canalladas.
Uno puede encontrar en Malaparte desde el 18 Brumario
de Napoleón disolviendo la Asamblea Nacional hasta la “Marcha sobre Roma” de
Mussolini. En fin, todo un manual sociológico que desmenuza las fuerzas
actuantes y también una gran belleza literaria, desde la descripción del Napoleón
golpista hasta la toma del palacio de la Táuride por el ejército rojo. Lo que
jamás podrá encontrar en este texto, ni en ningún otro, es el antecedente de un
“golpe de Estado” para tumbar a Nadie. A. Brunalti – si recuerdo bien en su
texto Politiche, anterior al de
Malaparte- definió como tal una medida violenta para determinar un cambio de
Estado y V. Gueli – si no recuerdo mal en Diritto
costituzionale provvisorio e transitorio- se solazó en describir la forma
secreta de su preparación y la forma violenta de su ejecución.
Ha sido cambiado todo el concepto, dirán los sesudos
constitucionalistas que han aparecido en esta circunstancia venezolana. Ahora
“golpe de Estado” puede ser definido como un episodio donde los poderes
constituidos realizan una ceremonia pública, previamente anunciada con bombos y
platillos para que Nadie tome posesión del poder. Debo dirigirme a Lewis Carrol
porque, una vez más, me asalta la expresión de Alicia en su país de maravillas
al manifestar su extrañeza de que en ese país sólo existiese un día al mismo
tiempo.
Hemos, pues, realizado una solemne toma de posesión,
de Nadie. Han asistido Jefes de Estado extranjeros, la multitud ha sido
investida como nuevo presidente, los oradores extranjeros desde su rango de
cancilleres han tomado la palabra y un concierto ha coronado la juramentación,
la de Nadie. Tal como lo dije en un texto anterior también hubo honores
militares, para Nadie. Pero para ello la Sala Constitucional del Tribunal
Supremo de Justicia había tomado previamente dos decisiones: la de rechazar un
recurso de amparo contra la negativa del presidente de la Asamblea Nacional de
encargarse de la presidencia del país y otra, subsiguiente, donde declaró no
había ausencia ni temporal ni definitiva y esgrimió la tesis de la
“continuidad” que permite al presidente seguir siendo presidente sin
juramentarse y sin tomar posesión, de manera que la única decisión que tocaba a
los opositores era ir o no ir al concierto de la noche.
La toma de posesión de Nadie se produjo el día 10,
pero el día 8 fue convocada una “inocente” sesión que sólo tenía por propósito
aparente aprobar un crédito adicional y he aquí la “sorpresa”: carta del vicepresidente
diciendo que el presidente le dijo no podría asistir a la toma de posesión.
Oportunidad única para adelantar el “debate” y poner a hablar a una oposición
que el día 5 –después que sus tres oradores habían reconocido el partido de
gobierno tenía derecho a presidir la Asamblea Nacional- se negó a votar por el
candidato oficialista, para luego el 8 exigirle se encargara de la presidencia
de la república, más que en cumplimiento de la Constitución en cumplimiento de
la voluntad testamentaria de Chávez convertida así en nuevo dogma
constitucional. Por si faltara poco, el excandidato presidencial Capriles
convocó a una rueda de prensa donde cifró todo en una decisión del TSJ que
estaba cantada de antemano, como hemos visto. Es por ello que he hecho nacer al
“Diputado Gasparín”, dado que si andamos entre fantasmas al menos que aparezca
uno amistoso.
El diputado Gasparín le señaló a sus colegas
parlamentarios que quizás la única sesión de la Asamblea Nacional ordenada por
la Constitución era el día 10, que en el reglamento interno estaba estipulada
esa convocatoria y que el primer paso a dar era hacerse presente en esa fecha
en la sede del Palacio Federal Legislativo y verificar, como era su deber, la
ausencia del electo. Gasparín fue desoído, pero parece seguirá pidiendo a
diario la palabra.
Estamos en el siglo XXI, qué duda cabe, aunque la
mediocridad de nuestros políticos se muestre como jamás antes en la historia de
Venezuela. Sin embargo, algunas cosas positivas quedan, como una innovación
radical en los conceptos emitidos por los tratadistas, italianos sobre todo –lo
que me hizo dudar si titular este artículo “Drama a la italiana o Berlusconi se
quedó pendejo”-, un amable recuerdo para Curzio Malaparte que logró su
trascendencia literaria gracias a un libro
que le provocó todas las desgracias y seguramente un retiro masivo de
estudiantes de las Facultades de Derecho pues habrán comprendido la inutilidad
de sus propósitos frente al poder de hecho.
Nadie ha tomado el poder. Nadie es el presidente. Han
colocado la muerte del presidente como meollo del huracán, para lograr que
Nicolás Maduro vaya a la eventual elección presidencial como presidente en
funciones, con todo lo que eso significa. Al cerrar este texto aún se oye en el
cielo de Caracas el estruendo de los aviones militares.
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