El imperio de los contrasentidos





Teódulo  López Meléndez

“La problemática constitucional no es un problema de derecho sino de poder, ya que la verdadera constitución de un país sólo reside en los factores reales y efectivos de poder que en ese país rigen. Las constituciones escritas no tienen valor ni son verdaderas más que cuando dan expresión fiel a los factores de poder imperantes en la sociedad”.

Ferdinand Lassalle

Aún cuando todavía perviven sendas disquisiciones constitucionales sobre lo sucedido en Venezuela, la realidad muestra el poder de los hechos. Estamos ante un gobierno de facto cuya legitimidad nadie pone en duda, lo que no supone para nada una contradicción y, si la supusiese, la misma no sería más que una ratificación del poder.

No se trata de esa bizantina discusión que parece haber asaltado en los últimos días a sectores oposicionistas separados entre supuestos “radicales” y contemporizadores “comeflor”. Se trata de una ausencia total de inteligencia a la hora de ejercer el nada fácil oficio de opositor. Parecen ver con gríngolas, son incapaces de evitar las flagrantes contradicciones y, ante el sector del país que los acompaña, se muestran o como decididos valientes que llaman a la acción o como visionarios que andan escudriñando el tiempo futuro. Los primeros buscan posicionarse ante el sector que se desespera y lo segundos conservarse en un presente que saben largo pero ante el cual dejan a la vista su más que absoluta inconsistencia.

Toda esa legitimidad que amontona el gobierno se origina –muchos parecen olvidarlo- en la victoria electoral obtenida en la última elección presidencial. Lo de facto le viene porque quien ganó esa elección se llama de otra manera y está fuera de circulación sin que sepamos los detalles de ese estacionamiento. Aún así, han incurrido en torpes retahílas de amenazas, innecesarias, si miramos la realidad real de que ejercerán el poder por el período señalado.

La coalición con propósitos electorales que aglutina a los viejos partidos –y a nuevos con mañas antiguas- no puede generar una alternativa de país dado que en sus mismos genes se mueven las células del pasado, la piel del pasado, el planteamiento de hace medio siglo. Frente a ello he insistido en la necesidad de una “tercera opción” a la que he dotado de un cuerpo conceptual, no sin admitir que el país debe vivir lo que debe vivir y que este cuerpo social es aún inepto para asumir su propio destino.

La última afirmación no parece novedosa si miramos a nuestra historia o leemos los llamados de los intelectuales que en el pasado tuvimos. Nuestros comienzos de siglo se asemejan, con la diferencia de otra ausencia, la patética de la inteligencia que tuvimos en décadas pasadas.

Esta sociedad opacada fabrica héroes que aparecen desde el exterior, sin darse cuenta que héroes no necesita; le bastaría una clase política inteligente, pero este es el país de las ausencias, temporales o definitivas.

Seguimos, pues, viviendo los intrascendentes acontecimientos a lo que nos somete la cotidianeidad. Así, la fracción parlamentaria oposicionista convocó a una marcha el 23 de enero para tratar de demostrar no era un inútil adefesio. Así el gobierno convocó la contramarcha, pues parece inmerso en un síndrome incurable. Así, la oposición suspendió la marcha, lo que no constituyó ninguna sorpresa. Así, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se limitó a un acto en el este de Caracas para “relanzarse”, siendo obvio que lo que se relanza es porque al suelo cayó. Así, el gobierno celebró la caída de la última dictadura militar bajo la consigna de apoyo a Chávez quien, por cierto, ofreció a ese dictador su regreso al país y reivindicó su gobierno, gesto muy propio de este régimen militar-cívico imperante en el país. Uno se atrevería a decir que esta cotidianeidad es miserable.

Ha muerto estos días Nagisa Oshima, director del controversial film “El imperio de los sentidos”, que si no recuerdo mal fue titulado así como una ironía al El imperio de los signos de Roland Barthes, muy marcado el director japonés por Georges Bataille. En esta larga película venezolana no se trata de sexo explícito. Se trata de mediocridad explícita. Este país es el imperio de cualquier contrasentido.

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