El pensamiento como forma de realidad



Teódulo López Meléndez

Escasean los inventores de mundo. Se requieren protagonistas de la visión teórica de la política. Aquí las verdades se han derruido y hay que ir sobre las nuevas formas de la organización social. Los discursos viejos están deslegitimados. Alguien ha hablado de un ciclo ahistórico. Si no hay planteamiento filosófico-político emancipatorio en el sentido de dotar al sueño de un corpus de ideas tampoco habrá emancipación de los graves problemas que nos afectan.

Nadie habla de un encierro. La filosofía se hace de teoría y praxis. Hay que deconstruir los viejos paradigmas y realizar los nuevos modelos partiendo de la realidad del hoy. Los que se dedican a cultivar el pasado pierden la capacidad de pensar. Este ser humano inteligente está por alzarse del envoltorio terrestre hacia la búsqueda de una nueva casa y debe reorganizarse hacia la aparición de un nuevo orden social. El que no se de cuenta que ha terminado una época jamás estará en condiciones de iniciar otra. El fracaso de las ideologías se debió al intento totalitario de envolver la historia, la naturaleza y la vida. Debemos hacernos de un pragmatismo atento a las incitaciones del presente y a los desafíos de las circunstancias teniendo en la mano las respuestas de una filosofía política renovada. El amontonamiento de hechos y más hechos al que nos fuerza este presente de transición exige pensamiento.

El origen unitario de la vida nos obliga a la concepción de un humanismo global hacia un comunitarismo de entendimiento y aceptación de la diversidad. La diversidad del mundo nos obliga a revalorizar la solidaridad en un gran gesto de conciencia. Tenemos deudas pendientes por saldar: el diálogo intercultural, la admisión y el respeto de las diferencias, la ruptura de los lastres arrastrados por las viejas formas de organización política. El hombre de este tiempo vive la ruptura con un mundo que se tambalea. Hay que darle respuestas partiendo del principio de que el pensamiento es una forma de realidad.

Ya no se requiere un corpus homogéneo, lo que se requiere es un intercambio fluido y permanente de diversas comprensiones. Algunos hablan de ofrecer no una mirada sistemática sino sintomática. Hablamos sobre una realidad, no sobre la inmortalidad del cangrejo. Es lo que otros denominan la teorización de la política y la politización de la teoría.

Tiene que haber una relación entre la teoría política y el funcionamiento de las democracias, hay que darle una respuesta común a las exigencias cotidianas de la democracia, por la muy sencilla razón de que la globalización ha tenido un efecto particular: todos los hombres, en buena medida, se están enfrentado a los mismos problemas, lo que para nada lleva al olvido de las particularidades, las que, por el contrario, se hacen manifiestas al pedir políticas de reconocimiento.

La filosofía política teoriza sobre como deberían ser los fenómenos políticos. No se encarga de estudiar cómo fueron, son y serán. De ello se encarga la ciencia política. Es obvia su vinculación con la ética al preguntarse sobre las formas adecuadas para lograr la forma de vida mejorada, sobre la legitimidad y limitación del poder y sobre los deberes y derechos. Hay una vecindad con la sociología del conocimiento, de manera que algunos hablan de una sociología de la filosofía.

La sociología del conocimiento nació porque se daba por sentada la relación esencial entre pensamiento y sociedad. Temas políticos y filosóficos entremezclados están ya en Lao Tse o en el profeta Isaías. La cultura griega es prolija para estos ejemplos. Al fin y al cabo hablar sobre la Polis era un método de decir y escuchar lenguajes. El discurso filosófico sobre la política tiene un ejemplo en La República de Platón. Si la oratoria “propiamente” política es sometida a una mirada incisiva vemos de inmediato su aspecto filosófico. Quizás podamos recurrir a una expresión un tanto extraña, como asegurar que la filosofía se encuentra en una discusión política de plaza. Grecia tenía dentro de sí el impulso crítico que le permitía revisar las concepciones sociales. O el uso de la tragedia como expresión de las aporías de la ciudad. O los historiadores en la búsqueda de una explicación para el obrar humano. O más acá la lectura de Shakespeare. Quién podría ahorrarle a Maquiavelo el título de filósofo de la política, aunque algunos prefieran llamarlo el fundador de las Ciencias Políticas.

Norberto Bobbio en Teoría General de la Política es prolijo es explicar y definir ciencia política y filosofía política. A la primera asocia metodología de las ciencias empíricas y a la segunda la construcción de un modelo de Estado fundado en un postulado ético, la búsqueda del fundamento último del poder, la determinación del concepto de política y el discurso crítico sobre premisas de verdad que buscan la teoría de la óptima república. En cualquier caso incluye a El Príncipe como obra referente en la historia de las ideas políticas junto a Utopia de Tomás Moro y Leviatan de Hobbes.

Pero lo que nos interesa no es una calificación de Maquiavelo sino interrogarnos sobre el porqué el abandono actual de las ideas en el campo de la política y Bobbio nos es útil cuando señala las tres preguntas filosóficas básicas: ¿Qué me cabe esperar?, ¿Cómo debo de actuar?, ¿Qué puedo saber? Quizás estas sean exactamente las tres preguntas que el hombre contemporáneo no se está haciendo sobre la política y por ello no genera ideas y se hunde en el estancamiento político mientras genera innovaciones en el campo de la ciencia. Dos veces hemos mencionado política en el párrafo anterior en una repetición intencional. Así, porque entramos de inmediato en otro territorio que es el de la presencia constante de pensadores políticos, el de una población humana en cuyas formas de organización social no se refleja ese pensamiento y en el de unos gobernantes que siguen actuando con viejas fórmulas y ancianos conceptos.

Se han preguntado sobre la libertad y la han calificado en negativa y positiva (Isaiah Berlin), han definido a sus ensayos de metapoética como filosofía política (Felix Oppenheimhttp://i.ixnp.com/images/v6.51/t.gif) o han llamado a la filosofía política norteamericana como decadente por carecer de ideales (Leo Strauss). Cito al azar, sin pretender hacer un listado que resultaría interminable. Lo que quiero significar es que no ha faltado quien se interrogue y ofrezca sus respuestas. En medio de la actual crisis de transición el pensamiento es rechazado y los políticos no ejercen lo político, no recurren a la forma de conocimiento superior que permita hacer inteligible la realidad política. Tal vez el quid se encuentre en una racionalización efectista de la práctica política y en una consecuencia de la llamada muerte de las ideologías, sin darse cuenta que lo que esto último implica no es el abandono de un corpus de ideas sino una libertad adicional para afrontar los problemas concretos sin tapaojos.

En apoyo a mis constantes exigencias de un pragmatismo con ideas, hoy se acepta que resulta imposible establecer previsiones de tipo nomológico-deductivo y ni siquiera regularidades de larga duración en el camino de la política. Y muchos menos son susceptibles de verificación, medición o cuantificación. Todo conocimiento político a ofrecerse lo he definido, también hasta el cansancio, como una interrogación ilimitada. Para medirse con la creciente complejidad de las exigencias de la política de esta etapa de transición habría que usar la expresión del filósofo vienés Otto Neurath (Philosophical Papers) sobre la nave en situación de circularidad, que habla de cómo los marineros se empeñan en reparar la nave en mar abierto, sosteniéndose sobre viejas estructuras e imposibilitados de llevarla al muelle para proceder a reconstruirla.

teodulolopezm@yahoo.com

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