Dos notas sobre la novela “La forma del mundo” (2001)


“La forma del mundo”, una sucesión de secretos
por Jorje Alejandro Lagos Nilsson*

Otro más, es decir: un nuevo libro de Teódulo López Meléndez no sorprende. No es escritor de un libro al año, podría serlo de dos. La última publicación de Ala de Cuervo, editorial caraqueña. La forma del mundo completa -vaya, en un escritor como él las cosas nunca se completan: abren camino a otras cosas-, pero aceptémoslo en forma tentativa, completa, decíamos, una trilogía inclasificable. El poeta, el traductor de poetas, el biógrafo de poetas, de pronto se pone la casaca de autor de novelas fantásticas. Selinunte, 1997, y El efímero paso de la eternidad, 1998, preceden a esta La forma del mundo. ¡Bah!, dirá alguno, no es extraño que los poetas escriban fantasía, al fin y al cabo viven en un mundo irreal.

Cabría entonces precisar que las tres novelas mencionadas no son escritura fantástica. En cuanto a la irrealidad, sus brutales manifestaciones se aprecian en los periódicos a diario. Sucede que Teódulo López Meléndez es un moralista de viejo cuño. Entre los pescadores, obreros, cobradores de impuestos, prostitutas -y más allá del pueblo elegido- encontró, dicen, el Señor, con quienes firmar el nuevo pacto. De otra manera -no se siente Dios, aprendió con Huidobro que el poeta es apenas un pequeño dios- López Meléndez también busca religar la especie al cosmos; para hacerlo encontró un sexto elemento que agregar a la vieja tradición hermética china. El suyo es la historia no escrita por no vivida. Aún.

Porque de eso trata la trilogía. De las relaciones de los seres humanos consigo mismos. De estas relaciones, se sabe, dependerá el lugar que ocupen en el cosmos. Cada hombre una estrella, es una antigua enseñanza. Cada estrella es una historia, dice Teódulo López Meléndez. También sabemos que la historia de las cosas es una sucesión de secretos mal develados y de intereses que se ocultaron sin talento. Por ello los personajes -no en vano el protagonismo se reparte entre tres- a veces no son ellos mismos, sino sus réplicas, sus pesadillas, sus deseos.

Lo exotérico y lo esotérico ¡Qué fácil -y qué falso- decir que son novelas fantásticas enmarcadas por un futuro remoto! Como Karl Jung, pero en otros temas, también Teódulo López Meléndez encontró una piedra en su camino.
Encontró al anciano con un farol, el mismo de los Arcanos Mayores del Tarot y como el maestro alemán se dispuso a seguir la luz bamboleante. Nombres de la alquimia, imágenes más próximas a Evola que a Crowley, pero más cercanos a Crowley que a Von Agrippa pueblan los libros a los que nos referimos.

En realidad la obra de Teódulo López Meléndez de los últimos diez años, en poesía como en prosa, no se comprende sino desde el hermetismo filosófico. La portada de La forma del mundo lo dice sin necesidad de apelar a un diseño multicolorido. El mundo se representa como un huevo. ¿Quiere decir esto que Teódulo López Meléndez ha escrito un tratado esotérico (oculto), para ser descifrado por un iniciado? ¿Es López Meléndez un iniciado?

Acaso la pregunta a formular sea otra: ¿fueron estas tres novelas concretas y brillantes escritas a partir de lo poco que se conserva de la filosofía hermética o, por el contrario, constituyen un mero trabajo de futurología exotérica? ¿Poseen un mensaje oculto o no? Un maestro del esoterismo en los tiempos de los gnósticos dijo que el conocimiento verdadero estaba reservado sólo para los iniciados, pero que aquellos que supieran de su existencia, aun cuando eran incapaces de comprenderlo, por esa sola razón, ya tenían asegurada buena parte de su salvación.

Pensamos que Teódulo López Meléndez no frecuenta a los elementales de la naturaleza, ningún dato biográfico suyo -abogado, profesor universitario, diplomático- permite suponer el viaje iniciático ni el duro período del aprendizaje. Su cultura es exotérica. Es una persona "normal", no un mago ni un alquimista. Probablemente las referencias, que no son pocas, a lo que algunos denominan la tradición hermética occidental en estas tres novelas se deban a la utilización de sus lecturas sobre estos temas en calidad de recursos literarios válidos. No sería el primero en hacerlo. Lo hizo Eco, para no ir más lejos. Hay, sin embargo, una diferencia.

Eco plantea un juego racional. Teódulo López Meléndez se involucra. El péndulo de Foucault es, sin duda, una gran novela, una estupenda novela, una novela fatalmente condenada al olvido. Cruzar la brillantez escueta y barroca de la trilogía lopezmelendiana, en cambio, es quedar atrapado.

¿Por qué, entonces, hablar de lo esotérico? Por una razón sencilla: la intuición del poeta guió al novelista, le acomodó los símbolos secretos, plantó los signos del recorrido de la iniciación y planteó el problema que intentamos exponer en estas líneas.
Que cada quien realice su propio viaje y llegue a la costa que le espera.
*Jorje Alejandro Lagos Nilsson, escritor, poeta y periodista chileno

“La forma del mundo” sigue un juego de duplicaciones
por Luis Benítez
I. El doppelgänger moderno al servicio de la metáfora

La forma del mundo es la tercera entrega novelística de Téodulo López Meléndez, quien probablemente haya tomado su título de un poema del italiano Eugenio Montale, del mismo nombre (1).

La acción se ubica en un vaivén entre pasado y futuro, que afecta al escenario, directamente denominado Ciudad, y a los principales protagonistas, tres hombres y una mujer que comparten además de sus vidas, la extraña condición de clones. A lo largo de la novela irán descubriendo su característica común y las implicancias que ésta tiene en su relación, que a su vez fue “clonada” de la que tenían sus ancestros. La historia está inclusa en una página web y la irán descifrando mientras otro personaje, Jerónimo de Ferrara, se revela como el poder omnímodo que ha destruido Ciudad en el pasado pero ha comprendido que, para ejercer su poder, debe tener dónde y sobre quiénes ejercerlo. Se revela que Jerónimo, cuya intención es destruir al hombre de modo definitivo, al comprender que su poder no es absoluto, dado que necesita un objeto sobre el cual ejercerlo, es el autor de las clonaciones; ha conservado una copia del mundo para divertirse. Una copia del mundo que él ha destruido, la que necesita para entregarse a su divertimento. Volveremos en la segunda parte de estas reflexiones sobre La forma del mundo a enfocar las particulares características de esta metáfora sobre el poder contenidas en la tercera novela de Teódulo López Meléndez.

Un segundo aspecto, es el referente a las claves alquímicas que esta novela, como las anteriores, posee. A ello se refiere muy bien el escritor chileno Jorge Lagos Nilsson, en su artículo sobre La forma del mundo (2).

Volvamos ahora a un primer aspecto, subrayado en el texto, que es el de la condición de dobles, de clones, que poseen los protagonistas.
Elías de Medimmus es, o fue, Elías del Médego.
Pico de Palemón, que sigue siendo Pico de la Mirándola.
Marsilio Coeli fue o es, Marsilio Ficino.
Los tres comparten la amistad y algo más que la amistad, de Yhanina Corsetti, quien fue o es, Yhanina Alemamno.

Es notoria la referencia histórica a tres eruditos renacentistas en el caso de los hombres: Elías del Médego, nacido en Candia, en la isla de Creta, en 1460 y muerto en 1493, por su parte, ha recibido muchos otros nombres y cada denominación diferente es un desdoblamiento operado en el lenguaje. Ha sido llamado también Elijah del Medigo (probablemente, éstos sean su nombre y apellido reales), Elia Cretensis, Elia di Creta, Elia del Médico, Elias Hebreo, Helie Iudeo, Elías Hebracus Cretensis, Elie del Medigo, Elias Cretensis Hebraeus.

Marsilio Ficino, nacido en 1433 y fallecido en 1499, fue un filósofo florentino y el alma mater del renacimiento del neoplatonismo. Tradujo del original griego al latín las obras de Platón y Plotino, entre otros aportes, y escribió un célebre Comentario al Banquete de Platón, Los Tres Libros sobre La Vida (De Vita), y la Teología Platónica.

Giovanni Pico della Mirandola nació en la Ferrara en 1463, donde murió en 1494. Fue un célebre humanista y pensador italiano, prodigioso políglota y famoso erudito, que dejó tras su breve vida una obra notable, en la que se destacan sus Conclusiones Philosophicae, Cabalisticae et Theologicae, mejor conocidas como Las 900 Tesis.

Si bien ya vimos que en una obra anterior, la novela El efímero paso de la eternidad, López Meléndez introduce el tema del doble -una triple personalidad, en realidad, ya que María y la esclava del faraón son desdoblamientos de la protagonista principal- en La forma del mundo hará de este aspecto uno de los caminos fundamentales de la dispositio, pues en esta novela todo, se sugiere que la diégesis completa, el entero universo ficcional construido en la obra, es en realidad una clonación. En nuestro tiempo dominado por la ciencia, el término genético clon fue creado en 1903 por H. J. Webber y proviene del griego klôn, que significa “retoño, brote”. A comienzo del siglo pasado el término denominaba a los vegetales reproducidos por esquejes; hoy lo empleamos para designar a individuos genéticamente idénticos, provenientes de un mismo ser gracias a tecnologías de reproducción asexual.
Los gemelos humanos –producto de la reproducción sexual, pero en aquellos casos en que, excepcionalmente, un mismo embrión se ha escindido en dos individuos- siempre han fascinado a la humanidad. Se les han dado en el folclore y las leyendas características divinas o infernales, según tiempo y lugar, y los más famosos gemelos de la mitología son Cástor y Pólux, nacidos de un solo huevo puesto por su madre Leda, seducida por Zeus bajo la forma de un cisne. Llamativamente, la Ciudad propuesta por López Meléndez como escenario de las andanzas y descubrimientos ontológicos de los clones Elías, Pico, Marsilio y Yhamina, tiene la forma de un huevo.

La fascinación que producen los gemelos, los clones naturales, está abundantemente presente en la literatura de todos los tiempos. Ya en El Cantar de Gilgamesh, datada su escritura en más de 4.000 años, Enkidu aparece como un doble más o menos bestial del héroe que da nombre al relato. Las características del doble serán disímiles, según la época. Serán seres cómicos para Plauto y Molière, en sus sendos tratamientos de Anfitrión, y también para William Shakespeare en La Comedia de las Equivocaciones.
Evocando sólo el siglo XIX, que es la centuria privilegiada de la novela, advertimos una larga lista de obras que se ocupan del fenómeno, pero dándole al doble un matiz maligno y hasta satánico, muy al gusto del romanticismo. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, curiosamente, se ocupará de ello dos veces, en sus relatos La Historia del Reflejo Perdido y Los Elixires del Diablo, antes de reincidir con una novela, directamente titulada Los Dobles. Théophile Gautier aportará su relato El Caballero Doble; Edgar Allan Poe, su William Wilson; Fiodor Dostoievski su novela El Doble; Mark Twain escribirá El Príncipe y El Mendigo; Oscar Wilde, El Retrato de Dorian Gray; Marcel Schwob su relato El Hombre Doble y Herbert George Wells el suyo, titulado La Historia del Difunto Mr. Elvesham. En el siglo pasado, el tema del doble fue relatado por Henry James en La Esquina Alegre, por Ambrose Bierce en Uno de los Mellizos y por Joseph Conrad en El Partícipe Secreto. Hermann Hesse le dedicó al asunto parte de su novela Demian y Jorge Luis Borges su relato El Otro, así como José Saramago su novela El Hombre Duplicado.

Sin embargo, posiblemente en literatura el dúo más famoso de los compuestos por un solo individuo sea El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, una novela escrita por Robert Louis Stevenson dos veces, en 1886. La primera vez que la redactó –en tres días de trabajo- su posterior lectura le inspiró un pavor tal que convirtió el original en cenizas, pero al día siguiente se entregó a reescribirla, cosa que hizo… nuevamente en tres días. La versión que ha llegado a nosotros de El Extraño Caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde es un clon, entonces, del texto original.
La insistencia de tantos autores en escribir acerca de los dobles ha llevado inclusive a cierta crítica -atenta a etiquetar siempre, aunque se trate de conjuntos de elementos que guardan serias diferencias entre sí- a emplear una denominación común para todas estas obras que hemos pacientemente enumerado. Se las llama “literatura de doppelgänger”; este último término proviene del alemán doppel, que significa “doble” y de gänger, cuyo significado es “caminante”.

¿Podemos incluir a La forma del mundo, como parte de la literatura de doppelgänger? Estimo que no, pues su propuesta va más allá de las historias de criaturas dobles. Mientras que en William Wilson, El Caballero Doble o Los Elixires del Diablo, por sólo renombrar algunas de las obras señaladas, el tema central es justamente la duplicidad de un solo ser, en La forma del mundo esa condición, que afecta no sólo a los cuatro protagonistas, sino al mismo universo ficcional construido por la novela, es fundamentalmente un recurso narrativo, una parte de la estrategia literaria del autor.

II. Jerónimo de Ferrara: el nombre humano del poder

Siguiendo el juego de correspondencias entre las creaciones literarias de Teódulo López Meléndez y los personajes históricos, así como Elías de Medimmus / Elías del Médego; Pico de Palemón / Pico de la Mirándola; Marsilio Coeli / Marsilio Ficino remiten a los iconos culturales pregnantes dados por los eruditos renacentistas de iguales nombres, el personaje Jerónimo de Ferrara cumple con la misma regla al establecerse como un sosías de otro hombre poderoso y terrible: el fraile Hieronimus (o Girolamo) María Francesco Matteo Savonarola, nacido en Ferrara en 1452, esto es, contemporáneo de los nombrados sabios. Ingresó en la orden dominica y paulatinamente se fue granjeando el apoyo popular, merced a sus fervorosos sermones, hasta que con 39 años fue nombrado prior de la iglesia de San Marcos, en la espléndida Florencia dominada por los Médici. El epiléptico y mentalmente perturbado Savonarola vivía obsesionado por el presentimiento de una muy cercana condena divina de los pecadores, que abundaban en Florencia no sólo en su fanática opinión. Su prédica –encarada a partir de unas alucinaciones sobre la llegada inminente del Anticristo- unida a una espectacular disciplina de castigos físicos y mortificaciones, impactaron en la plebe, que comenzó a reunirse de a millares en torno al santón. Su fama se expandió por toda la Toscana: la de un hombre que predicaba el ascetismo masoquista en el seno de una sociedad hambreada e indignada por el lujo, la molicie, las artes refinadas, el buen gusto y otros caprichos que puede darse una clase acomodada y dirigente. Los señores de Florencia, la familia Médici, eran de origen burgués, pero al enriquecerse durante generaciones con el comercio de ultramar habían adoptado todas las costumbres propias de la aristocracia renacentista: la protección de las artes, la filosofía, la literatura y todas las otras formas de mostrar su poder y riqueza, amén de las intrigas políticas, el nepotismo, la corrupción y el crimen político, como formas seguras de conservar el uno y la otra. En 1494 los seguidores de Savonarola concretaron una revuelta de proporciones que arrojó a los Médici de Florencia. Con el apoyo del monarca francés, Carlos VIII, el fraile alucinado se instaló en la ciudad como jefe político y espiritual de una suerte de república teocrática, la Savonarolense, para instaurar un régimen de terror en la otrora fastuosa capital de la Toscana. El Carnevale, los bailes, la música y los festejos en general fueron prohibidos; las mujeres, condenadas a llevar velo permanente; los blasfemos a que les amputaran la lengua y los sodomitas a la horca o la hoguera. En un espectacular auto de fe realizado el 7 de febrero de 1497 en la Piazza della Signoria –un acontecimiento que conocemos como La Hoguera de las Vanidades- se quemaron públicamente desde peines, espejos, cosméticos, fastuosas vestiduras y muebles de lujo hasta estatuas antiguas y contemporáneas e instrumentos musicales, pasando por libros de Petrarca y Bocaccio (acusados de impúdicos), volúmenes incunables, esculturas de Miguel Angel y cuadros de Sandro Boticelli, que ambos artistas tuvieron que arrojar a las llamas frente a la multitud para dar muestras de su entusiasmo por la reforma de las costumbres.
Mas Savonarola se atrajo la ira de otra familia burguesa ascendida al poder, los Borgia, ricos comerciantes de origen valenciano. Rodrigo Borgia fue proclamado papa bajo el nombre de Alejandro VI en 1492 y no tardó en sufrir las invectivas del implacable fraile toscano. Los poderosos Borgia, eran para Savonarola el emblema mismo de la corrupción, la lujuria, la avaricia, la gula, la soberbia y la codicia, así como del incesto. Probablemente, en estos aspectos el fraile toscano tenía razón, y la tensión entre ambos bandos creció hasta hacerse insostenible. Savonarola excomulgó a Alejandro VI y éste a él. El clan Borgia amenazó al alucinado de Florencia con un interdictio papal que privaría a los florentinos de los sacramentos cristianos, en cuanto al castigo espiritual, mientras que para la sanción temporal se reservaba el derecho de prohibirles el ejercicio de todo comercio exterior. Ambas promesas de la Santa Sede, con mayor o menor efectividad según cada caso de conciencia, decidieron a la asamblea de notables de la capital toscana a prender, en abril de 1498, al autárquico Savonarola y entregarlo a las tropas pontificias bajo los cargos de hereje y cismático. Torturado meticulosamente por el Santo Oficio (que cuidó de destrozarle todo, menos el brazo derecho, a fin de que pudiera firmar su confesión) el caído en desgracia fue ahorcado y luego quemado, por las dudas. Sus cenizas fueron arrojadas a las aguas oscuras del Arno, junto con todas sus reformas y severidades pasadas. Hoy Savonarola tiene erigida una estatua en Florencia, como para que el mundo no olvide a los enemigos de toda alegría (3, 4). Desde ella sigue acusando a la humanidad, y es el único objeto feo de una de las ciudades más bellas del planeta.

Esta sombra terrible que se oculta bajo el personaje de Jerónimo de Ferrara encaja perfectamente en la idea de un hombre que se propone acabar definitivamente con el Hombre, en el sentido que podemos encontrar al recordar que el fraile histórico condenó a la hoguera no sólo los instrumentos y emblemas del lujo, el ocio y la riqueza, sino también todos los elementos que tenían que ver con la expresión artística y literaria; en definitiva, con la expresión de la sensibilidad, la belleza y la imaginación humanas. Es en este sentido que podemos trazar un paralelo entre Jerónimo de Ferrara, de Ciudad, y Girolamo Savonarola, de la Toscana.
Jerónimo de Ferrara que, además, posee él también una identidad duplicada, como los clones de Pico de la Mirándola, Marsilio Fisino y Elías del Médego: él, además de un hombre virtual, es la encarnación del poder que desea destruir el cosmos, un orden, y que cuando comprende que lo necesita para seguir manteniendo su condición de poder, accede a reproducir ese orden para poder hacer de él su divertimento. Magistralmente, nos muestra Teódulo López Meléndez la debilidad del poder a través de esta larga metáfora de casi doscientas páginas: pues el poder debe crear un enemigo cuando ha destruido al anterior, ya que se define –como sus adversarios- él también por oposición. Cuando no puede crearse un enemigo nuevo, debe resucitar al anterior para seguir poseyendo identidad.
Por otra parte, también advertimos en La forma del mundo la presencia de otra constante característica de la prosa de Teódulo López Meléndez: la figura del escritor como aquel que revela la fisura entre la apariencia del mundo y lo que el mundo es: un clon global, una copia del original, en definitiva, otra apariencia más, una duplicación.

NOTAS

(1) “Si tiene el mundo la forma del lenguaje/ y el lenguaje la forma de la mente,/ la mente son sus plenos y vacíos / no es nada o casi y no puede salvarnos.” (Versión de José Angel Valente, fragmento). Por otra parte, Teódulo López Meléndez realizó sus propias traducciones e interpretaciones de la poesía montaleana. Es autor del volumen Novecento (Montale. Quasimodo, Ungaretti) (Ediciones Arquitrave, Bogotá, Colombia, 2005).

(2) “Cabría entonces precisar que las tres novelas mencionadas (Selinunte, El efímero paso de la eternidad y La forma del mundo) no son escritura fantástica. En cuanto a la irrealidad, sus brutales manifestaciones se aprecian en los periódicos a diario. Sucede que TLM es un moralista de viejo cuño. Entre los pescadores, obreros, cobradores de impuestos, putas -y más allá del pueblo elegido- encontró, dicen, el Señor con quienes firmar el nuevo pacto. De otra manera -no se siente Dios, aprendió con Huidobro que el poeta es apenas un pequeño dios- López Meléndez también busca religar la especie al Cosmos; para hacerlo encontró un sexto elemento que agregar a la vieja Tradición hermética china. El suyo es la historia no escrita por no vivida. Aún. Porque de eso trata la trilogía. De las relaciones de los seres humanos consigo mismos. De estas relaciones, se sabe, dependerá el lugar que ocupen en el Cosmos. Cada Hombre una estrella, es una antigua enseñanza. Cada estrella es una Historia, dice TLM. También sabemos que la historia de las cosas es una sucesión de secretos mal develados y de intereses que se ocultaron sin talento. Por ello los personajes -no en vano el protagonismo se reparte entre tres- a veces no son ellos mismos, sino sus réplicas, sus pesadillas, sus deseos. Lo exotérico y lo esotérico. ¡Qué fácil -y qué falso- decir que son novelas fantásticas enmarcadas por un futuro remoto! Como Karl Jung, pero en otros temas, también TLM encontró una piedra en su camino.
Encontró al anciano con un farol, el mismo de los Arcanos Mayores del Tarot y como el maestro alemán se dispuso a seguir la luz bamboleante. Nombres de la alquimia, imágenes más próximas Evola que a Crowley, pero más cercanos a Crowley que a von Agrippa pueblan los libros a los que nos referimos. En realidad la obra de TLM de los últimos 10 años, en poesía como en prosa, no se comprende sino desde el hermetismo filosófico. La portada de La forma del mundo lo dice sin necesidad de apelar a un diseño multicolorido. El mundo se representa como un huevo. ¿Quiere decir esto que TLM ha escrito un tratado esotérico (oculto), para ser descifrarlo por un iniciado? ¿Es López Meléndez un iniciado? Acaso la pregunta a formular sea otra: ¿fueron estas tres novelas concretas y brillantes escritas a partir de lo poco que se conserva de la filosofía hermética o, por el contrario, constituyen un mero trabajo de futurología exotérica? ¿Poseen un mensaje oculto o no? Un maestro del esoterismo en los tiempos de los gnósticos dijo que el conocimiento verdadero estaba reservado sólo para los iniciados, pero que aquellos que supieran de su existencia, aun cuando eran incapaces de comprenderlo, por esa sola razón, ya tenían asegurada buena parte de su salvación.
Pensamos que TLM no frecuenta a los elementales de la naturaleza, ningún dato biográfico suyo -abogado, profesor universitario, diplomático- permite suponer el viaje iniciático ni el duro período del aprendizaje. Su cultura es exotérica. Es una persona "normal", no un mago ni un alquimista. Probablemente las referencias , que no son pocas, a lo que algunos denominan la Tradición Hermética Occidental en estas tres novelas se deban a la utilización de sus lecturas sobre estos temas en calidad recursos literarios válidos. No sería el primero en hacerlo. Lo hizo Eco, para no ir más lejos. Hay, sin embargo, una diferencia. Eco plantea un juego racional. TLM se involucra. El péndulo de Foucault es, sin duda, una gran novela, una estupenda novela, una novela fatalmente condenada al olvido. Cruzar la brillantez escueta y barroca de la trilogía lópez-melendiana, en cambio, es quedar atrapado.
¿Por qué, entonces, hablar de lo esotérico? Por una razón sencilla: la intuición del poeta guió al novelista, le acomodó los símbolos secretos, plantó los signos del recorrido de la iniciación y planteó el problema que intentamos exponer en estas líneas. Que cada quien realice su propio viaje y llegue a la costa que le espera”.
Lagos Nilsson, Jorge Alejandro. La Forma del Mundo de Teódulo López Meléndez. En www.ameritalia.id.usb.ve/Amerialia.001.recensioni.Lopez.Melendez.htm

(3) “Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de una animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino porque a forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como ´un animal que ríe´. Habrían podido definirle también como un animal que hace reír porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.”
Bergson, Henri: La risa. Ensayo sobre el significado de lo cómico. Editorial Losada SA, Buenos Aires, 1939.

(4) “He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento en interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia.”
Bergson, Henri. (Opus cit.)
*Luis Benítez, poeta, novelista, dramaturgo y ensayista argentino

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