Logogrifo: los enigmas del lenguaje poético
por Rafael Rattia



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Dentro del amplio panorama de la poesía venezolana del siglo XX, quién no conoce al magnífico escritor barquisimetano Teódulo López Meléndez (1945). Este escritor e intelectual venezolano posee ya, a estas alturas de nuestro devenir literario, una veintena de libros publicados donde están consignados todos los géneros literarios posibles: desde el ensayo político y literario, pasando por la novela y la traducción hasta el cultivo de la más difícil de todas las formas de escritura que se conocen hasta el presente: la poesía. Recuerdo vivamente cuando me desempeñaba como corrector de pruebas en el Consejo de Publicaciones de la ilustre Universidad de Los Andes; entonces me correspondió "corregir" las pruebas manuscritas de la extraordinaria novela de López Meléndez titulada Selinunte. Al leer ese portento narrativo advertí que estaba ante una poco común sensibilidad finisecular, ante un escritor de esos que no abundan mucho en nuestro país, por su sorprendente dominio del lenguaje literario. Aún resuenan nítidas frases poéticas de esa novela en mi memoria. Ello es motivo de agradecimiento, pues tengo para mí que es buen escritor aquel que marca indeleblemente la cultura del lector para siempre aunque sea con una sola metáfora.
Ahora que tengo en mis manos esa especie de pentacordio lírico que es Logogrifo, editado por la prestigiosa Colección Ateneo de los Teques, signado con el número 37 de la Colección, 1999, puedo corroborar la firme impresión cualitativa que dejó también en mí la grata lectura de otro libro imprescindible del autor; me refiero a Mesticia.
Cinco breves cuadernillos conforman este nuevo poemario de Teódulo López Meléndez, cada uno titulado curiosamente con orgullosas palabras latinas: Unicum, Primiciales, De, Hominal, Ascesis. Cincuenta estremecedores poemas de una extrema economía verbal son suficientes para entrar a un universo de resonancias plurales y de memoriosas imágenes tributarias de la más acendrada tradición alquimista. Es que la materia verbal con que el poeta edifica su canto paradójicamente incomprensible pero hondamente sensible es la misma que usaron los constructores de una singular sabiduría filosófico-literaria que hinca sus raíces en la antigüedad grecolatina y que alcanza su esplendor en la alta Edad Media de la Europa Central.
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En verdad, pudiera parecer desconcertante el lenguaje que utiliza este poeta para elaborar sus textos nada fáciles de entender. Solamente un escritor con una vasta cultura lexicográfica fraguada en el rigor de la más abstrusa traducción plurilingüe es capaz de darnos a leer a los lectores unos textos exigentes por su densidad semántica y su esplendente belleza estética. Terribles palabras rielan las composiciones poéticas de este libro. Por ejemplo, el escritor nos habla de "las arañas de la ruina con el azufre de mi fluido...". Una racionalidad otra, más subjetivizada, sembrada en un hondo idealismo es lo que nos propone este poeta con este libro extraño. Por más que me esfuerzo en buscarle filiaciones literarias a estos versos de López Meléndez no encuentro la gramínea a la cual adscribir esta parca y lapidaria elaboración verbal. Nada logocéntrica es esta poética que postula nuestro escritor; al contrario, toda descentrada, a-céntrica podría definirse sin arriesgar nada que la pueda exponer a ningún tipo de excentricidad.
El poeta nos convence de su magisterio empalabrante cuando expresa su dominio de singular dialéctica de la expresividad. Con palabras antitéticas el poeta construye versos de vertiginosa y sugerente belleza literaria:
Sobre el muro escalo hacia el fondo
subida frenética
al abismo
(Dentro, pág 19)
El escritor verbaliza la idea a partir unidades mínimas de sentido, que aparentemente se excluyen o rechazan en su intención primera y primaria, pero logra un discreto prodigio sólo posible a través de la palabra poética en posesión absoluta de un ser inteligente y audaz, pues se requiere ser extremadamente audaz para decir tanto con tan precaria materia verbal. Únicamente un escritor poseedor de los secretos inauditos de nuestra lengua materna puede entregar a sus lectores una magia de tal calibre. Logogrifo es eso: un libro para lectores despiertos; su lectura debe hacerse desde una perspectiva metalingüística, previa liberación de las esclusas de la imaginería del lector que tenga oportunidad de ser tocado por las iridiscencias de la palabra impoluta de López Meléndez. Que no es poco decir.

*Rafael Rattia, poeta, ensayista y columnista de prensa venezolano

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